Elgoibar Lucio Ruiz-Poveda, Luziano, quiso ser pintor desde su más tierna infancia y, con 92 años, mantiene ese impulso creador, pese a los achaques de la edad. De hecho, sus últimos trabajos son los protagonistas de una muestra que abrió sus puertas al público en la Casa de Cultura de Elgoibar el viernes y se podrá visitar hasta el 27 de abril.

Por su obra hemos visto desfilar todo tipo de personas, desde prostitutas, a gente del campo, pasando por figuras que rememoran sus viajes por Marruecos e India, músicos, artistas, pintores, muchos pueblos de la España rural y, cómo no, sus inconfundibles fachadas ¿Qué es lo que le atrae pintar ahora?

–Estoy centrado en la abstracción. Es un campo que empecé a trabajar hace 20 años pero ahora me dedico a él de lleno. He encontrado la forma de mostrar lo que llevo dentro con el color, las formas y las texturas, dejando a un lado el aspecto figurativo de mi obra.

Su larga vida le permite tener una amplia visión de la evolución de la pintura. ¿Qué futuro augura a la pintura tradicional sobre lienzo en un mundo marcado por las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, capaces de reproducir obras maestras y recrear el estilo de grandes creadores?

–Por muy inteligente que sea no puede entrar en el alma del creador. Lo que yo traslado al cuadro es algo que sale de mi interior. La inteligencia artificial puede coger elementos de mi obra y combinarlos, pero siempre a partir de lo que he creado yo.

Han pasado casi 93 años desde que nació en Elgoibar. La situación en casa, con una madre criando sola a siete hijos, no era fácil. Las urgencias del día a día eran prioritarias. Sin embargo, el pequeño Lucio siempre sacaba tiempo para fantasear ¿Cuánto le debe su obra al espíritu soñador y aventurero de aquel niño?

–Se dice que nunca serás profeta en tu tierra, pero yo me he sentido querido en mi pueblo. Siendo un mozalbete me ofrecieron entrar a trabajar en Sigma. Era una oportunidad única. Pagaban bien y podías labrarte un futuro, pero yo no quería ese futuro para mí. Siempre he dibujado bien y quería ser pintor, desde muy pequeño. Recuerdo que en unas fiestas de San Bartolomé llegó un señor con un caballete que hacía caricaturas a la gente y que le pagaban por ello. Pensé que yo también lo podía hacer. Así llegaron mis primeros trabajos en las Cortes de Bilbao, dibujando a los clientes que acudían a los cabarets y a los personajes que había en la zona. Más adelante, ya en París, seguí haciendo dibujos. Eran los años 50 y había pocos turistas, pero pagaban muy bien. Hacer unas caricaturas resultaba más rentable que trabajar una semana en una fábrica.

Entonces los dibujos supusieron una herramienta que le ayudó a ganarse la vida en sus inicios.

–Sí, pero quería vivir de mi pintura. Si quieres ser artista y haces dibujos a la gente cuando ya peinas canas, no estás haciendo las cosas bien. Cuando llegue a Madrid continué dibujando, pero me centré cada vez más en mi pintura. Tras muchas exposiciones y el incansable trabajo de mi mujer, Carmen, mi obra fue teniendo cada vez más aceptación, hasta el punto de que me pude dedicar a pintar en exclusiva.

Otra faceta que ha marcado su vida y su trabajo han sido los viajes. Francia, primero como niño de la guerra en la Guerra Civil y más adelante como un aspirante a artista, Estados Unidos, India y Marruecos son los lugares en los que ha dado rienda suelta a su creatividad. Pero hay otros más cercanos muy presentes en su obra, Elgoibar, donde nació, y Zarautz.

–Cuando era joven y estaba en París soñaba con tener un estudio junto al mar. Esa oportunidad se dio cuando el modisto zarauztarra Teodoro Rochas me planteó comprar un piso y un local junto a la playa de Zarautz. Ahora ya no puedo ir. Tengo muchos años y la humedad y el frío del invierno no me hacen bien. Viví años bonitos en los que hice amistad con figuras como Xabier Arzallus y José María Arizmendiarrieta, el padre del cooperativismo. Arizmendiarrieta disfrutaba de 15 días de vacaciones en Zarautz y solía bajar al estudio a charlar y a escuchar historias sobre mis viajes y el tiempo que viví en París. Elgoibar, por su parte, era un pueblo ideal para ser pintado cuando era joven. Los pocos turistas que pasaban paraban sus coches para fotografiar la torre de la parroquia, el convento y las casas de Santa Clara, donde nací. Había otros edificios bonitos, como la plaza del Mercado, pero la tiraron para hacer la nueva plaza que ahora ocupa su lugar.

Pues debe saber que ese edificio tiene los días contados. Será demolido para edificar el nuevo ambulatorio.

–Pues aunque lo tiren, poca pena me da, la verdad.