José Manuel Ibar Urtain nació en el caserío que le dio nombre como boxeador en 1943 y murió en Madrid en 1992 al arrojarse al vacío desde el piso en el que vivía. Dos veces campeón de Europa de los pesos pesados y tres veces campeón de España, se retiró en 1977 con un balance de 53 victorias (41 por KO), once derrotas y cuatro combates nulos. Este palmarés es el punto de partida de una obra en la que Felipe de Luis desentraña la figura de Urtain para reflejar una vida plagada de luces y sombras, tanto en el apartado deportivo como en el personal.

Urtain

Ese recorrido sirve de base también para ofrecer al lector una imagen de la España del tardofranquismo que convirtió en un fenómeno social de primer nivel al morrosko o el tigre de Cestona, otros de los apodos que le acompañaron sobre el cuadrilátero, así como para retratar a algunos de los personajes que pulularon a su alrededor en su ascenso al olimpo del éxito y en el viaje a los infiernos que terminó con su suicidio a los 49 años de edad.

Pertenece a una generación muy posterior a la que vio pelear a ‘Urtain’ ¿Cómo ha llegado a convertirse el boxeador de Zestoa en el protagonista de su segundo libro?

Siempre me he sentido atraído por el deporte y por las historias humanas que suelen darse en su entorno. Acababa de publicar el libro Sito presidente, centrado en la figura del narcotraficante gallego Sito Miñanco, y estaba buscando otra historia a la que hincar el diente. Un día me vino a la memoria una imagen de mi infancia en la que mi padre me explicaba una noticia publicada en el periódico Marca en la que se relataba el final de la vida de Urtain. Empecé a indagar sobre su historia y comprobé que, aunque se habían escrito muchos reportajes sobre su figura, faltaba una biografía más detallada y completa que abarcase su vida y que a la vez sirviera también para reflejar la sociedad de su tiempo.

Esa labor de investigación le ha llevado a bucear en la vida de un boxeador cuya trascendencia rebasó los límites de las 12 cuerdas del ring para convertirse en un fenómeno social. ¿Qué imagen tiene del José Manuel Ibar ‘Urtain’ deportista?

Como levantador de piedras fue muy respetado y admirado en el País Vasco. A sus logros deportivos sumaba un carisma especial que hacía que fuera muy querido por el público. Como boxeador fue un aprendiz tardío, ya que comenzó a boxear con 24 años. Era un luchador tosco, de movimientos pesados, que no tenía técnica, pero esas carencias las suplía con una enorme fuerza bruta que le permitió ganar muchos combates.

Su trayectoria como boxeador está jalonada de luces y más de una sombra sobre la limpieza de algunos de sus triunfos.

Sus inicios como boxeador incluyen combates que gana porque se mide a boxeadores de poca entidad o porque participa en peleas que estaban amañados. Luego hay una segunda fase en la que encontramos a un Urtain más preparado. Se convierte en buen boxeador, no en un gran boxeador, y, como tal, gana unos combates y pierde otros. Paradójicamente, cuando empieza a boxear mejor es cuando pasa a ser menos popular. La gente empieza a perder el interés por él y le van dando la espalda a medida que se acerca la retirada.

Dejando a un lado su trayectoria como boxeador, ¿Qué imagen le queda de ‘Urtain’ como persona tras escribir el libro?

Lo definiría como una persona sin fondo de maldad, que se llevaba bien con casi todo el mundo. Tengo la impresión de que se pasó la vida a la búsqueda de algo, pero no sé si llegó a identificar lo que era. Esa búsqueda fue la que le llevó a aceptar la propuesta de ir a Madrid a convertirse en boxeador. Alcanzó una popularidad inmensa, pero esa misma popularidad vino acompañada de la soledad del famoso, una soledad salvaje, enorme. Después de retirarse del boxeo siguió buscando un éxito que nunca llegó. Le costó integrarse en la vida corriente, gestionar el día a día como una persona cualquiera al no ser capaz dar una respuesta a la pregunta de cómo seguir viviendo como Urtain cuando ya no era Urtain. Fue un hombre con un halo trágico sobrevolando sobre su figura. Vivió siempre más cerca de la amargura que de la felicidad.

Los últimos años de su vida, con negocios fallidos, trabajos como portero de discoteca, deudas y su suicidio después de haber vivido una carrera marcada por la fama, el éxito y el dinero invitan a pensar que estamos ante uno de los muchos juguetes rotos que ha generado el boxeo (José Legrá, Perico Fernández, Poli Díaz…) .

–Esa imagen se corresponde con una persona que ha sido manejada desde el principio hasta el final y creo que Urtain tomó en todo momento sus decisiones. Cuando le llega la oportunidad de hacerse boxeador decide dar el salto a Madrid. Podía haberla rechazado, como hizo Lopetegi, otro levantador de piedra de la época, padre del que fuera seleccionador de la selección española de fútbol, pero no lo hizo. Es cierto que luego le tocó desenvolverse en un mundo sórdido en el que todo el mundo quería sacar provecho del boxeador, y es innegable que fue engañado y que hubo gente que se quedó con parte de su dinero. No ganó todo lo que debía de ganar, pero ganó mucho dinero. Además, siempre quedará la incógnita de saber si era conocedor de que los combates estaban inclinados a su favor en la primera parte de su carrera.

¿Cómo se puede concebir hoy en día la fama que ‘Urtain’ tuvo en aquel tiempo? ¿Con qué deportista de la actualidad se podría comparar?

Podría ser equiparable a la que tiene Rafa Nadal. Hablamos de épocas totalmente distintas por lo que la comparación puede resultar injusta. La sociedad y el deporte de entonces y el de ahora no tienen nada que ver. La fama le llegó en un tiempo en el que la popularidad era folklore puro con Marisol, el Cordobés y el propio Urtain como los grandes referentes de aquellos primeros años de la década de los 70.

La admiración que muchos sintieron por ‘Urtain’ tuvo como contrapeso la crítica de aquellos que lo describían como un instrumento de propaganda del régimen franquista en la época final de la Dictadura.

-Había una parte del País Vasco que le admiraba de manera incondicional. Él, por su parte, sufrió un cierto distanciamiento en relación a su tierra cuando se fue a vivir a Madrid y dejó atrás a su primera mujer y a sus tres hijos. Hubo una ruptura familiar y volver a casa ya no era algo tan grato para él. Por otro lado, muchos veían en la popularidad de Urtain el recuerdo de la figura de Paulino Uzkudun, un boxeador muy ligado al régimen de Franco que llegó a cotas más altas que Urtain en el boxeo. Pensaban que con él se estaba repitiendo la historia de Uzkudun, pero creo que la vinculación al régimen de Franco que se le presupone a Urtain es excesiva. El régimen se aprovechaba de Urtain porque ganaba, pero no creo que esa relación alcanzara los extremos que se dejaron entrever. Lo cierto es que ese distanciamiento de algunos con Urtain se mantiene y, por lo que sé, en su pueblo no hay nada que recuerde su figura a día de hoy.