El año 1998 acogió los actos del centenario del órgano Cavaillé-Coll de la iglesia Santa María La Real de Azkoitia. Aquel mismo año nació en Azpeitia Ignacio Arakistain. 25 años después, el joven azpeitiarra se sentará frente a su teclado para protagonizar este domingo, a las 19.00, el concierto homenaje a los organistas titulares de Azkoitia en los 125 años de historia del órgano de la parroquia azkoitiarra.
¿Qué repertorio ha preparado para el concierto?
La primera pieza es una composición de Edward Elgar escrita en 1895. Se trata de una obra sinfónica de estilo romántico con muchas variantes, ideal para mostrar los registros de un órgano grande como el Cavaillé-Coll. La segunda es una composición de Arnold Schönberg de 1941. Este autor es pionero en el mundo de la música, ya que dio el salto de la tonalidad a la atonalidad. En este caso presenta variaciones sobre un recitativo, tomando una estructura previa y renovándola completamente, ofreciéndome la posibilidad de mostrar registros del órgano que no están presentes en la primera pieza. Son dos composiciones muy distintas, con idiomas musicales diferentes, una más tonal y la otra más atonal, que estarán presentes en la prueba final del máster que estoy completando en la Universidad de Música y Arte Dramático de Viena.
El cierre del concierto está dedicado a una persona relevante en su trayectoria musical, José Luis Francesena, organista titular de Azkoitia y el profesor que le inició en el mundo del órgano.
Profesores he tenido muchos, pero maestro sólo uno, y ese ha sido José Luis. Me ha enseñado a disfrutar de la música y de todo lo relacionado con la música en la vida. La pieza que tocaré se titula Hiru otoitz. La compuso en 1998, coincidiendo con el centenario del órgano Cavaillé-Coll. Tiene un comienzo potente al que sigue un Agur María muy bonito e intimista dedicado a la figura de la Virgen que hay en el coro de Azkoitia, una imagen que, como el propio José Luis dice, sólo la ve el organista. La tercera es una tocata inspirada en el canto Urrategiko Ama, tan querido por los azkoitiarras. El concierto es un homenaje a todos los organistas titulares de Azkoitia a lo largo de su historia pero, en especial, a José Luis Francesena. También es un reconocimiento a todos los azkoitiarras y a la relación que mantienen con su órgano, que les ha acompañado en la alegría y en la tristeza, sonando en bodas, funerales y distintos oficios, durante 125 años.
¿Cómo recuerda la primera vez que se sentó ante el órgano Cavaillé Coll?
Tendría 13 o 14 años cuando lo toqué por primera vez. Me sentí como si estuviera ante el panel de mandos de un avión al ver sus tres teclados, las clavijas y los pedales, pero bastó tocar un pianissimo para sentir la profundidad que tiene este instrumento. Es un órgano espectacular, que apenas se ha modificado desde que se construyó. Hay órganos buenos en Gipuzkoa pero el de Azkoitia está en el top 3 de Gipuzkoa y de Europa. Olivier Latry, organista de Notre Dame, acudió a Azkoitia a ofrecer un concierto en octubre y quedó tan cautivado por su sonido cuando lo probó que prolongó el ensayo previo hasta las 3.00 de la madrugada.
¿En qué momento vio que su futuro estaba vinculado a la música?
No me desperté un día y dije “voy a a ser músico”. Ha sido un proceso que comenzó a los siete años aprendiendo a tocar el piano en la escuela de música Juan de Antxieta de Azpeitia. Luego me inicié en el órgano con José Luis Francesena y di el salto al Conservatorio de San Sebastián y a Musikene, y aquí la dedicación pasó a ser plena. La siguiente escala ha sido el máster de dos años que estoy completando Viena, que se puede entender como una etapa más en ese camino para dedicarme profesionalmente a la música.
¿Cuál está siendo su experiencia en Viena?
Es una experiencia muy enriquecedora. Compartes estudios con gente de distintos rincones del mundo, con un gran nivel y, además, tienes la ocasión de disfrutar de la amplia agenda cultural que te ofrece la ciudad. En Viena la gente sale de trabajar y, ya sea lunes, martes o cualquier otro día de la semana, se prepara y acude a un concierto. Las salas están llenas. Es fruto de un proceso de 300 años en el que han puesto la cultura en valor, gracias al apoyo de instituciones y particulares que entienden que es fundamental para el desarrollo de la sociedad. Aquí, sin embargo, lo más normal es que, tras el trabajo, la gente quede para ver un partido de fútbol. Entiendo que no se puede conseguir en 30 o 40 años algo por lo que ellos llevan trabajando siglos.
¿Cómo ve su futuro más inmediato? ¿Continuará en Viena una vez que finalice el máster?
Mi intención es formarme un año más en algún otro país y volver a Azpeitia. Podría tener más oportunidades fuera, pero me siento muy de aquí. En estos dos años he mantenido una agenda que me ha obligado a volver en diferentes ocasiones para no perder ese vínculo. Viena, al igual que otros países, ofrece muchas posibilidades para un músico, pero echo en falta nuestra forma de ser, la comida y hasta el clima. En ese sentido, se puede decir que la vida allí es más dura. He puesto en la balanza todo y mi destino está aquí.