el pórtico de la estación del Norte se ha juzgado, erróneamente, como una arquitectura prescindible o "menor". Una suerte de actor secundario en el escenario urbano, junto con los edificios adyacentes de Renfe que le servían de complemento estético y apoyo estructural, y cuya desaparición ya se ha consumado. Ha pesado en este escaso aprecio valorativo tanto la naturaleza de los materiales empleados en su fábrica -el novedoso hormigón- como su propia función, al tratarse de una obra concebida desde su inicio con vocación casi exclusivamente ornamental.
Por otra parte, su verdadera significación patrimonial tampoco ha sido adecuadamente percibida, quizá debido a su habitual consideración como elemento asociado a la estación del ferrocarril, obviándose el indisociable vínculo que mantiene con el puente de María Cristina, componiendo ambos un proyecto urbanístico unitario. Al construirse el nuevo puente sobre el Urumea en 1905, la alineación de su eje quedaba enfilada con un prosaico pabellón de retretes. Surgió inmediatamente la necesidad de remediar esta indecorosa situación, al objeto de lograr una prolongación perspectiva mucho más digna. Se decidió que los retretes fueran reemplazados por un pórtico decorativo, que se erigió entre el edificio de viajeros y el muelle de equipajes, como punto de acceso a una pasarela elevada sobre las vías. La operación era estratégica de cara a potenciar la imagen turística de nuestra ciudad, siendo esta la primera impresión que recibían los viajeros a su llegada a San Sebastián.
Las obras se iniciaron en junio de 1905, ignorándose hasta la fecha su autoría. Existen, sin embargo, sólidos indicios que nos permiten atribuirla a José Eugenio Ribera Dutaste (1864-1936), uno de los ingenieros más prestigiosos de su tiempo, considerado el primer constructor moderno de obras públicas en España. Como es sabido, Ribera ganó el concurso internacional convocado por el Consistorio donostiarra, adjudicándose la construcción del puente de María Cristina. Este espléndido logro le costó literalmente un riñón, que se lesionó al caer por la noche desde uno de sus andamios. También consagró su ya brillante trayectoria profesional e investigadora, como pionero en la introducción del hormigón armado. Usó en primer lugar el conocido sistema Hennebique, que luego combinaría con patentes de su propia invención. Ribera acabó creando una empresa de construcciones civiles y supo sacar el máximo provecho a la nueva técnica, no solo para la configuración estructural de forjados, sino haciendo valer sus posibilidades en la decoración de edificios frente a las reticencias de sus contemporáneos.
El expediente dedicado a las reformas y construcción de un pórtico en la estación del Norte (Archivo Municipal, Secc. D, Neg. 13, Libr. 1979, Exp. 9, fol. 6), contiene una carta dirigida al alcalde don José Elósegui, con membrete de la Compañía de Construcciones Hidráulicas y Civiles fundada por el señor Ribera. Fechado en Madrid a 9 de mayo de 1905, el escrito culmina con firma autógrafa del propio ingeniero, expresando su disposición para acometer los trabajos contratados a la mayor brevedad.
Cumple por tanto destacar el interés de este elemento urbano como arquitectura de autor, ejecutada por el mismo equipo responsable del puente de María Cristina y que como él constituye un temprano exponente a la hora de combinar sillares de cantería con hormigón armado, alcanzando magníficos resultados. Últimamente se la denomina Puerta de Brandemburgo no sin cierta sorna, queriendo evidenciar su escasa relevancia histórico-artística en comparación con el gran monumento berlinés.
También se argumenta que algunos de sus componentes originales fueron reemplazados por réplicas miméticas, en el curso de una actuación restauradora efectuada en 1992. Este proceder no tiene en sí mismo nada de extraordinario, dado que la sustitución de piezas en mal estado ha sido práctica habitual en multitud de monumentos. El propio pórtico alemán -seriamente dañado en la Segunda Guerra Mundial- da testimonio de ello. Es evidente que un porcentaje muy significativo de sus componentes tampoco es "original" del siglo XVIII, sin que ello suponga un quebranto de su prestigio cultural ni de su valor como icono urbano.
En cualquier caso, la operación de derribo a la que estamos asistiendo no cuenta con el debido soporte jurídico, sino más bien al contrario.
La normativa urbanística vigente protege el pórtico en su grado II, reservado a aquellas construcciones a las que se reconocen valores intrínsecos, señalándose específicamente "la sillería de la columnata" como elemento permanente a preservar. También reconoce su interés como fondo perspectivo del puente de María Cristina, estableciendo su carácter intrasladable y el deber taxativo de mantenerlo tras la ordenación resultante de la nueva estación intermodal de autobuses. No corresponde a los responsables políticos emitir juicios sobre el valor de autenticidad de los bienes culturales, sino aplicar los instrumentos legales que aseguran su defensa y conservación como parte del patrimonio colectivo.
Desgraciadamente, el derribo ya es una realidad y no disponemos de las más elementales garantías respecto a la pervivencia futura de este bien catalogado. Su hipotética reconstrucción no aparece contemplada en ninguna de las cláusulas del convenio suscrito entre el Ayuntamiento y Adif. Tampoco se recoge en el pliego de condiciones firmado con la UTE adjudicataria de los trabajos actualmente en curso; por no hablar del proyecto de urbanización de todo este entorno, todavía por aprobar. Parece que tendremos que contentarnos con vagas promesas de futuro.
¿Recuerdan el triste final del mercado de San Martín? Para acallar las voces críticas contra su destrucción se nos aseguró que su valiosa estructura metálica sería cuidadosamente desmontada para un ulterior ensamblaje? Los actuales gestores municipales no debieran incurrir en el mismo engaño: evitemos que la historia vuelva a reproducirse.