Al urretxuarra José Luis Arruebo le gustan los Rolling Stones más que al propio Mick Jagger. Se hizo fan del legendario grupo británico cuando era un chaval y a sus 67 años sigue siendo un seguidor incondicional. Son más de 50 años con los Stones: tiene todos los discos publicados en el mercado español, siempre viste con una camiseta del grupo y una habitación de su casa parece un templo dedicado a sus satánicas majestades.
Arruebo se aficionó a la música con unos 14 años, en los billares. “Había tocadiscos que funcionaban con monedas y fue así como me aficioné. Recuerdo dos billares, en Zumarraga: uno estaba en la calle Bidezar y otro en la calle Legazpi. El de Bidezar estaba muy bien. Tenía pósters enormes de los Rolling y les traían revistas de rock desde Francia y Alemania. Aquí era imposible encontrar ese tipo de cosas. Los primeros discos de los Rolling los compré en la sala de juegos de la calle Legazpi. Cuando renovaban los discos, si estabas al loro, podías comprar los viejos a buen precio”.
Empezó a coleccionar material de los Rolling por influencia de un compañero de clase. “Él tenía una colección de los Beatles. A mí también me gustaba el coleccionismo y decidí coleccionar objetos de los Rolling. Tenía poco dinero y me costaba mucho conseguir material: tenía que canjearlo con los amigos. Mi colección empezó a crecer cuando comencé a tener poder adquisitivo”.
Pero, ¿por qué eligió a los Rolling? “Me gustó su música agresiva. Los Beatles eran muy suaves para mí. Los Rolling eran más cañeros. También me gustaban sus pintas: las melenas de Brian Jones, por ejemplo. Yo tenía el pelo rizado y no podía llevar esas melenas. Si hubiera tenido el pelo liso, hubiera llevado melenas. Además, las noticias sobre los Rolling siempre eran escandalosas. A los Beatles les ponían en los altares y estos eran los chicos malos”.
Ha estado en siete conciertos de sus ídolos. “El que más recuerdo es el de 1998, el de los puentes a Babilonia. Un asteroide se estrelló en el escenario y el calor de la explosión alcanzó al público. Fue algo impresionante”.
Aquel concierto fue en Barcelona. También estuvo en Santiago de Compostela, en 1999. “Es la mayor locura que he hecho por verles. Falte al trabajo para ir al concierto. Pernoctaron en Donostia, porque solo se alojaban en hoteles de cinco estrellas. Fui a verles al María Cristina y pregunté a la gente a ver si les sobraba alguna entrada. Una chica tenía una. Llegaron ellos, me firmaron el disco y le llamé a mi mujer: Oye, mira, si me diera un cólico en el trabajo tendrían que pasar sin mí y a estos no sé si voy a poder volver a verles, le dije. Me largué para Galicia en coche. El viaje se me hizo larguísimo. Fui escuchando música de los Rolling, para que se me hiciera más ameno y para entonarme”.
La vuelta se le hizo más llevadera. Todo tiene su explicación. “Estuve con gente que le daba a la maría. Yo no fumo, pero el humo de la maría me da alegría. Iba a parar a dormir si me entraba el sueño, pero hice el viaje de un tirón”.
Las aventuras de Arruebo dan para un libro. “En 2003 fui al concierto de Bilbao estando de baja. Diez días antes del concierto, en la fábrica, me dio un chasquido en la espalda. Mi única preocupación era que no podría ir al concierto. Me puse hasta arriba de Myolastan y, como vi que podía conducir, me coloqué una faja y me fui a Bilbao. Estuve sentado hasta que empezó el concierto y después en primera fila, quieto. Mis compañeros de trabajo me dijeron que me habían visto en la tele, saltando. ¡Cómo iban a verme saltar si no podía moverme!”.
Esta última gira no ha disfrutado de ellos. “Han estado tres años de gira. Acaban de finalizarla. Empezaron a tocar en Estados Unidos para ver cómo estaban, vieron que tenían carrete, se engrasaron y decidieron seguir. Pasaron a Europa y también han tocado en Asia. Además, han vuelto a Estados Unidos y Europa, a ciudades en las que no habían tocado al principio de la gira. Creo que, conscientes de la edad que tienen, han decidido hacer una última gran gira. No creo que vuelvan a girar. Mick Jagger tiene 76 años, el batería 80... Ahora que han parado, se van a agarrotar. De hecho, a Keith Richards se le nota ya que es mayor. Tiene algo de artrosis y no toca tan bien la guitarra”.
El día que lo dejen, sentirá tristeza. Pero lo que verdaderamente le dolerá será la muerte de alguno de ellos. “Aunque el grupo lo deje, seguirán ahí. Podré verles tocando en solitario. Ronnie Wood, por ejemplo, toca mucho en teatros. Al que más he visto es a Bill Wyman. Tiene un grupo muy bueno, con músicos de los 60, pero le echo en falta en los Rolling”.
Su cuadrilla Arruebo habla de los integrantes de los Rolling como si fueran de su cuadrilla. En cierto modo, lo son. “De Ronnie Wood destacaría su simpatía. Mick Jagger es el economista. Sabe mucho del negocio. De hecho, estudiaba Económicas hasta que lo dejó por la música. Bill Wyman era el solitario. En el escenario siempre estaba quieto. Parecía que la cosa no iba con él. Charlie Watts es la formalidad. Fíjate si es formal, que el fundador de la revista Playboy les dejó su mansión y él se fue con su mujer a casa. Y de Keith Richards qué te voy a decir... Es el juergas. Se juntaba con el saxofonista y montaban las de Dios”.
En Vitoria tuvo oportunidad de hablar con Wyman y se sacó una foto con él. “Le dije que soy seguidor del grupo desde que tengo uso de razón y que tengo un montón de discos. Me pareció muy majo. En el festival de jazz de Donostia también estuve con él. En las pausas le pedí que me firmara un disco, pero no me hizo caso. Cuando finalizó el concierto, vino, se agachó y firmó el disco”.
El bocadillo La cuadrilla de los Rolling es multitudinaria. “He hecho muchos amigos gracias al grupo. Recuerdo especialmente a una pareja que conocí en Zaragoza. Llevé un bocadillo y en la entrada me dijeron que no lo podía meter. Lo tiré, porque si me quedaba fuera comiendo no iba a poder coger sitio en primera fila. Ya dentro, entablé conversación con la mencionada pareja. Les conté lo que me había pasado y ellos sí habían podido meter sus bocadillos. Cuando los sacaron, por mucho que les insistí en que no hacía falta, me dieron uno. Ellos comieron el otro a medias. Eso no se me olvidará nunca”.
Los Rolling le deben un bocadillo. “Sería lo hostia poder tomar unas cervezas con ellos. Pero a veces he pensado que igual es mejor guardar distancias. Mantener limpia la imagen que tengo de ellos. No vaya a ser que los conozca y me parezcan un desastre. Me daría mucha pena, después de tantos años adorándolos”.
Su devoción por este grupo es tal que siempre va con una camiseta de los Rolling. Hasta cuando va a conciertos de otros grupos. También tiene chaquetas y sudaderas de su grupo. El día de la boda de su hija tuvo la deferencia de ponerse camisa, pero adivinen qué dibujo llevaba su corbata... En efecto, la famosa lengua de los Rolling. Durante estos casi 60 años, los Rolling Stones han cambiado muchas veces de formación. Pero Arruebo siempre ha estado ahí. El sexto Rolling.