El barrio Aparicio de Urretxu fue durante años el patito feo del pueblo: alejado del centro, rodeado de carreteras y, sobre todo, soportando el humo y el ruido de la fundición de Arcelor-Mittal (antes Orbegozo). Pero la fábrica se cerró, hay autobuses para ir al casco urbano y desde hace algunos años cuentan con un supermercado cerca. Solo faltaba reurbanizar el barrio y están en ello. Recientemente han arreglado las fachadas con ayuda del Ayuntamiento y el Consistorio se ha comprometido a realizar otras mejoras. En 2019 invertirá 20.000 euros en renovar la plazoleta interior y arreglar un tramo de acera.

El barrio lo construyó José Luis Aparicio, dueño de la prestigiosa fábrica de herramientas Irimo, para sus trabajadores. Algunos de los vecinos que llegaron a finales de los años 50 todavía viven allí. José Manuel Piris se ha encargado de juntar a tres de ellos para hablar sobre la vida en el poblado de Aparicio: Asunción Segura, su esposo Emilio Santamaría y Manuel Flores.

La cita es en la sociedad del barrio: Iru-Bide. El local lo construyó el propio Aparicio como escuela, pero se cerró a los pocos años porque los vecinos enviaban a sus hijos a los colegios del casco urbano. En 1978 habilitaron la escuela como sociedad. Las obras las comandaron Santamaría y otro vecino, Fernando Regorigo. El mural que se ve en la fotografía de la página contigua lo pintó Javier Aguado. "En la fábrica, yo era el encargado de la carpintería, la pintura y la fontanería. Con lo que había en la escuela y algo que cogimos de la fábrica, equipamos la sociedad", recuerda Santamaría.

Este hombre es palentino y su esposa alavesa, de San Vicente de Arana. Él vino a Euskadi con 16 años. Trabajó en la fábrica de muebles Elgea y a los pocos años se pasó a Irimo porque pagaban mejor. "Me cogieron como oficial, antes de ir a la mili. Me encargaba de hacer expositores de madera para escaparates y ferias, mesas y sillas para la fábrica, moldes... Las herramientas de la marca Irimo eran las mejores". No tiene más que buenas palabras para el que fuera su patrón. "José Luis Aparicio era una buenísima persona. Iba a su casa muchas veces, a hacer arreglos". Su mujer añade que repartía parte de los beneficios entre los trabajadores y donaba dinero para las iniciativas locales.

En aquellos tiempos, Irimo tenía unos 700 trabajadores. Aparicio hizo viviendas para sus trabajadores y muchos de ellos se trasladaron allí. "Pagábamos un alquiler barato por unas buenas casas. El forjado es a prueba de bombas. Estas casas tienen más de 50 años y todavía no se ha agrietado ninguna".

En el poblado de Aparicio vivían tranquilos, hasta que la empresa Orbegozo construyó la fundición de Kaminpe. "Cuando echaron el caserío Kaminpe y construyeron la fundición, nos hicieron la puñeta. No hacían más que echar mierda. Todos los días teníamos que pasar un paño por la repisa de la ventana, porque se llenaba de porquería. Trabajaban de noche, cuando no veíamos lo que hacían, y por la mañana las casas aparecían negras. Los vecinos fuimos al Gobierno Vasco y les obligaron a tomar medidas, pero por las noches se lo saltaban todo a la torera", recuerda Segura.

Añade que las explosiones eran terroríficas. "En la última explosión, cayeron trozos de chatarra en el barrio. La mujer de Flores estaba en el balcón y la onda expansiva la levantó del suelo", comenta Piris. "Un médico recomendó que todos los vecinos nos hiciéramos un chequeo general. Sospechaba que teníamos que estar afectados por el humo de la fábrica", añade Flores. Santamaría puntualiza que el humo normalmente iba hacia la zona del hospital, pero Piris le recuerda que cuando era niño había días en los que no podían salir de casa.

Los vecinos crearon una comisión y contaron con el apoyo del Ayuntamiento. "Los dos hermanos Arbizu, Juanito y Ramón, se preocuparon mucho por nosotros. Pero Ramón nos reconoció que no tenían narices de hacerle frente a la fábrica, porque enseguida amenazaban con cerrarla. Por lo menos levantaron un muro que amortiguaba el ruido", comenta Flores. "No miraban lo que había en la chatarra y a veces se les colaban materiales que provocaban explosiones", explica Segura. "Porque las casas estaban bien hechas, porque sino...", indica su marido.

El tráfico también suponía un peligro para los vecinos. Las madres siempre estaban de miedo de que los niños salieran a la carretera y hubo varios accidentes, algunos de ellos mortales. Aunque el barrio sigue rodeado de carreteras, se tomaron varias medidas para reducir el riesgo. Por ejemplo, la colocación de farolas y semáforos. "Este alcalde está haciendo todo lo que puede. Tenemos el barrio chulísimo. Pediríamos más cosas, pero no somos el únicio barrio del pueblo. Entendemos que el dinero hay que repartirlo entre todos. El alcalde nos prometió que irán haciendo mejoras poco a poco y lo están cumpliendo", indica Segura.

Buen lugar para vivir Añade que el poblado Aparicio es un buen lugar para vivir. "Tenemos autobús, tenemos un hipermercado... Antes teníamos que ir al pueblo a hacer todas las compras y ahora podemos hacerlas en el barrio. Hemos estado muchos años sin autobús, pero ahora lo cogemos cada vez que queremos ir al pueblo".

De todos modos, los vecinos de Aparicio no acostumbran a ir al pueblo a diario. "Los jóvenes sí van a menudo, pero los mayores no".

El vecindario ha cambiado mucho: antes estaba formado por los trabajadores de la fábrica y sus familiares y ahora por inmigrantes llegados de distintos países. "Muchos no vienen a las reuniones y la relación entre los vecinos no es tan estrecha como antes", manifiesta Segura.

El barrio está mejor que nunca, pero la fábrica en estado de abandono. Santamaría siente lástima cuando pasa por delante. "Hice muchas cosas para la fábrica y verla así me da mucha pena", comenta. "En la entrada había una escultura de unos hombres trabajando, muy bonita, y la hizo mi marido con Benjamín Probanza", añade su esposa. "Era un edificio precioso. Tenía una exposición, un bar pequeño para las visitas, unos almacenes muy buenos, dos viviendas en las que vivieron varias familias de trabajadores...".

Desgraciadamente, la empresa Irimo es historia. Afortunadamente, pronto dejarán de ver su fábrica en estado ruinoso y el solar volverá a acoger actividad industrial: la empresa Talleres Mecánicos Telleria se va a trasladar allí.