Con más de 40 años de vida -fue inaugurado en 1977- el Peine del Viento se enfrenta a un dilema: primar la seguridad de la ladera, de la que caen piedras que pueden resultar peligrosas, o defender su estética, en un momento en el que el espacio creado por el arquitecto Luis Peña Ganchegui y el escultor Eduardo Chillida ha iniciado su camino para tratar de recibir la distinción de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco.

El Ayuntamiento de Donostia pretende conjugar ambas realidades pero, tal y como señaló ayer el alcalde, Eneko Goia, le está resultado difícil. Tras tres años de desprendimientos, el año pasado se instaló un muro cerca de la ladera y se aplicó un tratamiento a la roca, que no ha logrado evitar totalmente la caída de piedras. “Se colocó un muro horroroso y lo fue deliberadamente para que no se convirtiese en definitivo”, confesó ayer el mandatario donostiarra.

El regidor recordó que la decisión de aplicar un producto fijador, inicialmente destinado a fachadas, fue decidido después de que un estudio de la consultora LKS aconsejase dos posibles soluciones. Por una parte, bajar hasta el suelo la malla que recubre la zona alta de la ladera, algo que fue rechazado por su impacto estético, y, por otro, crear una barrera de cilindros de aluminio, de dos metros de altura, como muro de contención que permitiese seguir contemplando el flysch. El Ayuntamiento optó por una tercera vía, que consistió en aplicar el producto químico, que no ha dado el resultado esperado, y un muro provisional hasta buscar una solución.

La que sea adoptada finalmente, tendrá que ser avalada por el Gobierno Vasco, que ha iniciado la tramitación del espacio como monumento. Posteriormente, deberá ser el ministerio de Cultura quien le otorgue la máxima categoría y, finalmente, se podrá optar a que forme parte de la lista de lugares patrimonio de la Humanidad.