El empresario legazpiarra Patricio Echeverría montó un imperio de la nada. Estaba acostumbrado a conseguir aquello que se proponía y era perseverante. En los años 30 se puso un nuevo reto: fabricar las mejores guadañas. Para ello, no escatimó en medios. Logró su objetivo y puso en jaque a los alemanes y austriacos, que hasta entonces habían monopolizado la fabricación de guadañas. El jueves, tres trabajadores de aquella fábrica hablarán acerca de la producción de esta herramienta. La mesa redonda la moderará Iñaki Beldarrain, antiguo responsable del taller de guadañas y miembro de la asociación Burdinola. El acto será en la casa de cultura y comenzará a las 19.00 horas.
La actividad está organizada por la propia Burdinola, tras haber dado con un vídeo en el que se ve cómo fabricaban las guadañas. Este documento lo grabó la escuela de Magisterio de Eskoriatza, en 1991. Ha sido José Mari Izaga el que ha hecho llegar el documental a manos de Burdinola. Viendo su valor, la asociación legazpiarra ha decidido organizar una mesa redonda. Proyectarán el vídeo y Beldarrain hablará sobre la historia del taller. Después, el moderador dará la palabra a tres antiguos trabajadores: Teófilo Valdemanzo, Rogelio Botanz y Gabriel Larrea.
Beldarrain comenta que la guadaña era la herramienta más difícil de producir de entre todas las que se fabricaban en Bellota. "Su producción era muy compleja y exigía más de 30 pasos. Era muy difícil hacer buenas guadañas y que todas salieran iguales. Aprender el oficio no era fácil y requería mucho tiempo. Además, era un trabajo duro: calor, ruido, vibraciones... En algunos puestos la postura era muy incómoda. Los que se encargaban de abrir la guadaña, trabajaban sentados en un taburete que estaba colgando del techo mediante un cable. Con un pie pisaban el martillo y con las dos manos sujetaban la guadaña".
Historia El taller de guadañas se puso en marcha en 1931 y se cerró en 1992. En esos 61 años el proceso de producción apenas se modernizó. "La guadaña es una herramienta muy especial. Además, se perfeccionó mucho el proceso y los artesanos se resistían a hacer cambios, pues consideraban que perderían sus puestos. Por otro lado, cuando llegó la ocasión de poder automatizar la producción, el producto estaba ya de capa caída. Como es sabido, a partir de los años 50 comenzaron a mecanizar el trabajo del campo y la guadaña quedó en desuso".
Pero hasta entonces fue una herramienta imprescindible. Las mejores se fabricaban en Alemania y Austria, pero Echeverría y sus trabajadores consiguieron ponerse a la altura de alemanes y austriacos. El empresario legazpiarra utilizó todos los medios que tenía a su alcance. Para empezar, contrató a especialistas alemanes y austriacos. "Les ofreció unos contratos muy especiales. Tenían una prima de 500 marcos en oro por formar a un trabajador, otra por cada guadaña buena que salía del taller... La maquinaria la trajo de Alemania y Austria e incluso compró una cantera en Araia, para conseguir piedras con las que afilar las guadañas".
Hacían un trabajo artesano de dificultad, en serie. Cada trabajador dedicaba de media 38 minutos a cada guadaña. En los mejores años, en Legazpi llegaron a producir más de 150.000 guadañas, la mayoría de las cuales se vendían en la Península. Del 10% que se exportaba, la parte más importante se enviaba a Sudamérica. En la mejor época, la fábrica contó con 72 trabajadores.
Dura competencia Los legazpiarras llegaron a meter el miedo en el cuerpo a los fabricantes alemanes y austriacos. "Fue el producto más difícil de vender para Patricio, pues había un cártel bávaro-tirolés y este le hizo dumping. Forzaron una bajada de precios del 40-45% y Patricio hizo de todo para conseguir vender su producto: mailing, publicidad mural en las distintas lenguas del Estado... Hubo una guerra de precios con los productores de Europa Central. Terminó en el año 48, con la creación de la Asociación de Fabricantes Europeos de Guadañas. Acordaron los precios y se repartieron a los ferreteros para no hacerse la competencia".
Echeverría también tuvo que hacer frente a la desconfianza de los usuarios. Hizo alguna perrería para metérselos en el bolsillo. "La gente había comprado durante toda su vida guadañas austriacas y no le entraba en la cabeza que las de Legazpi pudiesen ser buenas. Para conseguir la confianza de la gente, a las guadañas de Legazpi les puso mango austriaco, con el sello de allí, y las vendió como si fueran austriacas. Después de que las probaran, les dijo que eran de Legazpi. Esto demuestra el genio que tenía. Con todo, la producción de guadañas nunca fue un buen negocio. Dio más prestigio que dinero".