Amor a Hondarribia
Villa Magalean, el lujoso hotel-boutique abierto hace pocos meses, tiene tras de sí la historia de sus propietarios, una familia francesa prendada de Hondarribia desde hace tres generaciones.
Corría el año 1951. Monette Chambon y su familia, originarios de Sarlat, en el Perigord francés, veraneaban en Biarritz.
Aquel año, Chambon cruzó la muga y cuenta su nieta, Caroline Brousse, de 51 años, que “los abuelos vinieron a Hondarribia y les maravilló. Se enamoraron de esta ciudad”. Desde entonces, tres generaciones de esta familia francesa (y la cuarta, junto a sus padres) han veraneado siempre en Hondarribia.
“Mis abuelos compraron un piso en el edificio Miramar y aquí hemos venido toda la vida. Con mis padres, mis tíos y primos? En la familia surgió un amor por Hondarribia que se ha ido transmitiendo hasta hoy”, explica Caroline Brousse, quien todavía añora los felices veranos de su niñez. “Nos pasábamos el día en la Benta, jugábamos allí, veíamos a las rederas cosiendo las redes de los arrantzales y desde casa, escuchábamos el sonido de los barcos al amanecer”, recuerda.
Además de los veraneos, la familia de Brousse hizo fuertes lazos personales con Hondarribia. “Mi abuela se hizo amiga de Henriette Cornu, la mujer del escritor y poeta Fernando Artola Bordari, y desde entonces, las dos familias hemos seguido teniendo relación”, explica Caroline Brousse.
Ella y su marido, Didier Miqueu, de 60 años, a quien contagió el entusiasmo por Hondarribia “sin demasiado esfuerzo, porque los encantos de esta ciudad saltan a la vista”, llevan ya muchos años afincados en París. Hasta hace un tiempo, trabajaban en el mundo de las finanzas, pero decidieron dar un giro a sus vidas y reconvertirse, apostar por dedicarse “al mundo de la hostelería, los vinos y la gastronomía”, que eran y son “una pasión” para esta pareja.
Así, Didier Miqueu ha reformado dos bodegas en Burdeos y tiene un negocio de vinos, y Caroline Brousse gestiona varios alojamientos rurales o con encanto en distintos puntos de Francia. Pero los dos tenían en el punto de mira desarrollar, algún día, un proyecto en la ciudad que llevan en el corazón: Hondarribia.
Por eso, y tras perseguir la idea durante bastante tiempo, el pasado mes de junio abrieron el nuevo hotel y spa Villa Magalean, ubicado en el entorno del Puntal, a dos pasos del Casco Histórico de Hondarribia. “Un hotel-boutique pequeño, de ocho habitaciones, que busca cuidar los más altos estándares de calidad y atención”, según explica la propia Caroline Brousse.
Los propietarios dieron con esta casa “de casualidad”. La familia Brousse-Miqueu la ha reconstruido por entero “siguiendo estrictamente las características de la villa original y los códigos arquitecturales y de construcción” de aquella época. “Se ha rehecho el tejado con sus vigas talladas, se mantienen la piedra alrededor de las ventanas, los balcones en forja, las molduras en escayola o los frisos y la cerámica andaluza? Queríamos hacer un hotel que hiciera sentirse a la gente en su casa, que fuera cálido y acogedor”, explica la propietaria de Villa Magalean.
El resultado es un lujoso hotel de ocho habitaciones, decorado “al estilo de la época pero con toques actuales y dotado de todas las comodidades y servicios de un establecimiento moderno”. Además, Villa Magalean tiene su spa Henriette, “en homenaje a Henriette Cornu, por el vínculo sentimental con ella y su familia y porque fue la primera esteticista profesional en Hondarribia” y un restaurante y bar de vinos, Mahasti, en el que el chef argentino Juan Carlos Ferrando, formado y curtido en Euskadi, ofrece una cocina de producto local y de temporada, que marida con vinos franceses, seleccionados por el propio Didier Miqueu, y con vinos de todo el mundo elegidos con la ayuda de Goñi Ardoteka, de Donostia.
muy buena acogida Tras el primer verano de Villa Magalean, Caroline Brousse se muestra “muy contenta con la respuesta” de la clientela. Por el nuevo hotel han pasado huéspedes de distintos lugares del Estado español y de lugares como Estados Unidos, Reino Unido o países del norte de Europa, además de Rusia, Israel o Puerto Rico, entre otros.
“También ha habido franceses, naturalmente. Pero es curioso que Hondarribia tiene un gran nombre como lugar a visitar o venir a comer, pero no tanto para hospedarse. En los próximos meses vamos a tratar de promocionar más intensamente Villa Magalean al otro lado de la muga, porque Hondarribia no solo merece una visita, sino que es un lugar para quedarse y disfrutar. Nosotros la hemos vivido así toda la vida y queremos que mucha más gente lo haga también”, concluye Caroline Brousse.
La villa original. Los Brousse-Miquet compraron el edificio original, Villa Albertina, para reconstruirlo y convertirlo en Villa Magalean. Con una planta algo más amplia y ganando algo de altura, el edificio se ha reconstruido a imagen y semejanza del original, que data de los años 50 y fue diseñado por el arquitecto Muñoz Baroja.
Guiños a lo vasco y local. Las habitaciones y rincones del nuevo hotel están llenos de guiños a Hondarribia, a su entorno y a la cultura y la historia de la ciudad y de Euskal Herria. Desde nombres como La Marina, Jaizkibel, Belharra, Baluarte de la Reina, Getaria, Pasajes o Peñas de Aya, hasta una makila o una chistera de cesta punta en la decoración, junto a una gran vidriera con motivos arrantzales. En la bibioteca y salón de lectura Albertine, nombrada así en recuerdo a la villa original y el nombre de su propietaria, además de clásicos de la literatura, no faltan libros sobre Hondarribia y su historia, sobre Euskal Herria o algunas obras de Bordari, amigo de la familia que ahora ha puesto en marcha este proyecto.
Lujo y detalle. Villa Albertina ha cuidado el lujo y el detalle en todo. Incluso disponen de bicicletas. “Son el mejor modo de conocer y vivir Hondarribia”, señala Caroline Brousse.