Como todos los años, el día de la Virgen los dantzaris del grupo Irrintzi bailarán la ezpata-dantza en la parroquia de Zumarraga. La ezpata-dantza es una cosa muy seria en este pueblo. El año pasado, en esta misma época, contábamos la historia de los dos ezpata-dantzaris que acabaron en la cárcel por negarse a bailar. Según está recogido en la web dantzan.eus, en 1656 sucedió todo lo contrario: un dantzari quería bailar a toda costa, el capitán le reprochó que lo estaba haciendo muy mal y le ordenó que dejara de bailar y el dantzari reaccionó clavándole la espada en el muslo. Prohibirle bailar la ezpata-dantza a un zumarragarra es muy peligroso... sobre todo si lleva la espada en la mano.

El 2 de julio de 1656, Juan de Alzola salió de casa decidido a bailar la ezpata-dantza. Era su día y nadie le iba a parar. Cogió las espadas y se metió en el grupo. Al parecer no era muy hábil o no había ensayado lo suficiente y con sus errores consiguió enfadar al guía y capitán Bartolomé de Ibarguren.

Para el mediodía Ibarguren perdió la paciencia y le dejó en vergüenza delante de todo el mundo, diciéndole que no sabía bailar, que era un principiante y que dejara de estorbar. Le ordenó que dejara de bailar, a empujones. No paró hasta que consiguió tirarle al suelo. Humillado en medio de la plaza, delante de todo el pueblo, Alzola se levantó y le clavó la espada en el muslo izquierdo a Ibarguren.

Aquello acabó como el rosario de la aurora: con Alzola apresado e Ibarguren en la cama. Cuando llevaba ocho días en el calabozo, recibió la visita del escribano. Le preguntó acerca de lo sucedido, para poder contrastar su versión con la de Ibarguren.

El dantzari metido a espadachín le dijo que el capitán le había echado en cara que no sabía bailar y, enfadado, le había tirado al suelo. Acerca de su reacción, alegó que fue involuntaria. Aseguró que era amigo de Ibarguren y que su intención no había sido herirle.

A continuación, el escribano habló con el herido. Este no quiso llevar a juicio a su amigo. El 11 de julio el escribano recibió el parte médico. En el mismo se recogía que la herida estaba evolucionando favorablemente. En vista de todo ello, el alcalde decidió dejar en libertad al torpe dantzari. Se desconoce si decidió aprovechar su habilidad con la espada para emigrar a Francia y opositar a mosquetero.

Morir por la danza La ezpata-dantza de 1882 tuvo un final más triste. Si Alzola estaba dispuesto a matar por bailar, José Antonio Olano entregó su vida a la danza.

Olano nació en 1821 en Zaldibia. Fue alumno y sucesor del gran Juan Ignacio Iztueta. Creó un pequeño grupo de danzas en Ordizia, con el que obtuvo un gran éxito en toda Euskal Herria. También bailaron en Zumarraga. De hecho, Olano bailó por última vez en esta localidad de Urola Garaia.

A finales del siglo XIX, los mandatarios de Zumarraga tuvieron problemas para mantener viva la ezpata-dantza. Los jóvenes cada vez tenían menos interés en bailar, quizá porque al contrario que a los músicos no se les consideraba profesionales.

En vista de lo difícil que resultaba completar el grupo de ezpata-dan-tzaris, el Ayuntamiento comenzó a traer dantzaris de otros pueblos. Les pagaban, por supuesto. Durante varios años contrataron al mencionado grupo de Ordizia.

El 2 de julio de 1882, Olano y sus chicos se presentaron en La Antigua para bailar el aurresku y la ezpata-dantza. Bailaron la ezpata-dantza, con el propio Olano a la cabeza, y después comenzaron con el aurresku. Francisco Olaran, un alumno joven y brillante, desafió a Olano. Este aceptó el reto y, aunque tenía ya 61 años, lo hizo de maravilla. De hecho, la gente quedó sorprendida. Se puede decir que lo dio todo, pues el esfuerzo acabó costándole la vida.

Cuando acabó de bailar, empezó a sentirse mal y se dirigió a casa. Nada más llegar, se metió en la cama. Al día siguiente tenía que ir a Bilbao, a concretar una actuación. Fue en tren a la capital vizcaina, pero una vez allí, en la estación de Atxuri, volvió a sentirse mal. Regresó a casa y llamó al médico Marcelino Agirrezabalaga. Este le dijo que tenía los intestinos reventados y le aconsejó hacer el testamento cuanto antes.

Olano llamó a su alumno Gregorio Armendariz y le rogó que, en nombre de Dios, no dejara que se perdiesen las buenas costumbres y siguiera con el grupo de danzas. Tras hacerle entrega de todo el material de baile que tenía en el camarote, falleció. Habían pasado solo nueve días desde que bailó la ezpata-dantza y el aurresku en Zumarraga. Se puede decir que falleció con las abarcas puestas. Bailó hasta reventar. Dio su vida a las danzas vascas.