hace un siglo el tío del padre de María Eugenia Rodríguez llegó a Donostia procedente de Galicia para ganarse la vida y decidió abrir, en pleno corazón de la ciudad, un comercio, la Cuchillería Rodríguez, cuya despedida y centenario casi van a coincidir en el tiempo.

Y es que en 2018 María Eugenia cerrará las persianas de este negocio que no cuenta con relevo generacional, y con ella dicen adiós los cuchillos de monte, los paraguas italianos, los abanicos de novia o los ganchos y diademas con tejido Liberty.

Dice adiós con pena, pero con muchos recuerdos atesorados en 15 metros de comercio que han dado para mucho. “Ya no conozco a nadie en la calle, todas las tiendas de siempre han ido cerrando, quedamos nosotros y casa Rodríguez”, el histórico comercio de moda infantil con el que se mira de frente y con el que comparte nombre.

En 100 años las cosas han cambiado mucho. Cuando se fundó, en la cuchillería Rodríguez se afilaban cuchillos, se arreglaban paraguas y se reparaban y rellenaban plumas estilográficas. Pero, para completar el jornal, el tío de María Eugenia se recorría los caseríos de la zona afilando cuchillos y arreglando los “cacharros de cocina” y acudía a la feria de Tolosa. Para poder moverse con soltura, aprendió a hablar euskera, con el apoyo de su mujer, a la que conoció al llegar a Donostia, donde regentaba una academia de corte y confección.

La céntrica ubicación de la cuchillería hizo que fuera un comercio de referencia en la zona. Las pescaderías y carnicerías de la plaza de San Martín sabían que en Rodríguez tratarían sus herramientas de trabajo con profesionalidad.

El padre de María Eugenia llegó a Donostia para ayudar a su tío, que no tenía descendencia y, con el tiempo, adquirió el local que tenían en alquiler y abrió un taller de reparaciones en el Buen Pastor. A partir de ese momento se fue diversificando la oferta de este singular comercio que se asemeja a una caja de mago, donde todo cabe.

Llegaron las postales, los recuerdos para turistas y los toros y sevillanas, que quienes llegaban de fuera compraban por considerar “típicos” de la zona. Y es que había que ampliar miras “porque un cuchillo, una tijera o un paraguas bueno te duraba toda la vida, más entonces”.

cambios Ya los turistas no se llevan recuerdos, salvo raras excepciones como la de un hombre que adquirió un toro que viajó hasta Costa Rica porque allí “el ganado es muy apreciado”.

María Eugenia sigue defendiendo la calidad y asegura que para fechas señaladas, como Reyes, o cuando llueve hay mucha gente que prefiere comprar un paraguas bueno y los de Rodríguez llegan desde Italia, Alemania, Austria y, de aquí cerca, de Ezpeleta. Es casi el único producto que se sigue reponiendo. Las tijeras siguen, también “eternas” y de todos los modelos: de costura, para zurdos, de peluqueros, de cocina... Y se continúan vendiendo, en concreto las de costura “con la crisis, más”.

Ya van quedando menos cosas en Rodríguez. Se prepara para su despedida y los productos que se agotan, sobre todo los que no tienen mucha demanda, no se reponen, como ha ocurrido con los cuchillos de caza de grandes dimensiones. “A veces vienen a mirarlos aquí para luego comprarlos por Internet”, constata María Eugenia siempre con una sonrisa.

Los recuerdos se le cruzan, recuerdos de ciudades en las que había comercios singulares, lejos de la uniformidad que llega de la mano de las grandes cadenas. Esa singularidad hacía que hasta Rodríguez se acercaran, desde Iruñea o Zaragoza, clientes que querían comprar ganchos para el pelo y diademas de Liberty. Ya no están, la persona que las hacía se jubiló. “Se vendían cantidad, hasta los últimos años”, asegura.

Sus palabras transmiten cierta melancolía y mucho amor por lo que ha sido su modo de vida y por esos productos tan especiales que ha tenido y, todavía, tiene entre manos. Los abanicos, ese accesorio entre lo misterioso y lo sugerente, han sido también enseña en Rodríguez. Llegan de Valencia pintados a mano. Quedan unos cuantos pero ya se han agotado, no hace mucho, los primorosos abanicos de novia en blanco o marfil.

Y, ¡qué decir de los bastones!, apoyo en el caminar pero también signo de distinción que se traían de Castellón. Hace unos días, explica María Eugenia, un cliente le pidió uno plegable pero no quedaban. Todavía en el escaparate pueden verse algunos de esos que marcan la diferencia, pero la demanda es escasa. “Hay bastones de plata que solo compran los caprichosos, porque cuestan 400 euros”, pero esos ya no se reponen.

Poco a poco van vaciándose las estanterías. En una esquina queda una caja con pequeños sobres que guardan cuchillas de afeitar que hace años que nadie demanda, aunque sí las brochas. “Ya no me queda ninguna y también las pide la gente joven, como las navajas ”. No hay fecha concreta para el cierre, aunque se sabe que será a lo largo de 2018. Para entonces, esta caja de sorpresas estará casi vacía y se habrá ido un cachito de la historia de la ciudad.