El miércoles se cumple el centenario del nacimiento de Ramón Esnaola. Una persona que entregó lo mejor de sí mismo a su país y a su pueblo. Con 19 años se alistó voluntario y luchó en la guerra con el batallón Loiola. Después, pasó varios años en campos de trabajo, en condiciones infrahumanas. A la vuelta, lejos de dejarse invadir por el rencor, se dedicó a impulsar la cultura a través de la música: fue director de las bandas de Legazpi y Urretxu, aprendió a tocar el txistu para después poder enseñar a los niños y fue profesor de la escuela de música.
Esnaola nació el 2 de noviembre de 1916 en Goiko Kale. Con solo 10 años empezó a trabajar en una fábrica de mimbre y con 15 le contrataron en la empresa Orbegozo.
La afición a la música le venía por vía paterna. Su padre tocó el clarinete en las bandas de Beasain, Urretxu y Zumarraga. Con 10 años empezó a tocar el piccolo en la banda de Beasain (su familia residió durante algunos años en esta localidad) y después aprendió a tocar el clarinete. A los dos años de entrar en la banda de Zumarraga, ya era clarinete principal.
Tenía intención de ir de voluntario al servicio militar, pues así podría tocar en la banda e ir al conservatorio, pero la guerra truncó sus planes. Se alistó voluntario con 19 años y no volvió a casa hasta bien cumplidos los 26. Fue miembro del batallón Loiola hasta que los italianos los tomaron presos en Limpias (Cantabria). De Castro los llevaron a Santoña y de allí a Sanlucar la Mayor (Sevilla), a construir carreteras. También estuvo en Cádiz y en Badajoz, haciendo pistas para los italianos. Se licenció, pero le volvieron a llamar. En una entrevista concedida a la revista local Otamotz en 2006, recordaba que aquella segunda vez fue peor que la primera. “Con 23 años pesaba 42 kilos... ¡con ropa y todo! Piojos, ladillas, sarna...”. Le ayudó una monja navarra, que le daba ropa y vigilaba la portería para que pudiera salir a pasear.
El mismo día en el que volvió a casa, se presentó en la fábrica. Y retomó la actividad musical, por supuesto. En casa no les sobraba nada, eran 12 hermanos, y empezó a tocar en el grupo Los bohemios del Goierri para aportar un poco de dinero a la economía familiar. También tocó en la orquesta Beotibar de Tolosa. En Navarra cobraban muy bien y volvían con las maletas llenas de comida, pero tuvo que dejar este grupo porque faltaba mucho al trabajo. Después creó la orquesta Urola, con la que tocó en infinidad de bodas hasta mediados de la década de los 80.
Bandas Además, tocó en las bandas de Urretxu y Zumarraga y le llamaban para tocar con las de Beasain, Bergara y Ordizia, entre otras. Dirigió las bandas de Legazpi y Urretxu.
Por si todo esto fuera poco, aprendió a tocar el txistu para que este instrumento no se perdiera en Urretxu y Zumarraga. Tras aprender a tocar el instrumento con un libro comprado en la tienda Erviti de Donostia, se dedicó a enseñar a tocar el txistu a los niños. Sus primeros alumnos fueron sus dos hijas y sus cinco sobrinos. “Tuve la banda de txistularis más joven: el más pequeño tenía 7 años y el mayor 12”, recordaba con humor. Regaló 17 txistus a otros tantos niños.
Además, ya jubilado, empezó a dar clases de solfeo a petición de la Asociación de Padres. Cuando se fundó la escuela de música Secundino Esnaola, pasó a ella. Dio clases de solfeo y txistu hasta 1995. Después, se dedicó a componer: compuso 32 piezas para txistu y el himno de Legazpi. Y siguió aprendiendo a tocar instrumentos, hasta que el médico se lo prohibió.
“¿Hasta dónde hubiera llegado si hubiera tenido ocasión de estudiar? A saber. Quizá hubiera fracasado, pero...”. Seguro que no hubieras fracasado, Ramón. Tan seguro como que Urola Garaia está en deuda contigo.