en fecha reciente he hecho una visita al Peine del Viento para comprobar el resultado de las obras de acondicionamiento de la ladera de Igeldo, que en la última primavera sufrió corrimientos de tierras provocados por las lluvias. Una red, a modo de la utilizada en la vertiente norte de Urgull, ha sido colocada para sujetar la roca del acantilado y, aunque el impacto visual respecto al entorno natural que le rodea, resulta marcadamente alterado, el trabajo realizado supone la mejor lente para entender la dificultad de compaginar naturaleza y artificio. Nada parecido sucede con el muro de hormigón colocado en la parte alta de la plaza, a lo largo de la pequeña plataforma elevada, que impacta gravemente el límite de encuentro entre las vetas orgánicas del flysch con la textura del adoquín de Porriño, a través del irregular canto rodado que evoca la sensibilidad de los mejores jardines japoneses. Luis Peña Ganchegui formalizó en el Peine del Viento un espacio desocupado abierto al mar, acentuando la puesta en contacto de los valores materiales naturales y artificiales de una manera espiritual, en la que la reducción de elementos, trasciende la belleza y secretos de la naturaleza. Toda esta sinfonía cuya visión rezuma poesía, queda rota y maltrecha por el monstruoso muro, que parece colocado por mano inculta y enemiga. He oído decir que su presencia es temporal, pero en obras de carácter pasajero, los muros se colocan sobre alfombras de plástico que, una vez terminado el trabajo, puedan fácilmente y sin deterioro alguno levantarse, sin dañar el estado de la obra afectada. Este no es el caso del muro en cuestión, colocado directamente sobre el pavimento que seguramente se verá afectado por su peso y el impacto de la masa líquida del hormigón infiltrada en la rugosidad del pavimento.
Precisamente respecto de la rugosidad del pavimento, he oído desde diversas fuentes que el Ayuntamiento pretende el pulido del mismo en la zona del paseo para facilitar el paso de vehículos de discapacidad motriz. Craso error. En mi paseo coincidí, entre los muchos visitantes, con una señora mayor que recorría la plaza conduciendo un pequeño vehículo de cuatro ruedas sin mayor dificultad que el resto de visitantes a pie. Este encuentro echa por tierra el malentendido de que la rugosidad del pavimento impide el paso a la misma al conjunto de personas que sufren discapacidad motriz. Por supuesto que el pavimento presenta una cierta dificultad mayor que un pavimento liso, pero precisamente la rugosidad de la piedra de Porriño llevada a todos los elementos de la plaza le concede un plus orgánico, como parte de la naturaleza frente al mar. Pedir su pulido sería poco menos que, pedir urbanizar las campas de Urbia o la subida a Txindoki. Su encanto reside precisamente en su particular textura, que lo diferencia de lo artificial domesticado. Luis Peña Ganchegui, en la plaza del Peine del Viento, nos dio una lección del entendimiento de la materia, en acuerdo absoluto con el tratamiento textural de las esculturas de Eduardo Chillida, poniendo de manifiesto en la materialidad de la piedra el espíritu que anima a la materia a expresarse con el carácter propio de la naturaleza.
El segundo valor arquitectónico que quiero reivindicar, hace referencia a la noticia reciente publicada en la prensa sobre la pretendida destrucción del viaducto de Iztueta y su reconversión en una vía de tráfico rápida con los mismos cometidos, que transcurra bajo las vías del ferrocarril. Todo ello, al parecer, acometido por la necesidad acuciante de realizar obras de restauración en algún arco del viaducto y mostrado a la ciudadanía equivocadamente como solución a la supuesta barrera atribuida al viaducto por dificultar la relación de Gros con Duque de Mandas. Su realización resultaría otro acto de menosprecio a la cultura y al patrimonio arquitectónico de la ciudad, al tiempo que, al contrario de lo pretendido por la noticia de prensa, cerraría los varios pasos existentes hoy en día bajo el viaducto, como unión entre Gros y Duque de Mandas, la Estación del Norte y el Paseo de Francia.
El viaducto de Iztueta se construyó en 1944 con la intención de resolver el tráfico existente entre el centro de la ciudad y el barrio de Egia, función que ha resuelto de manera excelente y sin problemas durante 72 años. Su construcción como monumento urbano con vía de tráfico en su azotea resultó en su momento muy alabado y sus múltiples arcos han permitido el paso y la comunicación, al principio entre Gros con Duque de Mandas, el Hospital Mola y el barrio de Egia, y posteriormente, a partir de la reconversión del Hospital en Juzgado y abrir el magnífico Paseo de unión entre Duque de Mandas y el puente de Santa Catalina, los numerosos arcos han posibilitado la relación de Gros con este Paseo, la estación del Norte y el Paseo de Francia. En ningún momento ha resultado barrera alguna para la población del barrio de Gros, sino al revés, lugar de paso y relación con Duque de Mandas y Egia y, en su momento, con el campo de fútbol de la Real Sociedad y Tabakalera.
La pretensión municipal de sustituir el viaducto por un paso bajo las vías ha sido tema recurrente en la historia del viaducto y siempre rechazado por constatar que el paso bajo las vías, al ser el punto de cota más baja de la ciudad, sufre cada cierto tiempo, inundaciones importantes que impiden el paso a su través. Yo, nacido en el barrio de Gros en el 36 del siglo pasado, a lo largo de mi vida recuerdo varias inundaciones en la calle de Iztueta que pasa bajo las vías debidas a trombas de agua caídas por motivo del fenómeno llamado gota fría. Recuerdo haber visto ríos de agua descendiendo por la Calzada de Egia y Aldakonea que inundaban la calle Iztueta hasta alturas respetables, constatables todavía por señales existentes en algunos establecimientos de la zona. Si estas inundaciones sucedían en una calle que transcurre a -2,30 metros bajo el nivel de las vías del tren, figúrense en una calle que se pretende para el paso de camiones y autobuses que, a juzgar por otras de similar tráfico, requiere alturas de 5,50 o 6 metros, como gálibo bajo las vías. Si añadimos a las inundaciones, la desaparición de los múltiples pasos de unión y comunicación peatonal y bicicleta entre Gros con Duque de Mandas y la Estación del Norte, excepto por los puntos extremos de inicio de la depresión viaria, la sustitución pretendida carece de sentido urbano.
A mi entender, el viaducto de Iztueta hay que mantenerlo con criterio de monumento urbano y restaurar sus arcos, como se ha asumido la restauración de los puentes de la Zurriola y el de Mundaiz. Una vez restaurado el monumento, además de mantener los pasos de comunicación entre Gros con Egia y la Estación del Norte, aprovechar el resto de arcos como ubicación de espacios comerciales como cafés, guarderías o mercadillos permanentes de artesanía o de productos del país, con soluciones formales semejantes, a los existentes en Berlín y París bajo las vías del tren. Además de ser puntos importantes de atracción ciudadana, podrían resultar al mismo tiempo, lugares de aporte económico para las arcas municipales. Desde estas líneas pediría a los responsables municipales, tengan en cuenta las razones arriba expuestas para corregir los errores cometidos en la Plaza del Peine del Viento y enterrar las intenciones de intervención en la misma plaza, así como la idea de desaparición del monumento del viaducto de Iztueta, acometiendo al mismo tiempo las concesiones necesarias para el enriquecimiento comercial de su estructura.