Los miembros de la coral Orkatz de Zegama que a finales de los años 80 dieron el sí al intercambio de corales que les propuso la agrupación de Bergara no se imaginaban la que estaban liando. A los zegamarras les tocó acoger en sus casas a los miembros de la coral de Santa Sadurní d’Anoia y lo que iba a ser un simple intercambio acabó en una bonita historia de amor. A simple vista las dos localidades no tienen demasiado en común, pero el flechazo fue de órdago. Tanto, que las dos localidades acabaron hermanándose. Y hay familias y cuadrillas que viajan todos los años en una y otra dirección para ver a sus amigos.

Es el caso de las familias Urpí-Bricollé y Olarte-Azurmendi. La catalana Gloria Bricollé recuerda muy bien cómo empezó todo. “A finales de los años 80 yo formaba parte de la coral Sant Sadurní y una de las primeras actividades en las que tomé parte fue un intercambio con corales vascas. A nosotros nos tocó ir a Zegama y después fueron ellos los que vinieron aquí. La relación cuajó y desde entonces nos encontramos todos los años e incluso hemos intercambiado nuestros repertorios”.

Los integrantes de las corales se hospedaron en las casas, por lo que se acabaron creando lazos muy estrechos. “Todavía no ha habido matrimonios entre vascos y catalanes. Tampoco contactos formales, o por lo menos yo no los he detectado. Aunque me imagino que contactos informales sí habrá habido”, bromea la catalana.

Y entre algunas familias la relación es muy especial. Ellos y sus hijos (Marcel y Jaume), por ejemplo, son amigos íntimos de Iñaki Olarte, Maider Azurmendi y sus hijos (Etor y Eneko). Se ven varias veces al año e incluso han ido juntos de vacaciones. Bricollé explica el porqué de esta buena química. “Tenemos muchas cosas en común. Nuestros hijos son de similar edad, a todos nos gusta la montaña... Nos vemos por lo menos dos veces al año. Solemos ir a Zegama y ellos vienen a Sant Sadurní. Nosotros vamos a las fiestas que se organizan allí y ellos vienen a las de aquí. Además, mi marido ha participado cuatro veces en la maratón Zegama-Aizkorri. También hemos coincidido en bodas y funerales. Incluso hemos ido juntos de vacaciones. Hemos estado en Normandía, Costa Brava, Costa Daurada, Bilbao, Barcelona...”.

Cuando van a Zegama, intentan prolongar la estancia lo máximo posible. A veces, se quedan hasta el lunes. “En esas ocasiones, nos gusta desayunar juntos y acompañar a los niños a la escuela. Después, compramos chuletones y queso. Nos los comemos nada más llegar a Catalunya, para seguir saboreando el viaje”.

Tienen más rutinas. Por ejemplo, allá donde van visitan un zoo y como buenos integrantes de agrupaciones corales, todas las comidas acaban con un recital de canto. “El hijo mayor de ellos es un zoólogo consumado. Siempre que vamos a un lugar, tratamos de ver animales vivos. Y allá donde vamos, comemos bien y cantamos. Me gustan todas las canciones vascas, pero mis favoritas son Aita gurea y Jeiki, jeiki, etxekoak”.

A los zegamarras también les gustan las canciones catalanas. Recuerda que la coral Orkatz les sorprendió interpretando una versión de la canción El rossinyol. “Lloramos de la emoción. La interpretaron de maravilla. La pronunciación la practicaron con un ciclista catalán que vivía en Zegama”.

Le gusta mucho la localidad goierritarra y aprecian a los zegamarras. “Nos encanta el enclave. Aizkorri y Goierri, en general. Yo creo que ha sido uno de los puntos clave del éxito del hermanamiento. El carácter de los zegamarras también ha ayudado. Es muy fácil llevarse bien con la gente de Zegama. Después de comer, todo fluye. Todo el mundo dice que los vascos son cerrados, pero yo paseo por Zegama como por la calle Cavallers de mi pueblo: todo el mundo me saluda. El queso y las sociedades también me gustan mucho. Me encanta el bacalao que prepara Iñaki y las alubias con berza que comemos el día de la feria de San Martín”.

Pero lo que más les impresiona es la organización de la maratón Zegama-Aizkorri. “Es algo ejemplar. Que un pueblo tan pequeño organice una prueba así, es la leche. Hacen un gran trabajo, pasan noches sin dormir, sin perder la sonrisa en ningún momento. Organizan una prueba de prestigio mundial en un pueblo pequeño y consiguen que no se formen colas ni embotellamientos. No sé si habrá nada comparable en ningún otro pueblo. Yo, desde luego, no conozco nada similar. Animo a todo el mundo a que se acerque a Zegama, sobre todo el fin de semana de la maratón”. La maratón es precisamente hoy y, como todos los años, se han dado cita muchos catalanes. Y en el folleto de la prueba aparece la propia Bricollé, animando a Kilian Jornet, con una senyera en la mano.

Bricollé cree que los zegamarras han dado un paso adelante de la mano de esta prueba. “Conozco Zegama desde antes de que empezasen a organizar la maratón y para mí ha sido una sorpresa cómo ha crecido el pueblo de la mano de este proyecto. Creo que ni siquiera ellos esperaban algo así”.

Gratificante Al igual que tampoco esperarían acabar teniendo tantos amigos en Catalunya. Porque en Sant Sadurní y Zegama hay más familias hermanadas. “Es una experiencia personal muy gratificante. Hemos vivido muchos buenos momentos juntos y guardamos infinidad de anécdotas. Recuerdo, por ejemplo, que nuestros hijos no hablaban en castellano y los de Maider e Iñaki tampoco, pero se entendían perfectamente. Era muy divertido verles. La relación les ha servido para practicar el castellano. La verdad es que los dos pueblos no se parecen mucho, pero hay puntos en común. Todos somos gente trabajadora y con ganas de cuidar nuestra cultura y costumbres. Además, nos gusta mucho comer y beber. También hay gente a la que le extraña que vayamos tanto a Zegama. Yo les digo que voy a mi casa del Norte”.

Ahora que se han puesto tan de moda las series y las películas sobre la relación entre los pueblos de la Península, los zegamarras y los catalanes bien podrían protagonizar una de ellas: Allí a la izquierda. O Allí a la derecha, vamos. l