Érase una vez un niño no muy comilón que, de repente, empezó a pedir dos bocadillos para su almuerzo. Los padres, en principio contentos por el repentino apetito del chaval, empezaron a sospechar algo extraño. Finalmente, comprobaron que el almuerzo suplementario estaba destinado a su amigo del colegio, uno de los estudiantes del barrio de Altza con dificultades de alimentación a causa de la crisis.
La historia no cayó en saco roto y un grupo de personas de las asociaciones del barrio empezaron a moverse para tratar de enderezar una situación que se iba a agravar al finalizar el curso, ya que los colegios cerrarían sus puertas y la comida segura de cada día iba a desaparecer hasta septiembre.
El integrante de la asociación de vecinos de Larratxo, Juan Luis Apalategi, recuerda que, en junio, preocupados por la situación, empezaron a pensar cómo poder alimentar de modo adecuado a los escolares que, a causa del verano, se iban a ver afectados en su nutrición. “Hablamos con las cuatro directoras de los centros escolares del barrio y se envió una circular a todos los alumnos de los colegios para que se apuntasen en el caso de tener necesidad de alimentos”, explica. Este método dejó claro que ocho familias, con un total de 25 miembros, iban a necesitar ayuda para comer.
Una vez vista la necesidad real, trataron de reunir materias primas para el desayuno -leche, galletas y cacao- y pusieron una mesa de recogida que en una hora llenó todas sus expectativas. Pero después se dieron cuenta de que el problema no se quedaba solo en el desayuno.
Las comidas del mediodía eran una necesidad aún mayor. Pensaron en cocinar en la sociedad gastronómica que tiene la asociación Elkartasuna, de la calle Santa Bárbara, y entregar allí las comidas. “Pero se enteraron en el Ayuntamiento y nos pusieron pegas por salubridad, higiene... y, aunque lo entendimos, creíamos que había que actuar ya”, prosigue.
Finalmente, la buena suerte quiso que uno de estos vecinos solidarios conociese al director de la residencia de mayores de Berra, que se comprometió a cocinar cada día 25 menús más, además de envasarlos, con el fin de paliar las necesidades de las ocho familias apuntadas al plan de solidaridad ideado por los propios vecinos. Estos menús -“equilibrados y sanos”, como recalca Apalategi- han estado siendo entregados en la sociedad Elkartasuna dos días por semana a las familias. El párroco de Altza, Javier Hernáez, ha sido el encargado de llevar a cabo el reparto, con citas independientes para cada familia, de modo que puedan tener un momento de charla e intimidad a la hora de acudir a recoger los platos.
más barrios Juan Luis Apalategi recalca que la labor solidaria que se ha gestado este verano en el barrio de Altza es necesaria también en otros puntos de la ciudad. “No es un problema de este barrio, pero nosotros no podemos abarcar más zonas; de todas formas creemos que en todos los barrios existe este problema y que mucha gente, por vergüenza o por lo que sea, no quiere decir que necesita alimentos”.
Para él, las ayudas públicas de las instituciones no son suficientes. “Hay gente que tiene que pagar el alquiler o la hipoteca y en verano no hay comedor escolar, por lo que hay familias que se quedan sin recursos”, recalca.