dONOSTIA - Por decimosegundo año consecutivo, miles de piratas zarparon ayer desde el muelle donostiarra con el objetivo de conquistar el oro que supone pisar la arena de la playa de La Concha, escasa en esta ocasión por la alta marea. Tras dedicar gran parte de la mañana a la construcción de sus propias embarcaciones y recargar las pilas durante la comida pirata en la plaza Zuloaga, alrededor de 400 balsas aguardaron en el puerto al txupinazo de las 17.00 horas que da comienzo a la locura marítima.
Como cada verano, la capitana Ezkila fue la encargada de lanzarlo: puso en marcha a todos los corsarios al grito de: Gora Donostiako piratak! Abordatzera! Estos ya habían invadido el muelle con sus balsas, hechas con tablas de madera, bambús, cuerdas y palés en la gran mayoría de los casos.
La espera hasta que las motoras de las isla se retiraron de la bocana para que las balsas encararan el mar Cantábrico no pudo ser más amena. Además de la comida pirata, el concierto que ofreció Arcada Social en la Flamenka entretuvo a algunos piratas que, como dice la canción, decidieron tomarse unas botellas de ron antes de zarpar para meterse en el papel.
Por otra parte, varias cuadrillas aguardaron en sus barcas mientras ondeaban banderas piratas e ikurriñas que, junto con los clásicos flotadores de cocodrilo y de ruedas negras, contrastaban con el azul del mar. Otros iban por libre, con simples colchonetas que no les supusieron gran trabajo e incluso hubo a quienes no hicieron falta ni unos manguitos para echarse al agua, mientras sonaba la banda sonora de Piratas del Caribe.
TAPÓN EN LA BOCANA Y OLAS El atasco en la salida del puerto fue considerable, las embarcaciones chocaban unas con otras e incluso alguna de ellas llegó a rozar el dique. “La bocana se ha quedado pequeña, ha sido una locura”, aseguró Mikel Fernández. Entre escalofríos a su llegada a la playa, echó de menos el ambiente vivido en anteriores ediciones: “Esta vez hemos salido en serio e íbamos solos, la salsa se ha quedado más atrás”. Al embotellamiento se sumaron otras dificultades como los malvados piratas, participantes sin balsa que se subían a otras con la intención de complicar el ansiado desembarco en el arenal donostiarra.
Muchos de los componentes de cada cuadrilla contaron, además de con los indispensables remos de piraguas o pequeñas zodiacs, con pistolas y globos de agua para tratar de hundir las embarcaciones rivales en la carrera por la bahía donostiarra.
El público abarrotó las barandillas desde las que se podía disfrutar del espectáculo. Los petriles del puerto, la pasarela del Náutico, el monte Urgull, la barandilla de La Concha e incluso el gabarrón acogieron a miles de curiosos que no desviaban la mirada del mar. Los turistas extranjeros que comían marisco en los restaurantes del muelle repetían constantemente “that’s great”, prueba de que, pese a no dar crédito a lo que veían, estaban disfrutando de lo lindo.
Tras superar a los yates de la bahía, algunas de las balsas lograron vencer al fuerte oleaje, que dio más de un susto a los participantes y complicó el desembarco en La Concha. De hecho, varios tripulantes tuvieron que ser atendidos a su llegada al arenal, ya que sus balsas no resistieron las embestidas con las que les recibieron las grandes olas en la orilla.
Otros piratas, en cambio, no se enfrentaron a esas olas: se hundieron por el camino y algunos no lograron ni salir del muelle. Les queda el año que viene para volver a intentar alzar su bandera en La Concha.