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La cuerda urbana habita en Donostia

CRISTINA ENEA, ULIA Y EL NÁUTICO SON LOS TXOKOS DONDE SE PRACTICA la técnica de ‘SLACKLINE’

La cuerda urbana habita en Donostia

Seguramente, tras ver a varios jóvenes haciendo equilibrios sobre una cuerda atada a dos árboles u otros tipos de sujeción, hayan pensado que los malabaristas del circo andan por la ciudad preparando alguna actuación. Y es que esta actividad, conocida como slackline (cuerda floja), que durante los últimos dos años se ha asentado en Donostia, está muy ligada al funambulismo. Pero, realmente, su origen poco tiene que ver con las carpas, los payasos y los domadores.

El monte Ulia, el parque Cristina Enea, el Náutico y algunos riachuelos cercanos a la capital guipuzcoana son los lugares preferidos por los equilibristas de Donostia, una ciudad donde hasta hace apenas dos años no se conocía este deporte, que exige flexibilidad y concentración. De hecho, por aquel entonces, esta técnica solo era practicada por media docena de jóvenes, entre los que se encuentra Andoni González. Este oiartzuarra de 22 años comenzó a adentrase en el mundo del slackline de la mano de un amigo navarro que estudiaba en Donostia. Desde entonces, él y su grupo han practicado este deporte en la ciudad y sus alrededores e incluso han intentado promover la organización de algunos eventos como el celebrado el pasado mes de mayo en Cristina Enea, una actividad que formó parte del programa del festival cultural Olatu Talka, previo a la capitalidad de 2016.

“En ese parque organizamos un evento, con permiso del Ayuntamiento, al que acudieron 300 personas”, recuerda González, para quien fue todo un éxito. “Pusimos 16 cuerdas que nos prestó la asociación bilbaína de slackline, Flow Balance, y estuvimos allí desde las 16.00 hasta las 20.00 horas”, asegura. La citada agrupación, junto con Iñigo Manso, se ha extendido a Tolosa, donde se celebrará un festival de slackline en septiembre.

En el parque de Egia instalaron distintas áreas para captar a todo tipo de públicos: una de iniciación, en la que colocaron cinco cuerdas bajas y otros tantos monitores; otra de trickline (cuerda de trucos), en la que varios slackliners de Bilbao ofrecieron una exhibición para que la gente apreciase las maniobras que se pueden hacer sobre la soga; la del longline (cuerda larga), donde pusieron una cinta de 70 metros, y otra zona a la que bautizaron como Trae tu cuerda.

Sin embargo, los ciudadanos no siempre reaccionan de forma positiva. “Algunos nos llaman la atención porque creen que dañamos los árboles y otros se dirigen a los municipales directamente”, explica González, quien cree que “al final lo que no se conoce parece que no se puede hacer”. Por ello, antes de atar la cuerda, él y su grupo colocan un protector en cada tronco de árbol. “Intentamos no lastimar nada, aunque eso son hipótesis de cada uno, quién sabe si no estamos enderezando el tronco”, opina este apasionado del slackline, para el que esta técnica no se parece al funambulismo: “Nosotros utilizamos los brazos en vez de la pértiga y, además, ellos andan sobre un cable de acero y nosotros encima de una cuerda flexible que rebota, por lo que el control del equilibrio es diferente.”

González, a quien el slackline le ayuda a abstraerse de lo que le rodea, insiste en la constancia como elemento esencial para lograr un equilibrio eficiente sobre la cinta, aunque también incide en la importancia del tono muscular, que “es lo que te permite detener la vibración de la cuerda”.

Este apasionado explica que a partir de esta disciplina han emergido otras modalidades como el waterline (cuerda de agua) y el highline (cuerda alta), entre otras. La primera se diferencia del slackline en que la cuerda se sitúa sobre el agua. Por su parte, el highline es la modalidad más extrema dentro de este deporte, ya que se ejecuta a más de 20 metros de altura, por lo que se suele utilizar un equipamiento de seguridad. “Dependiendo de dónde estés, cambia tu percepción, ya que no es lo mismo fijar un punto que no se mueve u otro que está en movimiento, como el agua”, afirma.

ORIGEN FORTUITO El nacimiento de este deporte fue tan inesperado como reciente. En la década de los ochenta, Adán Grosowsky y Jeff Ellington se encontraban en el valle californiano de Yosemite practicando escalada y, para entretenerse, decidieron caminar sobre las cadenas que delimitaban los parkings de estacionamiento. Entre subida y subida, con el objetivo de no quedarse fríos y estirar los músculos, continuaron aplicando ese “juego” con las herramientas que utilizaban para acometer las ascensiones, hasta que, con el paso de los años, tanto el material como el propio deporte, que se practica a nivel profesional en la actualidad, fueron evolucionando.