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"Colaboro con los religiosos de África porque a los sitios más jodidos no va ni Dios"

Como muchos, este donostiarra de la Parte Vieja quería ser bombero de niño. Ahora, a sus 56 años, salva vidas en su trabajo si se tercia e intenta hacerlo en África

"Colaboro con los religiosos de África porque a los sitios más jodidos no va ni Dios"

donostia - Javier Pujol es suboficial del Cuerpo de Bomberos de Donostia y dedica sus periodos de vacaciones a viajar a África y trabajar en proyectos de traída de aguas, colocación de placas solares y construcción de dispensarios, entre otras tareas. Este experto en mantenimiento y emergencias es feliz con su trabajo porque no deja de aprender.

¿Siempre quiso ser bombero?

-Sí. De niño quería ser bombero, policía de moto o astronauta. Me gustaba y con el tiempo lo he conseguido.

¿Cómo llegó a la profesión?

-Estudié en Jesuitas y luego en el instituto Peñaflorida. Después de COU, mis padres me dijeron que hiciera alguna carrera, pero fui a la mili, que era obligatoria. Al ir como voluntario, pude estar tres meses en Vitoria y los otros 17 aquí. Entonces no podías conseguir ningún trabajo sin la mili hecha, aunque iba a un taller de electrónica. Acabé el servicio militar con 21 y empecé con mi mujer, que es maestra. Con 22 años hice oposiciones y con 24 era bombero.

¿Viaja mucho a África, pero en Donostia no se ha movido de la Parte Vieja?

-Yo nací en Reina Regente y luego pasé a la calle Aldamar. Mis padres tenían la sastrería Pujol de la calle Garibay, al lado de lo que era cafés Panchito. Mi mujer, Inmaculada Iraola, también es de la Parte Vieja. Vivía en la calle Narrika. Nos casamos, fuimos a vivir a Fermín Calbetón y ahora estamos en la calle San Juan. Siempre hemos vivido en lo Viejo. En el pasado, el Boulevard era la frontera.

Su padre era sastre. ¿De ahí le viene ser tan mañoso?

-Era un autodidacta. Tanto mi padre como mi madre tenían la carrera de Magisterio y eran practicantes (hoy serían enfermeros). Además, mi padre era profesor de Electrónica en el Instituto Obrero, que era una Formación Profesional que tenían los Jesuitas. Por circunstancias, mi padre se tuvo que quedar en la tienda, aprender a cortar trajes..., además de ser profesor. Aprendí con él electrónica.

¿Qué es lo que más le gusta de la profesión de bombero?

-La verdad es que me gusta todo. Todo es divertido. Lo bueno que tiene ser bombero es que, aunque llevo 31 años trabajando, todos los días aprendo algo. Ahora, por ejemplo, estamos estudiando cómo sacar a los heridos de los vehículos eléctricos. Tenemos que saber cómo hacerlo porque hay cables de alta tensión con los que te puedes electrocutar.

También se pasarán malos ratos, ¿no?

-Hombre, pues sí. A veces te sube la adrenalina que no veas. Hace seis años me rompí la cadera en una intervención de una vivienda de la calzada de San Ignacio. Me caí hacia atrás y estuve seis meses de baja.

¿También arregla el material de trabajo en el taller que tienen?

-Claro, muchas veces arreglamos nosotros el material. El presupuesto es justo y me gusta hacerlo.

¿Cuándo empezó a ir a África?

-Desde siempre teníamos inquietudes por conocer cómo era África y el cura que nos casó era un tío de mi mujer, un misionero que había estado en Ecuador. Con 26 años teníamos ya comprado el piso, trabajábamos los dos, yo tenía mi moto -que me gusta mucho- y cuando tenía 28 años, y por recomendación del misionero Leonardo Esnaola, decidimos ir por primera vez a Ruanda, un país que era tranquilo entonces. Allí había cinco misioneros vascos y estuvimos un mes mi mujer y yo. Teníamos una motobomba que estaba parada y la colocamos. Estos misioneros tuvieron que salir por la guerra en 1994 y luego volvieron, hasta 1998. Asesinaron a Isidro Uzcudun y a los dos años, a José Ramón Amunarriz, aunque dijeron que fue un accidente.

¿Y tras ese primer viaje siguió hasta hoy?

-Sí. Más tarde, mi mujer dejó de ir porque se daba cuenta de que allí no podía hacer mucho técnicamente y, además, tuvimos a los chavales, que hoy tienen 21 y 18 años. Pero siempre he dicho que el trabajo en África ha sido de los dos, aunque yo fuera allí y ella se quedara aquí. Llevo unos 30 viajes.

¿No acostumbra a ir de la mano de ONG?

-Cuando empecé a ir a África no había mucha gente que fuera. Yo conocía Medicus Mundi y fui una vez con ellos a colocar unos grupos electrógenos. Más tarde, como iba conociendo a grupos de monjas y curas, me llamaban para ir al Congo. Además, cuando la guerra de Ruanda, hace 20 años, formamos un grupo de personas de distintos lugares que colaboramos en proyectos de allí. Ahora, por ejemplo, estoy con una obra de aguas en Mukila (Congo) y tengo una conocida, que es geóloga, con la que colaboro. Esta compañera estuvo también conmigo en Ruanda y en Haití antes del terremoto. Estábamos preparando planes para instalar paneles solares y sistemas de depuración de agua. Hicimos el proyecto, se llevó allí todo el material y cuando estábamos listos para montarlo sucedió el terremoto. Los materiales que estaban allí los aprovecharon.

¿Siempre está relacionado con religiosos en África?

-Pues sí, porque a los sitios más jodidos no va ni Dios. Muchas ONG son de fuerza de choque, para emergencias. Pero en proyectos a largo plazo suele haber religiosos. Son países heavies y los que están desinteresadamente, aunque tengan su pedrada por lo que sea, suelen ser curas y monjas. He estado en el Congo con las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y por ellas empecé a colaborar con el jesuita Alejandro Aldanondo, de Idiazabal, en el pueblo de Itenga de la región de Popokabaka del Congo. Ahora quiere crear un convento y un dispensario médico allí. Si van monjas, la educación y la salud están gararantizadas. En febrero y en abril estuve con las Franciscanas del Santo Espíritu de Montpellier en el Congo, terminando un proyecto para suministrar agua en la zona de Mukila. En noviembre, con las hermanas de la Caridad de Santa Ana, con otro proyecto de aguas.

¿Por qué tantos proyectos de traída de aguas?

-En estas zonas de África que no son sabana, la gente no vive en los valles sino en las colinas, porque así se defiende de los animales, los mosquitos y la malaria. El agua está abajo y tienen que andar todos los días hora y media. Por eso es muy importante que tengan agua potable. También lo es la electricidad. Este mes iré a Guinea a colocar paneles solares.

¿Irá solo de nuevo a este viaje?

-Sí. Aunque ahora, después de tantos años, pongo tres condiciones. Primero, ir delante en el coche; segundo, cerveza, porque sudo un montón; y la tercera, y más importante, que siempre haya dos personas conmigo para que vayan aprendiendo lo que hago y sigan haciéndolo después.