JOSÉ Antonio Egaña tiene alma de torero, genio y figura. Eso no se pierde nunca aunque uno haya dejado el traje de torear, el castoreño, la chaquetilla dorada y la puya. El único picador que ha dado Gipuzkoa al mundo taurino, como él afirma, vive en Bilbao pero se siente debarra hasta los tuétanos.

Nació hace 67 años "en la casa del alguacil". Quizás le viene de ahí su carácter serio y cumplidor, un hombre al que los chavales calificarían de legal. Deba ha dado grandes toreros de a pie y sus nombres engrosan la nómina de la historia de la tauromaquia, pero este es el único torero a caballo, de los de castoreño y oro, que ha nacido en esta villa marinera y torera donde las haya. Al menos una vez por semana sube caminando a la cima del monte Andutz, echando una mirada a las hoy ruinosas paredes del caserío familiar, Txapasta, donde otrora su abuelo tuviera toros y vacas bravas. "Eso es sagrado", confiesa.

"Andutz, Txapasta, los montes de Izarraitz, los toritos que han existido desde siempre aquí, Lastur, mi familia de Deba con la que nos reunimos en comidas en muchas ocasiones… Eso no se puede pagar con nada", añade. En Andutz se relaja, se sienta junto a la cruz y no se cansa de mirar al mar, a su costa salvaje, esa que tantas y tantas veces ha taladrado con su mirada. "No, no; no hay dinero en el mundo para pagar semejante belleza", comenta ensimismado.

Y aquí se hizo torero, le entró la afición.

Sí, sí. Fíjate que mi padre tenía panadería en el pueblo, en Deba, la panadería Txapasta, pero lo mío eran los toros. Teníamos toros en las faldas de Andutz que mi abuelo llevaba a los pueblos en fiestas como Tolosa, Azkoitia, Elgoibar… para sokamuturra y suelto. Luego iba donde Antonio Artetxe Saka. Esos toros, los de Lastur, se hicieron famosos. Andaba con su hijo Axenxio y ahí, en ese ambiente, me entró la afición.

Le brillan los ojos cuando rememora aquella época en la que se sentía libre como los pájaros. Pero muy pronto se interpuso el estudio en su mundo…

Sí… No había sustento para todos y la familia tuvo que trasladarse a Bilbao. Tenía seis años y en mi cabeza solamente cabían los toros, el caserío, el monte... Los tres meses de verano vacacional los pasaba en Deba. Luego estudié FP en la rama de electricidad y formé mi propia empresa, la misma de la que ahora se encarga mi hijo. Fue una etapa maravillosa, la recuerdo con ilusión.

Electricista, picador de toros…

Así es. Y logré entrelazar perfectamente ambas actividades. En Bilbao cuidaba los caballos de picar de Pedro Pradera en las cuadras de Vista Alegre, les echaba de comer, los sacaba para que caminaran, etc. En aquel tiempo yo sabía que no podría ser matador de toros pero pujaba en la plaza, entonces era así, para participar de banderillero en las novilladas de noveles. Estudiaba electricista, pujaba para banderillero… Hacía de todo. ¡Fui portero en el Indautxu C.F. de Segunda División! Pero muy pronto, pese a que me insistieron para que continuara, opté por los toros. Lo mío eran los toros. Así que dejé el fútbol y me metí de picador de toros… Naturalmente compaginaba los toros con la empresa de electricidad.

¿Cómo encauzó lo de picador?

Pues con Pradera y sus magníficos caballos, ese era el nexo de unión que tenía con los toros. Montaba a caballo para calentarlos antes de las corridas. Comencé como mozo de caballos con catorce o quince años. ¡Qué ambiente había entonces! Me hice profesional con 20 años más o menos, y ahí he estado durante 40 años. Entrenaba mucho y los fines de semana subía los caballos al monte, los montaba…

matías prats

El debut

Egaña debutó como picador de toros en el año 1972 en una novillada en Vieux Boucoau (Francia) y con una terna de auténtico lujo, con toreros que destacaron, posteriormente, como matadores de toros: el portugués Víctor Mendes, el valenciano Vicente Ruiz El Soro y el mexicano Felipe González Felipillo.

¿Cómo fue aquello? ¿Qué tal el comienzo?

Pues cuando monté sobre el caballo y me dirigí a la puerta, momentos antes de salir a la arena, me quedé absolutamente agarrotado por el miedo. Sentí miedo de verdad. Pero cuando el caballo pisó la arena de la plaza agarré con fuerza la puya y remonté la situación.

En una transmisión de una corrida por televisión el locutor, entonces Matías Prats, recalcó: "Este mocetón que pica al toro es José Antonio Egaña, natural de Deba, una localidad guipuzcoana de gran arraigo taurino".

Sí, sí. Matías Prats me hizo una entrevista en la que tuve que explicar con pelos y señales. Era un gran profesional. Recuerdo la anécdota.

Las corridas de toros de hoy parecen menos corridas que las de ayer…

¡Vaya que sí! Antes los toros arreaban fuerte a los caballos y los picadores las pasábamos canutas para ahormarlos, los toros zumbaban fuerte, había que picarlos bien picados. Ahora, efectivamente, no es lo de antes.

premio al mejor puyazo

40 años en los ruedos

José Antonio Egaña permaneció en los ruedos durante cuarenta años. Participó en cuadrillas como la del maestro Rafael de Paula, pasó seis años con el navarro Francisco Marcos Marquitos y otras de renombrados matadores. Ha comprobado las tarascadas de los toros, los derribos y revolcones y alguna que otra rotura de huesos. "Son gajes del oficio", señala. Colaboró durante dos años en la organización de los eventos taurinos de Deba "muy a gusto", pero al comprobar que apenas podía compaginar sus compromisos como torero con la debida atención a su pueblo, lo tuvo que dejar.

Recuerda aquel año 1997 en el que en la feria de Santander le dieron "el premio al mejor puyazo". Ahora, José Antonio Egaña echa de menos los corrales, las cuadras de caballos de Vista Alegre, las plazas de toros… Mata el gusanillo acudiendo, de vez en cuando, a la ganadería de Antonio Bañuelos, en Burgos, donde se crían los denominados toros del frío por la altura en la que pastan y aguantan los rigores del invierno. Allá conoce, además de a Antonio, titular de la casa, a mayorales, pastores y todo el personal de la ganadería.

Y de Burgos a Deba, donde charla con el ganadero Axenxio Artetxe, recorre las laderas de Andutz pasando por Txapasta, Agerre, Lizarreta… O saluda a Joxe Oñaederra, de Zelailuze, en las inmediaciones de Erlo, en pleno macizo de Izarraitz, donde pastan santacolomas y toritos de la tierra, donde continúa viviendo desde tiempo inmemorial el ganado betizu, el torito vasco por excelencia. Aquí revive su historia y mata sus penas José Antonio Egaña, el único picador de toros que ha dado Gipuzkoa.