"esto es un sanatorio, esto es un sanatorio", exclamaba el párroco Don Wenceslao Mayora, artífice de la creación del barrio Izaskun de Tolosa, en su inauguración, en septiembre de 1952. Este año se cumplen 60 años desde que se levantó esta barriada de 88 viviendas sociales en cuya construcción trabajaron de sol a sol los propios inquilinos. Este sábado, unas 250 personas volverán a sus raíces para reunirse en una comida en este legendario enclave.
Hablamos de un lugar atípico, construido con el sudor de sus futuros moradores, un barrio de los de antes, donde todos y todas formaban una gran familia. Este periódico se ha reunido con cinco de los primeros adjudicatarios de los pisos: Antonia Esnaola, Matilde Barbolla, Vicente Valverde, Luis Núñez y Pilar Goenaga, que han tenido a bien recordar aquellos inolvidables años.
"El Grupo de 88 Viviendas Protegidas de Ntra. Sra. de Izaskun", que así es como fue nombrado, fue obra de la Iglesia, concretamente del párroco Don Wenceslao Mayora, que solicitó en Madrid primero 700.000 pesetas y luego 1.525.000 para la edificación de la barriada. Los beneficiarios en el sorteo invirtieron 600 horas de trabajo a cambio de un piso nuevo por un alquiler de 90 pesetas mensuales, con el derecho a la propiedad a los 20 años. Todo un chollo. Además, las empresas de la villa se implicaron y financiaron la construcción. Los pisos se adjudicaron por sorteo entre los trabajadores de dichas empresas: doce en la Papelera la Española, diez en SAM, siete en Mustad, cinco en Arzabalza, cuatro en cartonajes Limousin... y así hasta llegar a 88.
Vicente Valverde fue uno de los afortunados que estrenó casa en el nuevo barrio, un tercer piso del bloque número diez. "Trabajaba en la Papelera Elduayen y nos propusieron la idea de conseguir un piso trabajando en él. En nuestra empresa tocaban cuatro pisos, y muchos se desilusionaron cuando supieron que iba a ser a sorteo, aunque yo tuve suerte", explica Valverde. Luis Núñez también pertenece a la primera generación de vecinos. "Imagínate lo que era poder pagar parte del piso en jornales de trabajo; cien días por vivienda a 30 pesetas. Salíamos del taller y sin quitarnos el buzo a meter más horas en la construcción", recuerda Núñez con una lucidez privilegiada a sus 91 años.
Antonia Esnaola y Matilde Barbolla también rebuscan en su memoria y recuerdan anécdotas de aquellos años. "En una tarde de trabajo mi marido casi se cayó de la ventana de uno de los pisos... ¡Y casualidad, luego nos tocó aquel mismo piso!", rememora entre risas. Eran tiempos difíciles en los que muchas familias llegaron casi con lo puesto.
Matilde Barbolla recuerda que consiguieron para su familia una bajera, "un regalo llovido del cielo". "La primera noche no teníamos nada, ni camas, ni colchón, y dormimos en el suelo de la cocina. Después nos enteramos que era en nuestra cocina donde hacían la masa de cemento...", se ríen todos tras las palabras de Matilde.
En la hoja parroquial que se publicó con motivo de la inauguración del barrio, Don Wenceslao Mayora hablaba así del nuevo barrio: "88 familias obreras, que todavía están creyendo que todo es un sueño, podrán disfrutar de amplias e higiénicas habitaciones, llenas de aire, de sol y de luz". Y es que el barrio se construyó en un tiempo récord, y eso que las obras estuvieron paradas un mes por el aviso de la construcción de la variante, aunque no se hizo hasta pasados varios años.
Historias
El primer televisor del barrio y las cintas bordadas
El barrio Izaskun fue un barrio humilde, pero feliz, donde familias de ocho y diez vástagos compartían muchas veces cama, heredaban las ropas y jugaban en la calle. El párroco había prometido regalar al primer bebé que naciera en el barrio una cama, una cuna y un armario, y la familia afortunada fue la de los Cortés. Andrés Cortés fue el primer niño con denominación de origen del barrio Izaskun.
Los niños y niñas crecieron felices, se jugaba en la calle, al fútbol y a las canicas, y robar manzanas y peras era el mejor divertimento. "El primer televisor del barrio fue el de los Sáez, y como vivían en un bajo, abrían las ventanas de par en par y todos los niños del barrio se ponían en la plaza sentados para ver la televisión", recuerda Pilar Goenaga, que hizo crecer a once hijos en el barrio.
El párroco Imanol Uranga de los Sacramentinos era amigo del barrio y bendijo muchas casas. En la procesión del Corpus las mujeres se afanaban por limpiar y adecentar un hueco que había en la pared, donde colocaban la Virgen adornada con flores y plantas.
Famosas fueron también las fiestas. Tomás Arribillaga sacaba el acordeón y amenizaba las veladas. Las fiestas evolucionaron y muchos recordarán las cintas que bordaban las chicas del barrio con su nombre, que los chicos tenían que coger un palo para después bailar obligatoriamente juntos.
Estampas como la de sacar la lana del colchón a la calle para varearla, la de los niños que bajaban la sillas de casa para ver el circo, o las carreras de calzoncillos son historias de las que ya no quedan. Este sábado habrá ocasión para recordar esas y muchas más historias en un día que promete ser inolvidable.