Alzola, un barrio que brilló con el agua
Este particular enclave de elgoibar pasó de vivir del puerto a convertirse en balneario de moda
Donostia. Sí, Alzola, el barrio Altzola, definitivamente, ha hecho aguas. Atrapada entre la autopista, la carretera N-634 y la vía del ferrocarril Altzola se ahoga. Se ha convertido en la hermana pequeña de Mendaro y vive de su historia, de sus ajetreos comerciales a través del río Deba, de su dorada época balnearia, de recuerdos tan caducos como sus casas. Altzola vive sola, ajada, despojada de su esplendor, como si estuviera dejada de la mano de Elgoibar, su matriz.
Sus paseos solitarios, sus hoteles abandonados, la sombra del señor de Altzola, las ruinas del castillo Andonegi, sus casonas blasonadas vacías, su río Deba que convirtió al barrio en puerto de Bergara y en el que hoy los corcones viven a sus anchas sin que loinas ni truchas puedan hacerles la competencia… En las tardes grisáceas, con la neblina pegada a los árboles de su vieja Alameda, Altzola adquiere tintes londinenses, enigmáticos y solitarios mientras las aguas del Deba discurren bajo el elegante puente de piedra rumbo al mar.
Solamente, gracias a Dios, el viejo balneario, convertido en moderna planta embotelladora de sus famosas aguas minero-medicinales, indican que el barrio aún vive, que sus pocas gentes se encuentran ahí, apegadas a las piedras de las casas aunque hayan desaparecido hoteles, cafeterías, veraneantes y gentes de solera. Ahora queda la penumbra de lo que fue, los evocadores restos de un tiempo que no volverán… Ahí permanece, oxidada, como monumento al último bar, la parrilla de Pako Oñederra en la que tantos y tantos besugos, txitxarros o chuletas se han asado. Y queda la afilada y pizarrosa torre de la iglesia de San Juan junto a los relatos de un barrio en el que los chavales se formaban intelectualmente en la escuela y se forjaban para la vida entre el tumulto de los veraneantes.
Altzola siempre ha pertenecido a Elgoibar, pero ha hecho la guerra por su cuenta, sobre todo en materia de trabajo.
EL PUERTO DE BERGARA
Compraventa de mercancías
El río Deba y Altzola mantuvieron una época idílica siglos atrás, pues se unieron a través del comercio. La cuenca del Deba, en aquella etapa de los siglos XVI-XVII, era la vía natural hacia el mar. La salida más rentable del flujo de Vitoria, con un tramo perfectamente navegable, desde Altzola al puerto de Deba. Fueron, sin duda, etapas florecientes para aquella Altzola que, según Azpiazu, se "convirtió en el centro de la contratación de la zona, adonde es necesario recurrir para conseguir el trigo que se ha desviado de la ruta de Vergara". En Altzola se pensó, incluso, "en la conveniencia" de levantar "una muy buena casa o lonja" que sirviera de carga y descarga o para la compraventa de las mercancías.
El transporte se realizaba en unas lanchas estrechas y largas, acordes con el calado y anchura del río, que denominaban "alas", "pinazas", o "gallupos" según Larramendi, manejadas por tres personas con largas estacas con las que impulsaban las barcazas. Aún se pueden observar las argollas en las que se amarraban las embarcaciones para su carga o descarga en las arcadas de casa Albizkua o en la ferrería, que los vecinos del barrio llaman Errementarixa, y descargaban mineral para su transformación. El transporte de grano, o de lanería, entre Bergara y Altzola se cubría con reatas de burros o acémilas.
Larramendi (1690-1766) en su "Corografia de la Provincia de Guipuzcoa" señala que el río Deba "es bastante caudaloso, y desde Alzola al mar de muy rápidas corrientes. Abundante fue de truchas, pero hoy muy escaso, a causa de las loñas, que traídas del Zadorra de Araba¡, se han multiplicado increíblemente, y son enemigas de las truchas y las persiguen y comen. Navégase el Deva desde su entrada en el mar hasta Alzola, y no más adelante por las presas que se encuentran en el camino; y se navega en alas muy largas y estrechas a causa de la corriente rápida del río en muchos parajes".
Una leyenda, transmitida en Altzola de padres a hijos, cuenta que "varios hombres bajaban un día por aguas del río Deba, en alas. Habían madrugado mucho para recoger material de la ferrería en Elgoibar y trasladarlo hasta el puerto de Deba. Unos compañeros, en otras alas, se quedaron durmiendo pues quedaron en seguirles unas horas más tarde. De esta manera, la primera ala navegaba sola por el río, despacio, y al pasar a la altura de Aingeru Guardakoa, a poco tiempo de Altzola, vieron a una mujer que les preguntó si la llevarían hasta Deba así que subió a la embarcación. Al poco rato notaron que se desencadenaba un ventarrón, tan fuerte, que no les dejaba avanzar pues soplaba de la parte del mar. Sin que ellos se dieran cuenta, luchando contra el fuerte viento, las embarcaciones que habían salido de Elgoibar horas más tarde, les pasaron y llegaron al puerto donde desembarcaron el material. La sorpresa fue enorme cuando apreciaron que las 'alas' que creían vendrían tras ellos, las vieron remontar el río de vacío, dispuestas a coger nueva carga, mientras ellos peleaban contra el vendaval que los envolvía con enorme rugido. Se dijeron 'esta que ha subido nos ha traído el mal, debe ser bruja', y sujetándola la metieron en un saco. Al terminar de hacer esto cesó el viento y la embarcación pudo continuar suavemente su viaje hasta llegar al puerto de Deba".
El auge comercial registrado en Altzola se fue apagando. Salinas de Léniz desbancó al paso de San Adrián e indicó el nuevo camino del comercio de Castilla hacia tierras vascas, al norte, hacia los pasos fronterizos. Luego, en las últimas décadas del siglo XVIII, los nuevos trazados de la carretera Vitoria-Frontera, a través de Bergara, con ramal hacia Durango y la costa, acabaron por darle la puntilla al puerto de Altzola. La modernidad, el precio de la modernidad, siempre ha exigido sacrificio. Y al pequeño enclave le cayó de pleno la cruz de la moneda.
Pero no pasaría mucho tiempo para que el tenaz barrio volviera a florecer. Mediado el siglo XIX Altzola registró su mayor auge. Con el boom de los balnearios en el norte de la península, Altzola brilló con luz propia y vivió una época esplendorosa.
BALNEARIO DE ALTZOLA
Nuevo florecer
Cuenta la leyenda que "las aguas termales de Alzola fueron descubiertas por unos niños que se bañaban en el río Deva en pleno invierno". Cierto o no, "en 1775 el doctor Francisco Platón envió una carta al Ayuntamiento de Elgoibar" en la que indicaba que el agua que manaba en Altzola "era muy beneficioso para la salud y que, por lo tanto, encontraran el manantial". Años más tarde, en 1844, el alcalde Pedro Manuel Aristrain registró esas aguas y "tras derribar el caserío Etxezuria construyó el balneario que se inauguró en 1846". A partir de ahí, Altzola quedó localizada en el mapa y, emulando a aquella "fiebre del oro" americana, comenzaron a llegar gentes de todas partes de la península e, incluso, del extranjero. Junto al gran edificio del balneario se levantaron diez hoteles y pensiones: Larrañaga, Boulevard, Alzola, Celaya, Albizkoa, Ituarte, Sebastiana, Leocadia, Juliana y Dolores; así como media docena de cafeterías. Altzola se convirtió, de la noche a la mañana, en una especie de El Dorado vasco donde se daban cita la "flor y nata" de la alta sociedad española y extranjera y, a su amparo, creció el barrio. Y "a río revuelto" se crearon oficios que los altzolarras ni siquiera soñaron.
Pako y Javier eran, hace 60 años, jovencillos que en sus vacaciones escolares se forjaban entre las piedras del puente, las vías del tren y la flamante Alameda por la que paseaban militares de muy alta graduación, ministros españoles, señoras y señores de la nobleza, gentes de la alta sociedad madrileña… ricachones de la vieja Cuba, franceses, ingleses… que descansaban y rejuvenecían con los generosos tragos de las limpias, templadas y milagrosas aguas de Altzola. Javier y Pako eran dos chavales, unos más de entre la pléyade de vivales y espabilados, que cumplían a rajatabla aquello de lo pasado es ayer y hay que mirar al futuro, "el vivo al bollo". Una especie de lo que hoy se define o, mejor, de lo que podría definirse como de "jovencísimos emprendedores", con ganas de trabajar y llevarse al bolso unas perrillas. Cuentan con salero que "el caramelero vivía gracias a nosotros. Siempre teníamos el bolsillo caliente". Seguramente querrían imitar a los personajes que cada día paseaban por su barrio, que viajaban en carísimos coches y manejaban dinero a raudales.
Dice Javier que "cuando llegaban coches, lo primero que hacíamos era mirar la matrícula: francés, inglés, de Madrid… Yo me entendía perfectamente con todos". El idioma empleado era, fundamentalmente, el basado en la mímica y en vocalizar despacio las palabras, si era francés se sustituía la "r" por la "g" y a correr. Él era "botones autónomo" y reñían con "los botones y maleteros oficiales del Balneario". Pero ellos "erre que erre", si llegaba algún francés: "Bonyú mesié. Yo hotel ho-tel, Al-zoo-la" y, ayudado por la mímica "coooomeeegg bien bi-en, ha-bi-ta-siones ggggaanndes". Si las personas procedían de Inglaterra, se utilizaba el mismo método de lenguaje, es decir la mímica y lenta vocalización, en este caso algo más lenta que para los franceses. "Cuando llegábamos al hotel, propina de los clientes y propina del hotel. Dos propinas". Pero no quedaba ahí la tarea recaudatoria de estos precoces emprendedores "en la iglesia se celebraban ocho misas al día y en cada celebración pasábamos tres bandejas. La gente era muy generosa y a nosotros siempre nos quedaba algo pegado a la mano", de modo que no es de extrañar que gastasen sus dineros en "el caramelero, o nos íbamos a Elgoibar y tomábamos refrescos con la cabeza bien alta. Nosotros, el bolsillo siempre caliente. Pero solamente eran cuatro meses de negocio ¿eh?. Cuando llegaban las clases en la escuela, agur al negocio hasta el año próximo". Recuerdan a personajes como el exministro José María Oriol. "Le llamábamos 'capa negra' porque se vestía de esa manera, era tacaño, solo nos daba diez céntimos de propina, sin embargo, su yerno el Duque de San Miguel, aquel sí que era espléndido".
Con el ocaso del Balneario, Altzola volvió a sentir el mazazo de la crisis y se corrió la sombra del abandono. Se cerraron hoteles y cafeterías, la gente de la alta sociedad le dio la espalda al pintoresco barrio balneario que se desinfló como un globo. La "escuela de emprendedores" dejó en los chavales el camino abierto para emplearse, de mayores, como agentes comerciales de importantes empresas de Elgoibar. Siempre queda algo de aquella escuela de la vida. De tan dejada de la mano, incluso la sociedad Artxingas, donde se reúnen las pocas gentes que viven en Altzola, se encuentra a las afueras del enclave, al amparo de un caserío, al otro lado de la carretera, allá donde los vehículos comienzan a acelerar sin piedad. "Sí, sí, en cualquier momento puede suceder algo malo. Nosotros andamos listos y procuramos tomar solo bebidas sin alcohol para cruzar la carretera sin que nos ocurra ningún accidente". A Pako le aflora la sonrisa al hablar sobre la sociedad, el rincón donde los vecinos se reúnen y matan el tiempo.
La planta embotelladora de "Aguas de Alzola" mantiene un hálito de vida en el viejo barrio elgoibartarra.