En Gipuzkoa, al igual que en el resto de los territorios, lo que sucede en la capital alcanza una dimensión extraordinaria. A veces parece que no hay vida más allá del Alto de Miracruz o Añorga. Estas últimas semanas los medios han llenado páginas de periódico y minutos de radio y televisión a cuenta de dos graftitis: uno de una persona mirando un cuadro y otro del alcalde de Donostia (¿de dónde si no?) con una caja. Parece que los donostiarras acaban de inventar el arte urbano. ¡Oh! ¡Un Banksy! ¡Oh! ¡Un Odonksy! Pues no, señores, hace ya décadas que el arte salió a la calle. También en Gipuzkoa. De hecho, en Goierri se puede disfrutar de algunos de los mejores grafitis en muchos kilómetros a la redonda: las calles de Beasain y de Ordizia, por ejemplo, destilan creatividad.

El autor de muchos de esos trabajos es Igor Rezola, Dizebi. Nació en Itsasondo y reside en Beasain. ¿Qué empuja a un chico de un pequeño pueblo del interior de Gipuzkoa a seguir un movimiento que se identifica sobre todo con los barrios de Nueva York? "Empecé en 1998, con un amigo de la cuadrilla. Este mundo despertó nuestra curiosidad, conocimos gente implicada y comenzamos a pintar. Por aquel entonces no se organizaban cursos como ahora, por lo que tuvimos que aprender por nuestra cuenta a base de dibujar y ver trabajar a los demás. Ni siquiera teníamos acceso a Internet, pero comprábamos revistas especializadas".

Estos últimos años Dizebi ha pintado, sobre todo, rostros. En muchas de sus obras apela por un mundo más solidario: "Me interesan los temas que nos tocan de cerca". En la actualidad es un artista consagrado y nadie se le enfrenta por pintar en las paredes, pero no siempre ha sido así. "Al principio tuvimos problemas. Hacíamos letras y firmas a escondidas. Con los años cambié de estilo y las caras tienen mayor aceptación que las letras entre la gente. Mi trabajo tiene un reconocimiento que antes no tenía y así es más fácil trabajar", cuenta.

Tampoco tiene problemas con los consistorios: "Durante muchos años he pintado grafitis sin tener ninguna relación con los ayuntamientos. Estos últimos años he recibido algún encargo por parte de ellos, pero cada uno está en su sitio. Al principio, junto con las pintadas políticas, borraron muchos trabajos míos. Estos últimos años no los eliminan, seguramente porque los dibujos actuales son del gusto de la gente. Creo que en Beasain hay una buena convivencia entre nosotros y el resto de los vecinos".

Rezola elige una pared u otra en base al tipo de trabajo que quiere realizar. "No es lo mismo pintar en una fábrica abandonada que en una calle céntrica de una ciudad. Según qué quiero hacer, escojo un lugar u otro", detalla. El artista beasaindarra no quiere hablar en nombre de todo su colectivo cuando se le pregunta si todas las superficies son susceptibles de ser pintadas. "Hay muchos modos de entender y hacer los grafitis. Algunos tiran para un lado, otros para el otro y hay incluso quien hace de todo. Para algunos pintar un tren es una burrada y a otros trabajar en un muro no les llena. De todos modos, entre nosotros hay un código no escrito: hay que respetar el trabajo de los demás".

Llegados a este punto, toca hablar de lo sucedido en Donostia. "Considero que ha sido positivo, pues hasta ahora la actitud de las instituciones donostiarras era bastante cerrada. Los grafitis estaban prohibidos y muy perseguidos. Se ha abierto un debate y el Ayuntamiento se ha saltado sus propias leyes, lo cual es muy interesante. Hasta ahora rechazaba toda propuesta, pero va a tener que revisar sus planteamientos debido a la excepción que ha hecho con el supuesto Banksy. Además, quiere conseguir la Capitalidad Europea de la Cultura y ha organizado actividades relacionadas con el grafiti. Espero que esto no sea mera propaganda y tenga más gestos hacia nosotros".

Igor Rezola ha reflexionado mucho sobre el tema y se nota: "También me parece interesante hablar acerca de quién tiene que tomar las decisiones. En muchos pueblos y ciudades son los políticos los que deciden qué hacer con estos trabajos, pero considero que deberían ser otras personas las que valorasen estas obras y decidiesen respetarlas o no. Nuestro trabajo no puede estar en manos de los gustos del político de turno. Surgen muchas preguntas que afectan tanto a las instituciones como a los que trabajamos en la calle. Creo que existen contradicciones en los dos bandos".

Dizebi tiene un discurso elaborado y coherente, muestra de la importancia que tiene en su vida el arte. De hecho, también diseña pegatinas y forma parte del colectivo I love my work. La exposición de este grupo recorre el circuito Kutxa y este fin de semana Dizebi trabajará en Oñati. Vaya si hay vida artística más allá de Donostia.