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En pie de guerra

Aplomo no les falta. Trabajan despacio y con mucha precisión; con pies de plomo. Paciencia, constancia, imaginación... son virtudes de los profesionales que diseñan y crean soldados de plomo. Ejércitos a escala.

En pie de guerra

CADA vez que una persona le pregunta por su profesión, no se arruga y responde que pinta soldaditos de plomo. Más de uno, bastante sorprendido, le suele interpelar si de eso se puede vivir: "Respondo que gano poquito, pero que sí", comenta Aitor Egibar (Donostia, 1962).

Se define como miniaturista o maquetista y se considera un artesano un poco raro. No recuerda cuándo echó a andar su afición por las figuras minimalistas, aunque cree que fue con catorce años cuando hizo el primer guiño a las maquetas. ¿O fue al revés?: "Es como ha empezado casi toda la gente", añade. "Poco a poco, fui descubriendo este mundo y comencé a crear soldados de plomo. Llevo unos 25 años pintándolos". No hay lifting que se le resista.

El cuerpo de las miniaturas con las que Egibar trabaja es variado. "Habitualmente, rondan los 54 milímetros", comenta. Pinta y crea todo tipo de figuras. Recuerda que hubo un tiempo en que los napoleónicos, carlistas... estuvieron muy de moda: soldados de los siglos XVIII y XIX. "Hice unos cuantos".

El proceso previo a la creación de los soldaditos no es sencillo: tiene su intríngulis. Egibar sigue su propio guión. Existen bastantes fabricantes que hacen miniaturas y los coleccionistas las compran pintadas, o no. El donostiarra las maquilla por completo. Posee un buen fondo documental de uniformes militares y tras acordar con el comprador los colores a utilizar, pasa a pintarlos. "En mis buenos tiempos, solía pintar dos piezas al día. Ahora hago una", indica.

El miniaturista cuenta con clientes que le piden, además de pintar y modelar sus figuras, crear soldados de plomo. Un retoño. El cliente suele orientar a Egibar, aunque muchas veces parte de cero. Sobre gustos no hay nada escrito. Tras hacer acopio de documentación sobre el soldado, como dibujos y fotografías, comienza a trabajar. Para realizar sus creaciones, recurre bastante al cajón de sastre, a esas piezas sobrantes de soldados anteriores. Es un experto cirujano.

El precio que Egibar cobra por pintar durante un par de días un soldado de plomo simple oscila entre los 75 y los 80 euros. "Pintar un samurai o un escocés es más caro y complicado", señala. "¿Por qué? Debido a la cantidad de detalles de las miniaturas: los pliegues, los cuadros... Elaborar una nueva figura, con archivo y documentación incluida, equivale a una semana de trabajo como mínimo y tres como máximo. Esta labor suele rondar, aproximadamente los 300 euros. Pero si el cliente quiere el molde de la miniatura, el precio aumenta, naturalmente".

Recibe varias peticiones. Trabajo no le falta. Su modus operandi: empaparse de información y al tajo. "En cierta ocasión me encargaron hacer unos mikeletes. Lo que puede parecer a simple vista un trabajo sencillo, me llevó su tiempo. Informarme de cómo eran realmente los diferentes uniformes del cuerpo -el de gala, el del cuartel...- no fue fácil. Pasé más tiempo documentándome que creando", recuerda.

Modelismo

En lo más alto del cajón

Egibar es miembro de la Asociación Guipuzcoana de Modelismo Estático que en 2007 cumplió 25 años. La mayoría de las miniaturas que hacen los compañeros del grupos son por hobbie: crean maquetas de tanques, de barcos, de aviones... Acuden a varios concursos que se celebran en España y en el extranjero. "En Francia, por ejemplo, hay mucha más cultura y tradición alrededor del modelismo; campeonatos, exposiciones...", recalca Egibar. "En Baiona anualmente se celebra un campeonato y es impresionante tanto la relevancia como la variedad de la procedencia de los participantes. Y qué decir de las miniaturas que se exponen", añade.

Aunque nunca ha estado en Girona, le tiene cierto cariño a la localidad catalana. "El Mundial de la Miniatura de 2008 se celebró allí. Hace tiempo que en una vitrina guardo una arquera samurai muy minimalista. Hace dos años, aunque no la pensaba sacar a pasear más, se la procuré a un amigo para que la presentara a concurso -aprovechando que acudía a realizar labores de jurado al Mundial-. Regresó con una medalla de oro. Me quedé perplejo. Hoy todavía no me lo creo". Piensa que el premio tendrá su recompensa. "Además de prestigio, una medalla mundialista es una gran carta de presentación para que coleccionistas sepan de mí y me encarguen trabajos", manifiesta el miniaturista.

Egibar, aficionado a todo tipo de historia -especialmente la militar- trabaja en casa, en su tienda de campaña. Sobre una mesita y con la ayuda de lupas de aumento y mucha luz, construye las figuras de plomo. "Las miniaturas más grandes que he pintado han sido de 200 milímetros -o 20 centímetros-y las más pequeña, de 8". Las menudas las recuerda bien porque además de moldearlas, tuvo hacer cerca de 200.

El no moverse o estarse quieto no asegura una salud de hierro. En este caso, de plomo. Todos tenemos nuestros achaques. Todos. Aunque suene raro, los soldaditos de plomo también enferman. "Sobre todo los de cierta edad", añade Egibar. Quién lo iba a decir. Naturalmente no suele ser por problemas de columna o espalda. Generalmente, es debido a la mala calidad del plomo o a la mezcla utilizada a la hora de fabricarlos. "Con el tiempo, algunos se deterioran". No hay nada como una buena alimentación...

debilidad

La segunda Guerra Mundial

No lleva la cuenta de cuantos soldados de diferentes naciones y siglos ha creado, pero su debilidad son los de la Segunda Guerra Mundial. Reconoce que algunos soldados le han dado bastante guerra. "No es lo mismo pintar a uno limpio que sucio, embarrado o polvoriento", señala. "Reproducir, por ejemplo, el agua -un charco- con un soldado en movimiento, no es sencillo".

A Egibar le seduce mucho construir maquetas. Los soldados en su hábitat: en el campo de batalla. "Ahora estoy haciendo una colección en el que los protagonistas son unas motos militares de la Segunda Guerra Mundial con dos o tres soldados -47 milímetros- alrededor de las motocicletas".

Le piden de todo. En cierta ocasión le encargaron pintar una escena de la Primera Guerra Mundial: "En la maqueta aparecían tres soldados subiendo en fila por una escalera a punto de iniciar un ataque contra el enemigo. No fue nada sencillo". Tuvo que ensuciar bastante a los protagonistas para reproducir la escena lo más fidedignamente posible. En el frente de batalla, trabajo no le faltó.

En la actualidad, Egibar, está inmerso en un encargo de un cliente que es coleccionista. Le ha pedido un escena del tamaño de la palma de una mano, donde deben de aparecer dos indios al lado de un riachuelo: "Quiere que también haya un par de pinos. Llevo unos meses rompiéndome la cabeza para acertar cómo crear los pinos", afirma el miniaturista. "Recrear un entorno natural no es nada sencillo, hay que estar pensando constantemente. En mi profesión, la imaginación al poder es más que un lema", afirma.