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Ángela Banzas, finalista del Planeta: “A los abuelos les debemos todo lo que hoy tenemos”

Ángela Banzas ha logrado ser finalista del Premio Planeta con su libro ‘Cuando el viento hable’, que nos traslada a la posguerra en Galicia y deja un mensaje de amor y esperanza

Ángela Banzas, finalista del Planeta: “A los abuelos les debemos todo lo que hoy tenemos”Oskar Gonzalez

La autora nos abre las puertas de su última novela, una obra emocionante que mezcla recuerdos personales con ficción histórica. Inspirada en su propia experiencia en un hospital durante la infancia, la historia se desarrolla en la posguerra, un periodo de gran dureza que contrasta con el mensaje luminoso.

Todo empezó con una vivencia suya en un hospital. ¿Cómo ha sido contar una experiencia así y mezclarlo con una época tan dura? 

No quería contar una novela sobre una experiencia hospitalaria. Es cierto que ese episodio personal fue el motor de la historia, algo que necesitaba transitar, pero más allá de lo que supuso para mí, buscaba algo más colectivo. Por eso, llevé la historia a la posguerra: una época en la que la vida se valoraba menos, todo lo contrario de lo que ocurre en un hospital, quería ese contraste.

Es su novela más especial. ¿Por qué?

Porque el personaje principal, Sofía, es el que más se parece a mí de todos los que he escrito, y con el que me siento más identificada. A Sofía la he despertado de mi propia infancia, no solo para que atravesara ese episodio de hospital, sino también para acercarla a la figura de los abuelos, que para mí fueron muy importantes. Aunque la novela es ficción, Sofía tiene mucho de mi forma de ser.

Sofía es una niña que vive la posguerra y ahora niños en Gaza sufren una guerra. 

No es casual. Los he tenido muy presentes, porque es una causa con la que estoy especialmente sensibilizada y es nuestra realidad tangible, y yo no puedo escribir sin estar unida a lo que estoy viviendo. Igual que los niños que están en los hospitales por una enfermedad sufren y no entienden por qué no pueden seguir siendo niños, lo mismo sucede con los que viven en esos campos de batalla, que les rompen por completo la existencia, la vida y la inocencia propia de la infancia.

Mezcla una época real con ficción. ¿Cómo se consigue ese equilibrio?

La verdad es que intento hacerlo en todas mis historias. Cuando quería hablar de esos experimentos y situarlos en Santiago y puse el foco en la búsqueda del gen rojo. Toda esa documentación la consulté a fondo, y todo era real. A esa base tuve que añadirle una capa de intriga y mucha emoción. Es cierto que pongo mucho cuidado en dar rigor a la parte técnica. Me hago mil preguntas que son las que quiero que respondan los personajes. 

¿Es necesario contar la historia de los abuelos?

Todo lo que les debemos a nuestros abuelos es enorme. Es absolutamente necesario recordarlo, porque la memoria colectiva es muy frágil. La dedicatoria va dirigida a esa generación que nos forjó una oportunidad. Les debemos todo lo que hoy tenemos. Ellos crecieron envueltos en silencios para poder entregarnos a nosotros oportunidades, para darnos una voz. No podemos mirar hacia otro lado ni olvidarlo. Les debemos respeto, admiración y mantener viva su memoria.

 “La paz es lisa y blanca, y en ese tiempo los colores se enfrentaban”. ¿Cómo llega a esa reflexión?

La paz es blanca, como un campo o un papel en el que las letras se encuentran. Y justamente en una época en la que los colores se enfrentan, la paz es exactamente como dice esa frase. 

Todo ocurre en Galicia. ¿Solo podía ser ahí?

Tenía que ser ahí, sí o sí, por dos motivos. No solo por la magia que tiene Galicia y por la ambientación, que es algo que me gusta mucho trabajar, sino porque, al ser mi novela más íntima, tenía que llevarla a mis raíces. Tenía que llevármela a casa.

¿Cómo influye ser madre en contar una historia que le pasa a una niña?

Ser madre es lo más importante para mí. Y tener una protagonista tan pequeña hace que escribir una historia así sea más duro, sobre todo cuando tienes hijos. Pero si a mí algo me sacude por dentro, me pellizca tanto que incluso me lleva a una lágrima, entonces sé que vale la pena contarlo. Eso es lo maravilloso de los libros: esa emoción que yo pongo en las letras llega a otra persona meses después.

El amor es otro protagonista.

No quería una historia triste de hospital; quería que tuviera un mensaje luminoso. Para mí, el sentido de la vida lo da el amor. Lo que está enfrente de la muerte, lo que realmente nos hace sentir vivos, es el amor: es lo que nos mueve. Aquí está el amor incondicional que existe entre los abuelos y Sofía. Y ese amor después aparece en otras formas: el que le da su mejor amiga, Julia, a la que conoce en el hospital; y también Daniel, ese amor romántico.

Decidió dejar su trabajo para ser escritora y ha acabado siendo finalista del Premio Planeta.

No sé cómo explicarlo, a veces pierdo un poco el sentido de la realidad. Pero es fruto de mucho trabajo. Lo vivo con muchísima emoción, como vivo todo. Es algo maravilloso, pero no pierdo el foco de que no es lo realmente importante en la vida. Es muy necesario seguir tocando el suelo.

¿Cómo está viviendo la gira compartida? 

Es una novedad porque en las anteriores novelas siempre había estado sola. Pero la verdad es que lo disfruto mucho porque es algo diferente, además estoy conociendo a otro escritor. Lo estoy escuchando, viendo cómo defiende también su historia, y te da pie para hablar de muchos temas.