Mis primeros recuerdos de Otzaurteko Benta se pierden en mi memoria. Recuerdo siendo un crío haber acudido, en alguna que otra ocasión, a buscar setas con mis padres a la zona de Beunde, e incluso llenar la cesta de níscalos, y antes de volver a casa tomar algo en este local. Posteriormente, aprovechando que los trenes de cercanías iban más allá de Brinkola, utilizábamos el apeadero de Otzaurte, hoy abandonado, para acudir al refugio o a la cueva de San Adrián o para subir a Aizkorri. Sea como sea, a la ida o a la vuelta, la parada en Otzaurteko Benta era inevitable.

El recuerdo más intenso es una experiencia vivida con 17 años. Tras recorrer con mi hermano, dos años menor, el cresterío de la cordillera de Aizkorri, en la cueva de San Adrián nos alcanzó una tormenta que no amainaba, así que nos vimos obligados a recorrer los seis kilómetros hasta la venta desprovistos de paraguas y chubasquero y bajo una lluvia torrencial que nos dejó empapados como creo no haber estado nunca. Llegamos a la venta convertidos en dos bultos húmedos y temblorosos, calados hasta los huesos, ateridos y sin un duro en el bolsillo. Aun así fuimos cuidados como si fuéramos de casa. Nos sentaron junto al fuego, nos trajeron toallas, nos sirvieron un reconfortante caldo y nos dejaron llamar a casa. Desde entonces siento un cariño especial hacia esta fonda a pie de carretera, que nunca puedo despegar de esa inolvidable vivencia.

Y es que Otzaurteko Benta es uno de los máximos exponentes de esa expresión, “parada y fonda”, que tanto sentido tuvo en aquellos tiempos en los que en los caminos eran necesarios estos lugares para que los caminantes, los peregrinos, los viajeros, los transportistas… pudieran reponer fuerzas para proseguir su camino. Las ventas eran, a fin de cuentas, las precursoras de las actuales estaciones de servicio, solo que mucho más auténticas y acogedoras. Eso es Otzaurteko Benta, un establecimiento que guarda una autenticidad sincera, no buscada, alejado de esos establecimientos neo rurales que han proliferado durante las últimas décadas y que a base de mobiliario de Ikea pretenden aparentar lo que no son.

Otzaurteko Benta es todo lo contrario. Situado, literalmente, al borde de la preciosa carretera que une Zegama con el alto de Etzegarate, en la muga entre Gipuzkoa y Nafarroa, este establecimiento está regentado por los hermanos Jon, Joxe Mari y Luis Ángel, Luisan para los amigos, que conforman la cuarta generación familiar desde que fuera inaugurado por su bisabuelo, Joxe Oiarbide, albokari inmortalizado en la foto en blanco y negro que preside el fondo del comedor. El negocio fue continuado por su hijo, Joxe Mari, aunque fueron Bixente Oiarbide y su mujer, la mandubitarra Sabina Lasa, padres de los actuales propietarios los que dieron el principal empujón que hizo que Otzaurteko Benta alcanzara su actual fama como bar y restaurante de calidad.

Gastronomía auténtica

Y es que en Otzaurteko Benta encontramos esa gastronomía que se ha perdido en tantos sitios: la gastronomía de la oveja guisada en temporada, la de los callos hechos semanalmente en casa, la de los potajes y las verduras... esa cocina casera que tan difícil es de encontrar a día de hoy y que cada vez cuesta más vender. “Los jóvenes de hoy no comen oveja, ni caza, ni callos...” se lamentaba Jon Oiarbide en una de mis frecuentes visitas.

En cualquier caso, a pesar de la queja de este hostelero, Otzaurteko Benta funciona, y muy bien, siendo uno de sus principales atractivos el menú del día, muy completo, con cinco o seis primeros y segundos a elegir y en el que siempre encontraremos una ensalada, una sopa, una verdura... y siempre, siempre, un potaje de cuchara, pero potaje con sustancia: pochas, alubia blanca, lentejas, garbanzos... Todo ello además de que en Otzaurteko Benta hay un potaje disponible todos los días del año: las alubias de Tolosa con sus sacramentos, un disfrute que podemos solicitar hasta en pleno verano. Comer a la carta, por otra parte, nos costará alrededor de 40 euros, aunque también hay una gran variedad de platos combinados y bocadillos para quien quiera gastar menos. La cuestión es que nadie se vaya con hambre.

Otras especialidades de esta casa son el cordero asado, disponible casi todos los domingos aunque conviene reservarlo, la txuleta, el pollo de caserío, el revuelto de morcilla de Beasain, las carrilleras al vino tinto, la lengua en salsa... “La nuestra es una cocina de guisados, de salsas”, subraya Jon mientras sigue enumerando las especialidades de la casa donde también encontramos una bonita variedad de pescados: bacalao con tomate y pimientos, txipirones a la plancha, rape al horno... Los postres, por supuesto, son todos caseros, desde la mamia hasta el arroz con leche, el flan... Todo, además, elaborado con materias primas adquiridas en los alrededores, incluida la carne de ternera, proveniente de los caseríos de Zegama, de Segura, de Araia... También llama la atención el queso Idiazabal, elaborado por un productor alavés para ellos con la leche de sus propias ovejas y su propia marca, que puede ser adquirido al vacío para llevar a casa en el propio bar.

Finalmente, la caza es otra de las especialidades de este recomendable local. En temporada de caza, además, se crea un ambiente especial en este bar, ya que aunque normalmente se abre a las diez de la mañana, en octubre y noviembre abre a las seis, poniéndose desde primera hora de bote en bote. 

Quinta generación en marcha

En cualquier caso, lo más remarcable de este establecimiento es que, al contrario que otros muchos similares e igualmente alejados de los núcleos urbanos, en Otzaurteko Benta el relevo generacional está asegurado y bien amarrado. Ya hace unos cuantos años que los hijos e hijas de sus responsables echan una mano y su presencia es cada vez mayor. Algunos ya son caras habituales en la barra y en el comedor y el resto acude cuando es necesario como atestigua la fotografía de este artículo, sacada el 31 de diciembre, día en el que la afluencia de montañeros a despedir el año a Aizkorri obliga a que toda la familia responda al toque de corneta como uno solo. En esta imagen, cada vez menos frecuente, encontramos a las dos últimas generaciones de Otzaurteko Benta: los tres hermanos y sus hijos y sobrinos. De izquierda a derecha, Joxe Mari Oyarbide, Jon Oyarbide rodeado de sus hijos Ekain y Amalur, y Luisan Oyarbide seguido de los suyos, Paul y Beñat. Un equipo cargado de tablas y fundamento que retrata la fortaleza de un establecimiento que, de momento, tiene el futuro, un largo futuro, asegurado.