Si algo no soportaba Mikel Corcuera era la altanería y la prepotencia de algunos críticos y gastrónomos. Lo dejó bien patente en la entrevista que publicamos en Ondojan.com, en enero de 2019, cuando al preguntarle qué era lo que más detestaba en una persona, contestó: “El postureo, la superficialidad, la banalidad. Odio la gente que banaliza la gastronomía, cuando es de lo más profundo que tenemos”.  

Hilarante anécdota

Esa falta de tolerancia hacia los prepotentes, que muchas veces combinaban esa cualidad con la ignorancia, se ve perfectamente reflejada en una anécdota, tan terrible como verídica, recogida por Mikel en el artículo El cazador cazado (Ondojan.com, marzo 2009) relativa al crítico bretón Charles Monselet. Mikel la contaba de manera amena e hilarante con estas palabras: “Hay un ejemplo histórico que no tiene desperdicio. Lo protagoniza el bretón Charles Monselet, el que fue llamado sucesor de Grimod de la Reynière, ya que por su estilo, gracia y naturalidad a la hora de escribir sobre temas gastronómicos no le era difícil emular a su mítico maestro. Monselet, que como decimos escribía a las mil maravillas, sobre todo de temas culinarios, sin embargo, no parece que destacase por ser precisamente un “morrito fino”. Y es que su paladar y su olfato dejaban bastante que desear.

Cuenta Mikel que Monselet quedó francamente encandilado por los manjares que le ofrecieron y se dedicó a cantar las excelencias de cada uno de los platos y vinos. Pero una vez finalizada la comida, se destapó el maquiavélico engaño.

Así que, al “pijotero” de Monselet, hipercrítico en sus apreciaciones, le dieron de probar de su propia medicina. Aurelien Scholl contó, una vez que Monselet murió, una terrible jugarreta de la que fue objeto por parte de Eugène Chavette. Éste le invitó una vez a cenar en su célebre y encopetado restaurante de París, Brebant, y le ofreció un menú magnífico, digno del homenajeado: sopa de nidos de golondrina, lubina, costillas de corzo con salsa picante y urogallo relleno de aceitunas. Todo regado con vinos no menos soberbios: el renano Johannisberg, el borgoñón Clos de Vougeot y el bordelés Château Larose".

Un triste y vulgar caldo

Cuenta Mikel que Monselet "quedó francamente encandilado por los manjares que le ofrecieron y se dedicó a cantar las excelencias de cada uno de los platos y vinos. Pero una vez finalizada la comida, se destapó el maquiavélico engaño. Los nidos de golondrina no eran otra cosa que un triste y vulgar caldo disimulado con unos raquíticos fideos. La lubina era un bacalao fresco disfrazado en el que se había puesto como espina un doble peine muy fino que sirvió a la postre como muestra infalible de tan cruel burla; las costillas de corzo eran de lechal marinadas en bitter; el urogallo, nada más y nada menos que un vulgar pavipollo empapado en absenta. Y con los vinos tres cuartos de lo mismo: la botella de Clos de Vougeot, era un vino tinto corriente, al que se había echado una cucharadita de coñac y una flor de violeta para darle aroma. Con el Burdeos se había procedido a una mistificación parecida y el Johannisberg era un vulgar Chablis mezclado con un poco de esencia de timol. Terriblemente consternado, Monselet lo único que pidió es que se mantuviera el secreto hasta su muerte, ocurrida el 18 de marzo de 1888, petición que fue aceptada por parte de sus despiadados anfitriones”.