Son 40 años, se dice fácil, los pasados desde que en 1983 los padres de Jose Mari Rey, Emilio y Basili, tomaran, en plena crisis de los 80, la decisión de capitalizar el paro y abrir el Café-bar Tomás Gros en la estratégica esquina que une la callejuela que recuerda al arquitecto que diseñó el barrio con su arteria más dinámica, la calle Miracruz. Jose Mari, que contaba 21 añitos, recuerda que no había nada en el lugar. “En este bloque sólo había una librería y una floristería. No existía ni siquiera el bar Robinson. Arrancamos de cero”.
Eso sí, no fue una decisión loca. Había mimbres para un buen negocio hostelero. Emilio, gallego natural de Noia, llevaba toda la vida unido a la navegación. De la pesca pasó a la marina mercante, y de allí a la cocina de los barcos petroleros que operaban en Noruega, donde compartió fogones con japoneses, chinos, indios… absorbiendo fondo y conocimiento culinario. Y en los inicios del bar contó con la importante ayuda de buenos amigos como Patxi Telletxea del Gurutze Berri, Mikel Gaztelumendi y Elías Argote. “Éste fue prácticamente desde el principio un negocio familiar en el que también trabajaron muchos años mis hermanos Maite y Aitor. Mis padres apostaron todo por él y hasta vendieron su piso. Recuerdo que una época dormimos en el almacén del bar hasta que pudimos acceder a una vivienda. Yo me metí principalmente para ayudar a mi padre, como comodín… y me he quedado 40 años”.
El secreto de tan larga historia no ha sido otro que el servicio y la calidad de la cocina. “Aquí siempre hemos cocinado, hemos guisado, hemos emplatado con cariño... la parrilla, tan de moda, tiene su gracia, pero donde se ve el alma de la cocina es en los estofados, los sofritos, los platos de larga duración, conocer los tiempos de cocinado, respetarlos… y, por supuesto, tratar bien a los clientes, algo en lo que se han volcado también Javi y Koro en la barra”. A punto de cumplir los 61, Jose Mari admite que podía haber seguido unos años, “pero no quiero aguantar hasta el último momento y acabar mal. El cuerpo te va dando avisos: un bultito en la mano, un problema de espalda… quiero disfrutar de unos años de calidad de vida. Como cantaba Antonio Flores, seis vidas ya he quemado y esta última la quiero vivir a tu lado".
El 30 de abril será el último día del Tomás Gros. Por la mañana el bar funcionará con la tónica habitual, y a las 19.30 horas empezará la despedida. “Habrá precios especiales, regalos… vendrán mis hijas, Lara, Nerea y Marina, que siempre me han ayudado cuando ha hecho falta… y cerraremos cuando se vaya el último. De momento,” me comenta Jose Mari, “el cierre es definitivo y no sigue nadie con el bar. Algún hostelero se ha interesado pero hasta hoy nadie ha dado el paso de cogerlo. Me gustaría que siguiera alguien que diera una continuidad de calidad a nuestro trabajo, pero ya veremos…”.
Inquirido sobre con qué se queda tras cuatro décadas de trabajo y sacrificio, Jose Mari ni lo duda: “Voy a parecer un romántico, pero me quedo con la clientela. He terminado enganchado con la gente, que nos ha llevado a lo más alto. He disfrutado como un niño viendo sus caras de felicidad, cuando han salido satisfechos diciéndome no cambies, cuando les he comunicado que cerraba por vacaciones y me contestaban te lo mereces… Nuestra clientela ha sido la hostia, y voy a echarles mucho de menos.”