De naranja, irreconocible en su aspecto, superado por agresividad e intensidad, conformista reincidente en la Liga de Campeones, el Atlético de Madrid disparó las alertas, doblegado 2-0 por el Brujas, por un incontestable Ferran Jutglà y, sobre todo, por sí mismo, encomendado a tres victorias en las últimas tres jornadas de la fase de grupos para creer no solo en la primera posición, sino también para sentirse seguro de su pase a los octavos de final, del que no es ni favorito ni nada que se lo parezca.

Otra vez, el equipo rojiblanco está al límite. Y por su propia responsabilidad. En el plan contemplativo de Simeone, como en Leverkusen, el Atlético empezó la deriva hacia un naufragio predecible e inevitable, cuyas consecuencias dependerán de todo lo que suceda en las tres restantes citas, bajo la presión y entre el ruido del golpetazo sufrido en Brujas, que lo aventaja en seis puntos con nueve por jugarse. Atlético, Oporto y Leverkusen tienen tres.

Diego Simeone, sobre todo, pero también el equipo salen malparados de la noche de Brujas. Y no hay excusa. No vale con el lamento de la ocasión fallada con 0-0 por Morata. Ni con el penalti, ya con 2-0 en contra, que falló Griezmann. El Atlético reincidió. Su especulación inicial, tan dañina otras tantas veces, tan insistente últimamente, tan recurrente cuando suena el himno de la Champions. No es casualidad que el Atlético solo haya ganado nueve de sus últimos 27 compromisos en la máxima competición continental. Ni tampoco que haya perdido trece.