El pasado 29 de mayo, Jorge Luiz Frello Filho, Jorginho, tocó el cielo en el Estadio do Dragao. Convertido en pieza clave para Thomas Tuchel en el centro del campo del Chelsea, pudo levantar el trofeo de la Champions League y alcanzar, a sus 29 años, la cúspide de una carrera profesional cocinada a fuego lento desde que a los 14 años abandonó su Imbituba (Brasil) natal para perseguir su sueño de ser futbolista profesional, con la posibilidad de alargar su momento dulce desde mañana viernes en la Eurocopa selección a la que representa desde 2016 -uno de sus abuelos es natural de Veneto- y en la que cuenta también con la confianza de Roberto Mancini.

El fútbol le sonríe, pero para llegar a este punto tuvo que arriesgar el todo por el todo siendo un adolescente, cruzando el charco con 15 años para recalar en la cantera del Verona y viviendo en un monasterio con un sueldo de 20 euros semanales hasta que descubrió que su agente se estaba quedando con gran parte del dinero que el club le pagaba.

Jorginho nunca perteneció a un gran club mientras vivió en Brasil. Con 14 años fue captado por una academia ubicada a 200 kilómetros de su ciudad natal con la promesa de poder recalar en la cantera de algún club europeo en caso de destacar. Las condiciones de vida eran pésimas. “Entrenábamos mañana y tarde y teníamos clase por la noche. Muchas veces teníamos que comer la misma comida durante tres días seguidos y en invierno no había agua caliente para ducharse. La primera vez que mi madre vino a visitarme y vio aquello quiso sacarme de allí, pero le pedí quedarme porque era la única opción para ser futbolista profesional”, ha dicho en más de una ocasión. Un año después le llegó la oportunidad de recalar en la cantera del Verona. Ni se lo pensó.

EL GRAN SALTO

Al llegar, Jorginho y otros cinco chavales fueron ubicados en un monasterio que iba a ser su hogar los siguientes años. Viniendo de donde venía, aquello era gloria. “Había una parte para los monjes y nosotros seis dormíamos en una habitación. Nos trataron de manera increíble y respetuosa. Nos cuidaban y la comida era increíble”, apuntó en una entrevista en el 'Daily Mail', destacando que le pagaban 20 euros semanales. Con 17 años, fue convocado para entrenar con el primer equipo y allí conoció a Rafael Pinheiro, portero brasileño del Verona que se interesó por su situación. Tanto le extrañó el escaso dinero que llegaba a manos del chaval que investigó el asunto y descubrió que Jorginho estaba siendo estafado por el agente que le había llevado a Italia. Aquello le hizo tanto daño que llamó a su madre porque quería volver a Brasil. Esta vez fue ella quien le convenció para quedarse, haciendo hincapié en que estaba muy cerca de cumplir su sueño.

Jorginho, a regañadientes, le hizo caso. Y obtuvo su premio. En 2011 debutó con el Hellas Verona en la Serie B, ascendió en 2013, una campaña después recaló en el Nápoles y tras cinco temporadas con altibajos acabó explotando de la mano de Maurizio Sarri, con quien se marchó en 2018 al Chelsea, que pagó 56 millones de euros por sus servicios, y con el que ha conquistado Europa. Del monasterio al cielo. Un viaje vital y futbolístico en el que espera seguir cosechando éxitos. Esta Eurocopa, en la que debuta mañana viernes ante Turquía, supone una nueva oportunidad.