Sondeos, prospecciones, Sociómetro, tracking, CIS, mayorías, censo, porcentajes de voto... cada vez que llegan unas elecciones, y sean del pelaje que sean –europeas, generales, autonómicas o locales– el vocabulario de muchos medios de comunicación incorpora palabras que normalmente no se suelen utilizar. Es la jerga de las encuestas, esas que están brotando como champiñones durante las últimas semanas. Son las investigaciones demoscópicas que buscan desentrañar qué ocurrirá en el paso por las urnas del 23-J. Pero, ¿condicionan el voto de la ciudadanía las encuestas electorales?

Este periódico trata de dar respuesta a esta compleja interrogante. Y lo hace a través de la voz experta de Santi Iglesias, director de investigaciones de Gizaker. De inicio, Iglesias afirma que las encuestas “aportan respuesta a dos cuestiones. La primera, el posicionamiento social general ante las opciones políticas que se presentan, es decir, los pesos que corresponden a cada alternativa ideológica”. Y, en segundo lugar, “permiten la cuantificación detallada más allá de los pesos ideológicos de trazo grueso, pues, aunque con un margen de error, la sociología electoral es capaz de afinar el posible resultado futuro con gran precisión, en la mayoría de las ocasiones, lo cual revela no sólo la ideología general, sino también la suma de posibles pactos y en definitiva la gobernanza. Recordemos que ganar las elecciones no implica necesariamente gobernar”.

El miembro de Gizaker tiene clara la importancia de que los partidos políticos cuenten con sondeos. “Los políticos no pueden ignorar el diagnóstico en forma de encuesta electoral, de cómo va su particular campaña. Pero conocer una realidad en cuanto a resultados tampoco clarifica qué factores han condicionado esos resultados”. Dicho de otro modo “con un ejemplo burdo”, que “una analítica de sangre nos aporte valores fuera de rango, no implica ni que sepamos qué patología ha provocado esa desviación ni que tengamos una solución inmediata para compensarla”, puntualiza Iglesias. “La encuesta es una herramienta de diagnóstico, no es terapéutica”, ahonda. “No obstante, ello no implica que se puedan modificar discursos para evitar datos no deseados y que incluso se puedan modificar éstos, a veces, con éxito. Pero en el breve plazo de una campaña electoral es muy complicado dar la vuelta a unos malos resultados, por mucha encuesta que los vaticine”.

Las encuestas que se vienen realizando en suelo vasco dan un ajustado resultado –empate a cinco escaños entre PNV, EH Bildu y PSE, según el Sociómetro del Gobierno Vasco– que Iglesias apunta que será así. “Las tendencias ideológicas en Euskadi para las elecciones del 23-J marcan posiciones muy cercanas entre los principales partidos. No parece haber una corriente masiva diferenciada en ningún bloque político”, incide. Y en cuanto al panorama estatal, todo indica que las derechas –PP y Vox– van un paso por delante de las izquierdas –PSOE y Sumar–, si bien el escenario está aún abierto. “Los datos parecen marcar, claramente, esa tendencia hacia la derecha en España, si bien, la estadística parece ser aún variable, la cual condicionará la gobernabilidad. Resumiendo; hay una clara tendencia hacia la derecha que aún no parece ser lo suficientemente intensa como para asegurar gobernabilidad en solitario por parte del PP”. La clave será el 15% de los escaños aún sin determinar a dónde irán a parar. “Condicionarán la gobernabilidad en España”, certifica Iglesias.

El tirón del tracking

En estas elecciones generales del 23-J se ha visto el nacimiento de una nueva modalidad –el tracking–, que según Iglesias no deja der ser “un anglicismo que sigue la tendencia de poner nombres en inglés para dar una entidad más glamurosa, pero realmente un tracking no es más que lo que en estadística llamamos una serie temporal. Es decir, una secuencia de mediciones del mismo dato en el tiempo que nos permite observar evoluciones y/o tendencias”. ¿Pero, en qué consiste? “Técnicamente se realizan lanzando muestras independientes diarias y se van superponiendo barras que los representen. Los medios de comunicación han sido seducidos por este concepto pues es mayor el morbo observado en los derrumbes y/o ascensos de los partidos políticos en el tiempo que el dato es aislado”, afirma. Siendo “mucho más efectivo” a nivel de marketing, tan solo es “sensacionalismo matemático, pero a nivel real no aporta nada que no aporte un buen informe de datos electorales”. En lo que sí pone el foco el director de investigaciones de Gizaker es en que en estas elecciones, tanto a nivel Euskadi como a nivel España, la participación electoral se ha vuelto “crítica”. Y “por varias razones”. La primera es que la participación “es nuestra némesis, a nivel sociológico”. La segunda razón “es la singularidad de la fecha electoral; un día de julio, en mitad de un puente. Este factor arroja algo que a los matemáticos y a los sociólogos no nos gusta nada a la hora de cuantificar; incertidumbre”. Y, por último, “por teoría sociológica de muestreo, los meses estivales, provocan movimiento de la población, lo cual arroja un factor más de error en los muestreos, pues hay parte de la sociedad que, sencillamente, no está disponible”. Definitivamente, “el 23-J es un examen muy complicado para los sociólogos”, resume.

En todo caso, y en cuanto a la pregunta de si condicionan realmente las encuestas el voto, Iglesias apunta a que “sobre este tema no hay ni siquiera “consenso en el ámbito científico. Hay quien afirma que la población se mueve con el caballo ganador, pero también hay sociólogos que afirman que parte de la sociedad condiciona su voto de forma estratégica más allá de sólo apuntarse al victorioso”. Lo cierto es que “no hay una verdad universal. Cada elección y cada momento y entorno geográfico es distinto como para elaborar una regla fija. Siempre habrá colectivos que reaccionen de una manera y la opuesta. Los pesos de cada colectivo dictaminarán si una encuesta pública contribuye a cambiar el resultado. Mi opinión personal es que si se realizara una campaña sin absolutamente ninguna encuesta pública, los resultados electorales no variarían más de un 10%, el problema es que, en algunas elecciones, un 10% puede cambiar el sino de un resultado”, según concluye.