Mientras ayer la atención se fijaba en una cumbre en Alaska cuyo objetivo debía ser poner freno a las estrategias de fuerza y hechos consumados, en otro punto del planeta se vivía con brutal normalidad un día más de imposición unilateral de las condiciones de vida de una población acosada y castigada. Esta semana ha sido especialmente dolorosa para el pueblo palestino ante la evidencia de que el Gobierno israelí no encuentra freno a la impunidad con la que actúa contra su supervivencia física. Una vez más, el gabinete de Benjamín Netanyahu aplica su concepto de ‘gran Israel’, que pasa por absorber y colonizar Palestina y expulsar a la población árabe o someterla a condiciones de inviable supervivencia. La gran mentira de la amenaza de Hamás, con la que se justifican las atrocidades en Gaza, volvió a quedar desacreditada por la anexión unilateral de nuevos territorios en Cisjordania para su colonización. La estrategia del sionismo radical es la que ha sido siempre: ampliar su país expropiando las tierras de sus vecinos árabes. Tras décadas de titubeos, que solo sirvieron para acreditar la falta de voluntad internacional para arbitrar una solución justa mediante la viabilidad de dos Estados vecinos, Israel se ha lanzado a afianzar su proyecto nacional como potencia belicista aprovechando el vacío generado por el desmantelamiento de sus principales antagonistas, Irak y Siria, desmenuzados tras sus respectivas dictaduras. El relato histórico del pensamiento hebreo más radical era claro: la partición de la región en dos Estados corresponde a la existencia de Israel y Jordania. No hay lugar para un estado palestino independiente; y, lo que es aún más grave y doloroso, no hay un derecho a la tierra para el pueblo palestino. Ese relato siempre ha abogado por que Jordania fuera el lugar de exilio para ellos. Esta formulación estratégica no es nueva ni desconocida para los actores principales del concierto diplomático global. Varias veces fue planteada y descartada en el pasado, pero nunca con la contundencia suficiente para desincentivar su consecución como objetivocentral del sionismo radical. Los 35.000 nuevos colonos que Netanyahu quiere enviar a Cisjordania no sólo se apropian de la tierra, sino que fracturan fisicamente el territorio con la voluntad de hacer inviable su administración para la Autoridad Nacional Palestina. Los hechos consumados están reconfigurando la región.