Los discursos sobre la competitividad que inundan las comparaciones entre empresas, países y sectores terminan impregnando todos los aspectos de la vida social, también la educación. La noticia es siempre la exaltación del ganador en detrimento de los contrincantes, sea una empresa o un atleta. Competir es reconocer que solo uno ganará y muchos perderán, lo que colectivamente es un fracaso por ser muchos más los perdedores que los que han logrado el objetivo. La noticia es: ¿quién ha ganado? y no que cuatro de cada cinco participantes de una prueba o un examen han superado su marca personal. Se compite en el comercio, en las selecciones de trabajo, en los colegios, en las elecciones, en los concursos de habilidades, en los deportes profesionales y aficionados, fomentando la criticada polarización. Y el contagio frentista es global, generalizado a grande y pequeña escala. En la competición, los otros conocidos o no, son considerados como mínimo un obstáculo, si no como adversarios, contrarios o incluso enemigos.
Por otra parte vivimos una corriente discursiva que insiste en que si no cooperamos no progresamos, que solo podemos ir más lejos si vamos juntos, que los equipos son imprescindibles para lograr retos importantes. Si esto es así, podemos pensar que competir es poco inteligente para avanzar en sentido colectivo, para hacer que se beneficien más y más personas de las capacidades de unos y otros. Ciertas teorías -que no creen en el esfuerzo colectivo- insisten en que, si la ambición por los logros económicos de unos pocos consigue elevar el nivel económico de todos, aun a costa de crecer en la desigualdad no vamos mal. Por eso la economía competitiva, hoy como principal motor de la sociedad, se erige en el faro de referencia de lo que definimos como propulsor del progreso social. La tecnología y la iniciativa empresarial encabezan el interés de los estados, para sostener económicamente sus pesadas estructuras, y los impuestos en diferentes inversiones y gastos.
Un contrasentido, este entre otros muchos, domina en nuestra sociedad cuando la cooperación -como valor deseable- no encaja con la realidad educativa y operativa de las empresas, las instituciones y partidos políticos. En estos la competitividad, la agresión y la destrucción del otro forman parte de los objetivos cotidianos. Vivimos entre unos rescoldos morales de las religiones que enfrentan los antiguos principios de ayuda y consideración hacia el menos favorecido, con las pautas individualistas de un liberalismo que postula la libertad, la capacidad y responsabilidad de tu propio destino, ensanchando los cimientos del más agudo individualismo.
¿Pero hay algo mejor que competir para el conjunto y el individuo? Entre competir y cooperar para progresar, como posiciones bipolares existe otra opción que es la superación. En la superación los objetivos individuales y colectivos se aglutinan, y solo si la superación personal funciona la superación de los retos colectivos tiene lugar. Para lograr lo que entendemos por progreso, es poco inteligente recurrir a la ambición personal, y no ser capaces de concebir y educar en un instrumento tractor de la voluntad individual que redunde en beneficio de muchos.
Superación
¿Y qué es la superación? Es una actitud en la que ante los retos y problemas vigentes, sabemos y podemos abordar ciertas mejoras personales, siempre parciales, que nos pueden hacer disolver, evitar o resolver dichos problemas, para salir adelante mejorando en términos de bienestar personal, relacional o espiritual. Las mismas indicaciones pueden aplicarse a los retos y problemas colectivos en los que la superación de los mismos depende de la superación complementaria de las personas que se ven afectadas. La superación personal tiene propiedades emergentes en el colectivo, actuando sobre la superación del grupo y los problemas vigentes.
¿Y si esto fuera posible a través de la educación en general -jóvenes y adultos- con una nueva pedagogía de la superación? Un sistema educativo donde además de tratar a cada alumno, profesor, profesional o ciudadano de una manera personalizada, el curriculum de cada uno de ellos fuera la historia de superación de los retos vigentes en su realidad y comunidad. El recorrido de una voluntad practicada de crecer en conocimientos, actitudes y principalmente en el logro de retos colectivos. Frente a la invasión de la tecnología en el territorio del conocimiento, lo que le queda a la educación es capacitar constantemente para superar retos personales y colectivos. Será seguramente el modelo educativo que se adopte próximamente en cada país -la transformación del actual es imprescindible- lo que determine el nivel de riqueza física y social de las décadas posteriores en dichos países. Esto tiene sentido cuando existe un aprendizaje asistido por expertos en estos procesos, los educadores en la superación. La conocida educación de niños -llamada pedagogía- y la no tan conocida de adultos -llamada andragogía- pueden converger en una disciplina común que podemos llamar “educación en la superación”. Y esta educación será continua y diversa, ya que los retos afloran inexorablemente a lo largo de toda la vida. Esto ya ocurre -como ejemplo- en ciertos deportes colectivos. El buen entrenador trata individualmente a cada miembro del equipo, en sus facetas técnicas y de actitud superando sus retos, para conjuntar un equipo de complementarios capaz de un alto rendimiento en las habilidades conjuntas, minimizando las sanciones, en busca de oportunidades y de defensa eficaz para superar sus retos.
Las habilidades o capacidades básicas a construir y desarrollar en la superación personal y colectiva son actitudes y valores que se pueden resumir en diez:
- Sentido: como finalidad de la acción.
- Utopía: para la trasformación orientada al largo plazo.
- Participación: como hábito de acción comunitaria.
- Equidad: eliminando supremacías.
- Resiliencia: perseverancia en el esfuerzo;.
- Aprendizaje: escucha activa, recepción de ideas y asimilación experimental-
- Cooperación: disposición a recibir y expandir ayuda.
- Iniciativa: explorar lo nuevo y afrontar riesgos.
- Orden: Rigor, compromiso, disciplina y calidad en la acción.
- Novedad: Tendencia a lo inexistente posible.
Actitudes y valores que se resumen en el acrónimo SUPERACIÓN.
Las capacidades a construir en el catálogo de las diez habilidades y actitudes citadas requieren de una altísima personalización de las actividades educativas de cada persona. Esto lo permite la tecnología. Ha de desaparecer la clase convencional con decenas de alumnos escuchando lo mismo, y tratando de entender sobre una materia o un relato. La disciplina más relevante será la aportación de conceptos que permitan buscar, entender y construir en la complejidad de las cosas nuevas. La acción y la construcción individual y compartida serán los medios más extendidos en la educación futura. La tecnología ya nos permite localizar la información, elaborarla y extremar las opciones de personalización, para a su vez trabajar conjuntamente entre diferentes personas que aprenden unos de otros. Dotados estos de diferentes habilidades, y personalidades, seguramente con diferentes edades, trabajarán sobre conceptos que serán poco a poco revertidos en tareas creativas, soluciones técnicas y sociales, para aprender a superar los retos que siempre presenta lo nuevo. La superación del modelo educativo, con ayuda de la tecnología, es urgente y pasa por la desindustrialización de los procesos de enseñanza-aprendizaje, la reforma profunda y la apertura de las instituciones educativas. Surgirán nuevos servicios como el seguro de educación, que dará las coberturas individuales ante los retos de superación que encontremos. El cambio se basará en una etapa previa de personalización e integración de distintas personas y habilidades, frente a problemas cada vez más complejos a los que nos enfrenta el futuro próximo, donde el trabajar -con la IA- será aprender y tal dicotomía hasta ahora vigente, se extinguirá para siempre.