La volatilidad sobrevenida en el tradicional status quo geoestratégico internacional suma un nuevo foco de agitación política y, por ende, económica, con previsibles afecciones en los bolsillos de los ciudadanos de a pie del mundo entero. A las habituales contiendas bélicas en Ucrania, Gaza, Sudán o Siria, entre otras, habría que sumar, aún a la espera de evolución ante un alto el fuego, de momento, respetado por Israel e Irán, las refriegas balísticas, los intercambios de enjambres de drones y los bombardeos aéreos entre ambos, en los que Estados Unidos ya ha intervenido con una acción militar de su flota de bombarderos furtivos B2 sobre tres instalaciones nucleares iraníes, con respuesta persa sobre una base militar norteamericana en Catar. La tensión ha llegado al punto de que el Parlamento iraní aprobó el cierre del estrecho de Ormuz, entre los golfos de Omán y Pérsico, punto clave para la economía internacional, ya que por ese brazo de mar circula el 20% de las exportaciones de petróleo y el 30% del gas licuado del mundo. De momento, el Ejecutivo iraní no ha adoptado ninguna decisión al respecto, entre otras cosas, por la imposición de una tregua y porque el cierre estrangularía también su economía, basada en la extracción y venta al exterior de crudo (es el cuarto productor global), y porque golpearía la de países como Arabia Saudí, Catar o Emiratos Árabes, cuyas exportaciones también pasan por la zona. De momento, los mercados no acaban de creerse la medida de presión anunciada por el régimen de los ayatolás. El precio del barril Brent llegó a picos de 80 euros, su cima desde enero, para bajar de inmediato. En cualquier caso, los analistas ya avisan de que un eventual cierre del estrecho podría elevar el precio del barril hasta situarse en un rango de entre 100 y 150 euros. Tal circunstancia equivaldría, de inmediato, en el desboque de los precios de la gasolina y el diesel. También afectaría a la oferta de gas –esencial en la generación eléctrica– y elevaría los precios de la electricidad y, con ello, la de muchos bienes de consumo, que arrastrarían al mundo a una nueva crisis inflacionaria que obligaría a los bancos centrales a elevar los tipos de interés, el euríbor y, como derivada, tendría afecciones en las hipotecas. Las perspectivas podrían llegar a ser nuevamente muy complejas para las economías domésticas del mundo entero. Su mera observación debería bastar para espantar una escalada bélica que sí se traduciría en dolor en las carteras de millones de ciudadanos.