La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lo ha dicho sin tapujos: “Europa está en peligro”. Con esta frase, la dirigente alemana ha querido justificar el ambicioso plan de rearme que la Comisión presentará el 23 de octubre ante el Consejo Europeo en Bruselas. El objetivo: dotar a la Unión Europea de una capacidad de defensa propia, moderna y autónoma, capaz de actuar sin depender del amparo militar de EEUU. El coste estimado asciende a 800.000 millones de euros hasta 2030. El proyecto es, sin duda, de una envergadura histórica. Entre las medidas propuestas destacan la creación de un “muro de drones” a lo largo de las fronteras exteriores, un mercado único de la industria de defensa y la libre movilidad de ejércitos a través del territorio europeo. En la práctica, se trata de dar un salto cualitativo hacia una defensa común que, por primera vez, no se limita a la coordinación o a las misiones exteriores, sino que se instala en el seno mismo del proyecto comunitario. Los defensores del plan argumentan que la amenaza es real: una Rusia impredecible y amenazante y un EEEUU también impredecible y desvinculado de su histórico rol de aliado. El argumento es claro: quien no se protege corre el riesgo de ser engullido. Como efecto colateral de esta deriva militarista, el restablecimiento del servicio militar. Esta semana se ha conocido que Alemania está pensando en recurrir a la leva forzosa como alternativa a la falta de voluntarios. En definitiva, rearme y reclutamiento, dos palabras que Europa creía desterradas de su vocabulario tras las tragedias del siglo XX. Hoy vuelven a resonar en los discursos de líderes en un contexto político marcado por el resurgir del autoritarismo y de las organizaciones de extrema derecha. Conviene recordar que el proyecto europeo nació sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, inspirado en la convicción de que la cooperación económica y la diplomacia serían los antídotos permanentes contra el militarismo. Hoy, se vuelve a hablar de fábricas, de arsenales, de movilidad militar, pero bajo el lema de la “autonomía estratégica”. No se trata de negar la necesidad de una defensa europea coordinada ni de ignorar los riesgos geopolíticos. El rearme puede ofrecer una sensación momentánea de seguridad, pero también puede diluir la esencia de un proyecto que se quiso humanista y social. La UE nació para ser un ejemplo de reconciliación, no un bloque armado.