Un 8 de mayo de hace ochenta años terminó en Europa la guerra más sangrienta que ha conocido la humanidad hasta la fecha. Un conflicto que ya reunió las máximas cotas de barbarie que después hemos visto repetidas en otros más locales: desde la violación de todos los derechos humanos, a la práctica del exterminio étnico, pasando por la consideración de la población civil como objetivo militar. La capitulación de la Alemania nazi se celebra aún hoy como el punto de partida de un modelo de convivencia en Europa. cuyos principios democráticos y el establecimiento de derechos y libertades tienen su máxima expresión en el proyecto de cohesión que dio lugar a la Unión Europea. Aquella experiencia traumática supuso un giro de la Historia que permitió desarrollar toda una formulación de la superación del conflicto mediante la creación de espacios de cooperación y conjunción de intereses en un marco de mutuo reconocimiento y democracia. La desazón actual viene derivada de la experiencia de que otro giro de la Historia es posible en dirección contraria, a la luz de los acontecimientos. El modelo expansionista y unilateral que situó hace un siglo el interés particular por encima de la cooperación está presente de nuevo en el discurso del populismo con tintes étnicos y de exaltación nacional agresiva. La presunta “obligación moral”, la demanda de “espacio vital”, la protección de la cultura y tradiciones propias sin la inserción ni el respeto a las ajenas, están en el enunciado de las posiciones que aspiran a dividir los espacios de encuentro para imponer su unilateralidad por la fuerza. El listado de invitados a la conmemoración del Día de la Victoria en Rusia es significativo en ese sentido; la ruptura de todos los cánones de la legalidad internacional y los derechos humanos en Gaza por parte del Gobierno de Benjamin Netanyahu es ya, de hecho, un giro brutal en los estándares de lo admisible en términos humanitarios. Estos principios son los que están dejando de ser el eje de la acción diplomática y el desarrollo social y económico de los estados y es lo que conlleva el riesgo de dejarse caer por la misma pendiente que, con los mismos argumentos, llevó al desastre hace un siglo, al período de los totalitarismos fascistas y soviéticos. El próximo giro de la Historia no es inevitable aún pero se desliza en una dirección dramática.