Con el paso de las jornadas y la constatación del reposicionamiento estratégico de las potencias tras la caída del régimen sirio, se hace más imprescindible reclamar la prudencia y la capacidad de leer los riesgos del momento para no reproducir errores del pasado en la región. Siria encara una transición cuyo destino aún no se conoce. Si es una ruta hacia una democracia homologable o no está aún por acreditar. Hay errores del pasado que deben evitarse pero no hay garantía de ello. La redistribución de fuerzas en el tablero no debería llevar a situaciones similares a las padecidas en Irak o Afganistán. Sin ser idéntico el proceso, hay elementos comunes. Siria no ha sido invadida pro una fuerza extranjera, como lo fue Irak, pero sí ha medrado la oposición bajo el amparo de intereses ajenos y hasta contradictorios entre ellos. El alineamiento de Rusia e Irán con el régimen de Bachar Al Asad no implica que automáticamente vaya a haber un giro en los intereses estratégicos de los futuros gobernantes sirios. Pero, como en la posguerra iraquí, el riesgo de que estos intereses operen en favor de una división interna de las fuerzas de oposición hasta llevarlas al enfrentamiento armado es real. Moscú aspira a mantener su principal base militar fuera de su territorio; Turquía a mantener su influencia en los grupos que ha amparado al norte del país y en continuar disponiendo de un teatro de operaciones propio frente a la administración autónoma kurda de Siria e Irak. Irán difícilmente renunciará a influir en las facciones más radicales sirias porque no hacerlo dejaría aislado a su principal estilete contra Israel:Hizbulá. Y Estados Unidos es una incógnita con la nueva administración de Donald Trump pero sus intereses en la región parecen demasiado importantes para su propia economía para dar la espalda a sus aliados sobre el terreno. Los sucesores del régimen sirio hacen en esta primera fase lo posible para no despertar el temor a una talibanización, pero no hay nada que permita concluir que su intención sea un modelo de democracia laica. Las prácticas de control de “la moral” y usos sociales, fundamentalmente femenina y de los jóvenes, son un mal indicio de la deriva que en el pasado ha concluido en represión y negación de derechos. Es momento de cooperación y de rescatar al país de la miseria, pero no a costa de todo.
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