Dos nuevos asesinatos selectivos cometidos por fuerzas armadas israelíes elevan la cuenta de la revancha israelí contra Hamás pero no acercan al final de la guerra. La lógica del Gobierno de Benjamin Netanyahu es cumplir con su amenaza de acabar con la vida de todos los responsables de la matanza de civiles protagonizada por la organización terrorista palestina en octubre del pasado año. No importa dónde sea ni cómo sea. El ataque perpetrado en el corazón de Irán para acabar con la vida del líder político de Hamás, Ismail Hamiya, no es el primero en suelo extranjero pero conlleva el riesgo de una escalada que ya tiene frentes abiertos en el sur de Líbano y el Golfo Pérsico, donde las milicias apoyadas por el régimen de Teherán (Hizbulá y los hutíes de Yemen, respectivamente) están en disposición de desestabilizar ambas regiones a conveniencia de Irán. No está claro, sin embargo, que al régimen islamista chií le convenga sumarse a la espiral y se debate entre hacer efectiva una acción de fuerza y las consecuencias que ésta podría tener en todo Oriente Próximo. Indirectamente, la capacidad acreditada de alcanzar sus objetivos de modo selectivo hace aún más injustificable –si es que cabía alguna duda– la campaña militar desatada contra la población civil palestina en Gaza. Los servicios de inteligencia y la capacidad militar israelí se han demostrado capaces de acciones menos indiscriminadas, incluso en la lógica belicista de su Gobierno. El castigo reiterado y brutal sobre la ciudadanía gazatí refuerza las acusaciones de crímenes de guerra y auténtica política de exterminio. La escalada que practica Netanyahu tampoco acerca el final del conflicto en su vertiente armada, menos aún política. La persistencia de la violencia y la inestabilidad es un fin político para el primer ministro hebreo por razones de interés personal e ideológicas. Esta no es una guerra de supervivencia sino de expansión, como se puede comprobar con la ampliación, en paralelo, de la ocupación de tierras en Cisjordania, y continuarla conlleva el riesgo de reactivación del terrorismo. Sólo beneficia los intereses de lo más radical del sionismo, pero no del pueblo israelí, que no hallará por esta vía la paz que precisa y merece para afianzar su derecho a existir en un estado seguro conviviendo con el pueblo palestino en iguales términos.