La última sesión del curso político en el Congreso llegó cargada de agenda y con un ambiente enrarecido por la toma de declaración del presidente Sánchez decidida por el juez que instruye el caso contra su esposa, Begoña Gómez. Una iniciativa recurrida y de la que discrepa la Fiscalía, que ni siquiera tiene un valor jurídico para la investigación, puesto que en su calidad de cónyuge no tiene obligación de declarar, y que no puede ayudar al esclarecimiento de un caso cuyo alcance se desconoce y carece de soporte por parte de la investigación policial. En definitiva, hoy tiene más aspecto de un capítulo de exposición y desgaste de la figura del presidente –en la que a la judicatura le conviene reflexionar sobre el papel desempeñado por el juez instructor– que de verdadera utilidad para la justicia. Lo que no quita un ápice de oportunidad para reflexionar también sobre la regulación de la actividad de los familiares de las altas instancias del Estado para evitar suspicacias, errores o malas praxis. Esa experiencia negativa que está padeciendo Sánchez hace más difícil de entender que la unilateralidad con la que se desempeña alcance a someter a sus propios socios a la misma estrategia de exposición que denuncia cuando se le aplica a él. Sus socios, de conveniencia o convicción, son los que le aportan estabilidad y su costumbre de actuar a sus espaldas reclamando después su adhesión desgasta la paciencia de cualquiera. La reforma de la Ley de Extranjería ha sido gestionada de igual modo. El portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López, lo expresaba con nitidez al favorecer que la reforma se votara ayer sin negociación previa para exponer a los grupos a su aprobación o rechazo. La presión que pretende proyectar sobre el PP se impone a las posibilidades de un consenso amplio que prime la corresponsabilidad, la solidaridad y la respuesta humanitaria a un drama social y un factor de desestabilidad política, como es la atención a inmigrantes. Perder la votación no fue un mecanismo para presionar la imagen de PP o que Junts juegue igual carta para tumbar el techo de gasto aleja soluciones imperiosas. En este juego de desgaste, la labor institucional queda en segundo plano y la gobernanza acaba sometida a prioridades políticas. No hay mayor desgaste de la democracia que proyectar incapacidad de sus estructuras.