El Partido Demócrata norteamericano se encuentra ante un dilema de extraordinaria magnitud en el que se juega gran parte de su crédito político y de su capacidad de afrontar problemas a nivel interno y externo y cuya decisión tendrá repercusión global, a menos de cuatro meses para las decisivas elecciones presidenciales. El presidente, Joe Biden, candidato a reeditar el cargo, está en el ojo del huracán del escrutinio público ante sus múltiples lapsus, fallos de memoria o problemas de salud relacionados, o no, con su avanzada edad, lo que ha generado un gran debate sobre su capacidad tanto para vencer a su oponente, Donald Trump, como para, en caso de ganar en las urnas, desarrollar con garantías plenas la ingente y exigente labor en la que probablemente sea la tarea más compleja del mundo. Los múltiples episodios de despistes, confusiones, titubeos y errores cometidos por Biden, agudizados en las últimas semanas, han agrandado las dudas entre los demócratas, que se debaten entre el reconocimiento y el cariño al presidente y la constatación de que no está en plena forma y menos aún para enfrentarse a un personaje implacablemente populista, torticero y manipulador como Trump. Es más, cuanto más intenta Biden despejar las dudas sobre su estado y su capacidad, parece ahondar aún más en sus debilidades, como el último episodio en el que llegó a presentar al líder ucraniano, Volodímir Zelenski, como “presidente Putin”. Sin embargo, el candidato demócrata se esfuerza en trasladar tranquilidad –“les prometo que estoy bien”, afirmó ayer como desesperado argumento– e insistió en que no se va “a ninguna parte” y que ganará las elecciones, desdeñando a Trump como “alternativa” e incidiendo en su tesis de que es “la única persona que ha derrotado” al magnate republicano. Lo cual es cierto en términos políticos clásicos, y convierte a Biden en problema y solución al mismo tiempo. De hecho, el caso que está protagonizando el presidente –que está perdiendo donaciones millonarias para su campaña– es en gran parte consecuencia del propio sistema bipartidista estadounidense, en el que no tienen cabida otras alternativas. Los demócratas están fuertemente divididos y atados ante el empecinamiento de Biden y la imposibilidad de cambiar de candidato si él mismo se niega, como es el caso, mientras el tiempo corre en su contra.