La participación del presidente argentino, Javier Milei, en la concentración de referentes ultraderechistas orquestada por Vox ha dejado un conflicto diplomático enfocado en la dirección que más favorece la estrategia del populismo de crear conflictos de naturaleza personal amparado en insinuaciones, insidias y sin respetar las garantías de los sistemas democráticos. Milei convirtió en un ataque personal, ad hominem, contra el presidente español y su esposa. Casi resulta imposible que aflore en el debate el hecho de no hay ninguna acusación formal contra Begoña Gómez y sí el rechazo de varias acusaciones por los tribunales o descartados por informes policiales. Sin embargo, obviando la tutela y protección judicial, se insiste en construir una percepción pública, un juicio paralelo que propicia que el presidente argentino sentencie como corrupta a la pareja del español y retroalimenta la confrontación hasta condicionar todo debate, como sucedió ayer en el Congreso. Con independencia de que la investigación de jueces y fiscales debe estar libre de presiones y proyectar conclusiones sustanciadas, son demasiadas las campañas de difamación. La calidad del debate es ínfima, cargado de prejuicios y fobias personales e ideológicas. Si fue un error absurdo que un ministro de Sánchez –Óscar Puente– difamara a Milei con una gracieta pública, la dimensión diplomática de los excesos del presidente argentino es objetivable, lo que no impide recomendar que no se profundice en ella. Javier Milei es un provocador que ha visto en agitar la desconfianza atávica contra la antigua metrópolis colonial la excusa para enfocar a la opinión pública de su país al choque de ideologías en el que está cómodo; lejos del coste social de sus políticas para el inexistente milagro económico que prometió. La estrategia ultra que agrupa a los populismos de derecha occidentales medra con el ruido. La distracción es su éxito, que se mide en votos, y caer en su estrategia va en detrimento del sentido crítico de las sociedades democráticas. Desinformación, criminalización, ataques personalizados y desgaste de las instituciones es la fórmula por la que aspiran e incluso ostentan el poder. Templanza, políticas eficaces y desenmascaramiento de la red de mentiras es el modo de ponerles freno y preservar el sistema de representación.