Más de 120 millones de ciudadanos rusos están llamados a votar desde el viernes hasta hoy en las fraudulentas elecciones presidenciales en las que el actual mandatario, Vladímir Putin, sin oposición real alguna, será reelegido por quinta vez. Estos comicios carecen de legitimidad democrática y no son sino un resorte más del autoritario y tiránico régimen impuesto por Putin y su camarilla. Después de casi veinte años en el liderazgo del país, el presidente ruso ha arrasado con todo rastro de oposición real y creíble bajo los más oscuros métodos, desde los vetos arbitrarios a posibles rivales a la dura represión, encarcelamiento bajo cualquier acusación e, incluso, el asesinato. La reciente muerte en una remota prisión ártica de Alekséi Navalni, el líder opositor que ya había sufrido un grave envenenamiento, es solo un ejemplo del tiránico funcionamiento del Kremlin. De hecho, en los últimos días, la oposición ha denunciado detenciones y agresiones a las puertas de las elecciones. Además, Putin controla los resortes y recursos de poder en todos los ámbitos, desde el político al económico pasando por los medios de comunicación y, obviamente, por el militar. En este contexto, las elecciones tienen lugar en plena guerra. Aunque, en general, la ciudadanía rusa no sufre de manera directa ataques o bombardeos por parte de Ucrania y solo conoce de la agresión de su país a través de una prensa censurada y controlada y por las noticias que reciben de los soldados en el frente o de las notificaciones oficiales a los familiares de los muertos en combate, el hecho de que los comicios tengan lugar entre bombas y fuego de artillería condiciona la actitud social ante las urnas. Sin oposición, con represión, sin garantías democráticas, sin reconocimiento internacional ni observadores neutrales y en situación de guerra, los comicios no tienen ningún valor real. Y menos aún, en los territorios ucranianos ocupados. Las elecciones, así, son un mero señuelo con el que Putin pretende dar un barniz de una imposible homologación democrática a su régimen. Su seguro triunfo en estas condiciones es irrelevante, aunque le servirá para perpetuarse en el poder durante seis años más, hasta 2030, si la propia corrupción del régimen o una derrota –en cualquier caso necesaria– en su guerra en Ucrania no lo impiden.