Pocos pasos quedan, más allá de la propia convocatoria, que compete al lehendakari Iñigo Urkullu, para lanzar el proceso hacia las elecciones autonómicas vascas. El sábado se confirman las listas del PNV y quien quiere disputar el liderazgo a Imanol Pradales, el candidato de EH Bildu Pello Otxandiano, ha definido los mensajes con los que atraer al votante propio y distraer al ajeno. Dos de ellos destacan en estos momentos sobre las generalidades y espacios comunes que marcan los primeros pasos de los candidatos en fase preelectoral. El primero es un remedo de la petición de Alberto Núñez Feijóo de que gobierne la lista más votada. Como aquél, Otxandiano sabe de su imposibilidad de gobernar en solitario, pero el argumento le sirve para crear ante la ciudadanía la expectativa de ser el candidato más votado. Con el complemento osado de su disposición verbal a respaldar al del PNV en caso de que éste lo sea, como apuntan las encuestas, busca hacer cuña en la firmeza con la que el PSE ha descartado hacer lehendakari al que es referente programático de Sortu, amenazándole con desplazarle en el diseño de las políticas de gobierno. La ficción de tal propuesta reside en la experiencia: los modelos de país, de gobernanza y de generación de bienestar de EH Bildu y PNV son tan abiertamente contrapuestos que han mantenido a la coalición en la enmienda total a los presupuestos vascos, herramienta de ejecución de ese modelo de país. En ese sentido, su reconocimiento del PNV como fuerza progresista suena a oportunista en medio de los eslóganes que le atribuyen políticas regresivas. Pero hay otro mensaje que redunda en la dificultad de compartir espacios entre la primera fuerza política en la Comunidad Autónoma del País Vasco y quien le disputa serlo: la lectura del pasado violento. Otxandiano se mantiene fiel a la ortodoxia de Sortu al pretender que la responsabilidad política de ETA en los crímenes cometidos está satisfecha. Sin petición de perdón, sin reconocimiento de culpa mediante la condena de las injusticias cometidas, la laxa lamentación del daño causado no basta mientras exige que las igualmente injustas violencias de otras partes, incluido el Estado, reciban la reprobación ética y condena que en primera persona no han asumido quienes admiten ostentar la herencia de ETA.