La para muchos sectores –incluidos los progresistas de la Iglesia– sorprendente declaración publicada esta semana por la Congregación para la Doctrina de la Fe mediante la que el papa Francisco permite la bendición de las parejas homosexuales, así como de otras “en situaciones irregulares” –por ejemplo, las formadas por divorciados que se vuelven a casar– supone un paso importante en el proceso aperturista iniciado por Jorge Bergoglio que, aunque cuenta con poderosos enemigos, deberá aún profundizarse más para que quienes han estado históricamente excluidos sientan cierta liberación y un acogimiento real de la institución católica. El documento del Dicasterio deja claro que la Iglesia en ningún caso equipara estas uniones al matrimonio, único que reconoce en su plenitud. Aunque pueda parecer chocante, estas bendiciones, aunque no sean públicas, no son extrañas al quehacer diario de los sacerdotes. Sin embargo, la posibilidad, ya oficial, de que las parejas gais puedan ser bendecidas por un representante de la Iglesia es de hecho un reconocimiento para estas uniones que hasta ahora han sido no solo ignoradas, sino combatidas, repudiadas y condenadas en su seno. En este sentido, se nota el sello del papa Francisco, que ha ido dando muestras de su postura aperturista y de acogimiento a sectores que han visto rechazadas siempre sus conductas o formas de vida. Así lo demostró Bergoglio el pasado noviembre, cuando permitió el bautizo de las personas transexuales o de los hijos de parejas homosexuales concebidos mediante la gestación subrogada o vientres de alquiler, entre otras posturas que chocan con la tradición vaticana. La prueba de ello es que el texto publicado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, titulado Fiducia Suplicans, ha recibido numerosas críticas, no solo de colectivos de homosexuales, que lo ven escaso y aún discriminatorio respecto a los matrimonios mixtos, sino de sectores de la propia Iglesia que lo consideran una “blasfemia”. En cualquier caso, la previsión más lógica es que la bendición de estas parejas irá calando poco a poco hasta normalizarse. Los obispos españoles –siempre tendentes a la tradición más rancia– no han mostrado entusiasmo alguno, aunque los vascos, más proclives a la nueva doctrina de Francisco, están plenamente dispuestos a asumir el mandato.