El anunciado fracaso de la investidura de Alberto Núñez Feijóo tuvo ayer su primer acto y cerrará el sainete mañana en segunda votación. Pero, lejos de aparentar que la experiencia no tiene consecuencias, la estrategia del presidente del PP, su instrumentalización del mecanismo del pleno de investidura y la necesidad de blindarse a sí mismo deja posos significativos. Núñez Feijóo desplegó en el Congreso su propio mecanismo de supervivencia política con intervenciones cargadas de guiños a lo más vociferante de su partido, apaciguamiento de sus relaciones con la ultraderecha y retórica electoralista que, a falta de mejor horizonte a corto plazo, enfocó hacia las autonómicas vascas. Pero el candidato fallido del PP, más allá de cohesionar a los suyos para garantizar su propia estabilidad, se ha puesto de espaldas al tuétano de la política. En su relato ha vuelto a minar puentes con las mayorías sociales representadas en Euskadi y Catalunya, a las que promete sometimiento penal de sus aspiraciones donde la política debería abrir espacios de reconocimiento mutuo y bases de convivencia. Se mostró especialmente escocido con el PNV, al que, después de semanas apelando a su respaldo imposible, pretendió hacer tabla rasa con EH Bildu mediante su respuesta conjunta. El PP de Feijóo ha acreditado que carece de propuestas para Euskadi y Catalunya. El mero enunciado de la necesidad de una política industrial o de infraestructuras no borra la ausencia territorializada de las mismas que el PP –y el PSOE– han acreditado en el pasado. A cambio, el actual líder del PP sigue pasando el peligroso filo de la criminalización de demandas democráticas sobre la epidermis de la sociedad española, reclamando de sus propios votantes el papel de carne de cañón del enfrentamiento cívico que alimenta con sus soflamas contra las reivindicaciones nacionales ajenas. El tuétano del momento político no está, aunque así lo pretendiera el presidente del PP, en la anterior ni en la siguiente cita electoral. Por muy constatable que sea el pulso interno de modelos de país en el soberanismo vasco y en el catalán, existe, con voluntad, la posibilidad de abrir espacios de encuentro democrático en torno a mecanismos que preserven en el ámbito de la política la confrontación plurinacional. La amnistía abre esas puertas. Sin garantía de éxito, ciertamente; pero es que Feijóo, hoy por hoy, las ha cerrado.