El 9 de mayo es una fecha coincidente para la celebración en Rusia y la Unión Europea (UE). En el país más oriental del continente es motivo de celebración la victoria sobre la Alemania nazi en 1945 –que en el resto de Europa se conmemora la víspera por la diferencia horaria de la firma de la rendición–; en la UE se recuerda esa fecha por la propuesta pública en ese día de 1950 de constituir la que fue primera institución común europea, embrión de la Unión: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Una misma fecha con dos significaciones contrapuestas. La de ayer en Moscú fue la ceremonia de la exaltación nacional de un régimen autocrático cuyo dirigente acapara el poder desde hace 23 años y se ha asegurado las reformas legales que le permitan retenerlo trece más. Marcado por la exaltación militarista del triunfo en la guerra de hace 78 años, el mensaje de Vladímir Putin fue el de vencer en otra guerra planteada en los mismos términos que Stalin hizo hace más de 80 años: la supervivencia de la nación. Putin asocia el futuro del pueblo ruso con su propia preeminencia en el poder, manipula los sentimientos y exige la cohesión en torno al régimen y, tras la represión de la prensa libre y la oposición interna, lo hace con el adoctrinamiento de la opinión pública con base en el miedo a un enemigo externo inexistente pero que justifica su estrategia de agresión a su entorno geopolítico. El contraste de la voluntad política y la percepción de las relaciones entre actores globales se evidencia en la memoria de lo que significa, en contraste, el proyecto de cohesión europea. La creación de la CECA buscó un entorno de estabilidad y equilibrio en Europa precisamente en las materias primas que marcaban el tensionamiento del desarrollo socioeconómico del momento: la energía (carbón) y el acero (industria). La asociación como filosofía para evitar el conflicto en lugar de la competencia descarnada por la supremacía. De ahí nació un proceso cada vez más intenso de libre adhesión que permitió consolidar el estado social de bienestar y las democracias en Europa. No es, en consecuencia, sólo un proceso de antagonismo económico o geoestratégico sino precisamente una alternativa a las pautas que derivan en conflictos como el que lidera Moscú en una peligrosa huida hacia adelante.