Según la cultura empresarial dominante, el objetivo de todo emprendedor es rentabilizar una inversión aprovechando una oportunidad de mercado. El panadero que abre una nueva panadería en su barrio o el banquero que decide abrir una nueva sucursal en algún pueblo lo hace con la intención de recuperar lo invertido y si hay suerte, ir adquiriendo beneficios con el paso del tiempo para aumentar su capital. Esta visión del emprendedor es la más extendida en el mundo empresarial, aunque existen modelos alternativos que van más allá de la simple rentabilidad.

Una oportunidad en el mercado no es la única razón por la que poner en marcha un nuevo negocio. En frente de la concepción individualista de la empresa, un problema social como el desempleo, la exclusión social o la necesidad de desarrollar el entorno local o la voluntad de crear un proyecto colectivo pueden dar lugar a otro tipo de empresas. En la denominada economía social, el beneficio del negocio no está dirigido a retribuir al inversor, sino a potenciar el objeto social por el que fue creado, mientras que la propiedad no es del accionista sino del colectivo.

Las cooperativas son el mejor ejemplo de este modelo económico alternativo que parte de valores diferentes. La economía social puede considerarse una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo marxista, que trata de incorporar las fortalezas y virtudes de esas dos vertientes económicas. El cooperativismo incorpora del primero la necesidad de llevar a cabo una gestión eficiente de la empresa, renunciando en cambio a la explotación de las personas trabajadoras. Del socialismo, en cambio, la economía social toma algunos valores como la igualdad o la solidaridad, claves para entender el funcionamiento de las cooperativas.

El modelo de la economía social se apoya principalmente en dos conceptos: la horizontalidad y la transparencia. En las cooperativas, el capital es de todos y nadie puede poseer más participación que los demás. Por ello, todos los trabajadores que forman la empresa tienen el mismo poder de decisión en las asambleas con independencia del puesto que tengan.

Con el fin de que los procesos de participación y la toma de decisiones sean lo más democráticas posibles, los socios deben disponer de la información necesaria para poder tomar las decisiones adecuadas. Este proceso participativo es relativamente sencillo en las cooperativas de pequeño tamaño, donde el contacto personal es diario y el contraste de opiniones es constante. En empresas más grandes, en cambio, la necesidad de competir con las empresas capitalistas puede llevar a estas grandes cooperativas a agilizar su funcionamiento, renunciando así a sus valores iniciales.

Por ello, las empresas de economía social deben ser capaces de desarrollar formas empresariales, estilos de autoridad y sistemas de comunicación propios para reforzar un sentido de pertenencia entre sus trabajadores que cualquier otra empresa tradicional no puede conseguir.

Epicentro del cooperativismo

A mediados del siglo XIX, las profundas diferencias sociales provocadas por la revolución industrial llevó a unos tejedores ingleses a crear un tipo de empresa que tuviera una dimensión social y humana. De esta forma, en 1844 fue fundada la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale, la primera cooperativa de la historia, un modelo que fue expandiéndose por toda Europa a lo largo de los próximos años.

El cooperativismo no llegó a Euskadi hasta finales del siglo XIX, donde grandes industrias como los Altos Hornos de Bilbao dieron pie a la creación de las primeras cooperativas de consumo. En la década de 1920, la empresa de Eibar Alfa fue la primera cooperativa de trabajo asociado del país y ya en 1957 nacieron las primeras empresas de lo que hoy en día es la Corporación Mondragon, el primer grupo empresarial de capital vasco. Hoy en día cerca de 3.400 cooperativas están asociadas al Consejo Superior de Cooperativas de Euskadi, de las cuales 1.235 son guipuzcoanas, lo que evidencia el especial arraigo de la economía social en el territorio.

El modelo de economía social se apoya en la horizontalidad y la transparencia