esulta paradójico que mientras el conjunto de las empresas industriales vascas está ya recuperando la actividad en términos similares al año 2019, es decir, el referente más próximo en parámetros de normalidad económica, -una vez descontado el efecto que el covid-19 supuso en nuestras compañías el año pasado-, ahora el problema y la preocupación de algunos empresarios ya no es alcanzar crecimientos pretéritos, sino cerrar el año con resultados positivos.

Y la culpa no hay que achacarla a la propia actividad económica, que se está recuperando en valores a los registrados hace dos años, según los distintos índices que se están conociendo durante los últimos días, sino al efecto que el desabastecimiento de materias primas y, con ello, el aumento descontrolado de sus precios está teniendo en las empresas, hasta el punto de que seis de cada diez compañías vascas se están viendo afectadas por esta circunstancia imprevisible y sobrevenida.

El aumento del precio de las materias primas que, como en el caso del acero se ha triplicado y que tiene un gran peso en el conjunto de nuestro sector manufacturero, al igual que la chatarra que utilizan nuestras siderúrgicas, -el más alto desde hace una década-, a lo que hay que sumar los plásticos, están provocando reducciones importantes en los márgenes brutos de las empresas, hasta el punto de que hay empresarios que están ya contemplando la posibilidad de hacer parra en los resultados de final de este año, si la situación no cambia hasta entonces.

Y parece que el actual escenario va a seguir durante algún tiempo, si tenemos en cuenta el cambio de paradigma que se ha producido en el mercado mundial y que ha sido provocado de manera determinante por la pandemia, que paralizó la economía mundial durante varios meses para luego reactivarse de golpe y de manera no escalonada. Esta situación está poniendo de relieve que el modelo de globalización que se ha aplicado hasta ahora ha sido un fracaso, al evidenciar la excesiva dependencia que Europa y Estados Unidos, en menor medida, están teniendo de los países asiáticos.

La crisis de los semiconductores o chips, que está afectando de manera muy importante al sector de automoción y que ha llegado a paralizar la actividad de varias factorías automovilísticas por falta de suministro de estos productos, es el ejemplo claro de las consecuencias negativas de trasladar a los países asiáticos una industria clave en el desarrollo digital de la economía y que, en momentos de altos niveles de demanda, -como está ocurriendo en la actualidad-, es incapaz de satisfacer los pedidos.

El problema es que la pandemia ha hecho adelantar en diez años el proceso natural de digitalización que se estaba produciendo con anterioridad a la llegada del covid-19, hasta el punto de que se ha registrado un crecimiento exponencial de las tecnologías digitales y con ello, un aumento de la demanda de los sectores industriales que son muy intensivos en el uso de datos y en su procesamiento, en donde los semiconductores juegan un papel fundamental. Los chips son la base en la que se sustenta la economía digital de la que, de una manera u otra, forman parte todas las empresas, independientemente de que pertenezcan al sector industrial o de servicios.

Y en este desabastecimiento de chips está jugando un papel muy importante la deslocalización de su producción a países como Taiwan, Corea del Sur, Japón y China, que controlan más del 80% del mercado mundial, mientras que Estados Unidos, -que fue la cuna de los semiconductores-, fabrica el 12%. Europa tiene una reducida cuota del 6%, que la hace imperceptible en un sector donde no existe ninguna empresa relevante.

Esta dependencia de los chips asiáticos por parte de Estados Unidos y, en mayor medida, de Europa, tiene su origen en un modelo de desarrollo económico que ha sido propiciado desde Occidente y que comenzó con el traslado a Asia por razones de coste y de mano de obra barata de las producciones de textil y calzado que se hacían en los países de origen.

Esta industria fue el germen para que, con la puesta en marcha de políticas de atracción de inversión extranjera, los países asiáticos adquirieran el conocimiento tecnológico necesario para la producción de aquellos productos predeterminados por las empresas de Occidente. Con el tiempo, ese conocimiento adquirido para producir por encargo ha servido de base y palanca para que esos países desarrollasen productos propios de alta tecnología y se convirtieran en exportadores y suministradores mundiales de esas manufacturas, controlando de esta manera estratégica el desarrollo del mundo. Y todo ello, en unas pocas décadas.

Es lo que algunos expertos llaman el modelo "From business to science" (De la industria a la ciencia), con el que los países asiáticos están aplicando un paradigma diferente al existente en Europa, donde seguimos pensando que, desde el impulso del conocimiento y del I+D, van a salir grandes proyectos innovadores industriales, sin tener en cuenta la gran velocidad en la que discurre el mundo.

La crisis de los semiconductores ha puesto en evidencia la necesidad de un cambio del modelo de globalización conocida hasta ahora y basada en externalizar las líneas de producción hacía aquellos países con una mano de obra más barata. Antes fueron las mascarillas que no existían en Europa en plena pandemia, luego, la dependencia en el suministro de vacunas contra el covid-19 y ahora, son los semiconductores.

Y en ese cambio de paradigma para no depender del exterior en actividades como las tecnológicas, que son estratégicas en la economía digital, es necesario relocalizar y ubicar nuevas líneas de producción en los países de origen. Y en este sentido, para recuperar ese liderazgo es de gran importancia disponer de un alto grado de innovación, la existencia de unos centros de investigación muy conectados con la industria, un entorno institucional de impulso y respaldo a la I+D, así como altos niveles de atracción y captación de talento.

La nueva globalización significa contar con empresas de alta tecnología cercanas y próximas a sus clientes finales para evitar las rupturas en las cadenas de suministro como se están produciendo en la actualidad, a lo que hay que añadir un empleo muy cualificado y bien remunerado. Este es el reto de una Europa, que ha perdido peso tecnológico en el mundo, y, por ende, de Euskadi.

La excesiva dependencia de los países asiáticos de Europa y, en menor medida, de EEUU ha puesto en cuestión el actual modelo de globalización