stamos sufriendo una contracción brutal de la economía real, que no volverá al nivel previo a la pandemia antes del 2023. Eso, contando con que en el plazo de un año tengamos la situación bajo control de manera eficaz y normalizada. Para ilustrar de qué estamos hablando y su dimensión, conforme a las previsiones conservadoras del propio Gobierno Vasco, nuestra economía va a caer como mínimo un 10% sobre el dato del año pasado. En términos macroeconómicos, eso equivale a que cada persona mayor de 19 años de la CAV dejara de ingresar o tuviera que pagar este año de su bolsillo una media de casi 4.500 euros. En total, esos 8.000 millones de euros destruidos en la CAV se hubieran repartido en forma de rentas, mayormente salarios y beneficios de las empresas y autónomos.

Así las cosas, el COVID-19 va a afectar de manera notable en dos ámbitos, uno general y otro particular.

En el ámbito general, sistémico -que quiere decir inevitable-, se va a producir la intensificación y aceleración hacia lo "intangible", incluyendo de manera destacada la transformación digital y los procesos tecnológicos y organizativos ahorradores de recurso humano.

Y aquí, como siempre, habrá ganadores y perdedores, tanto a nivel de territorios, como de sectores y empresas.

No es solo competitividad -hay que reaccionar, no hay otra-, también será desigualdad, y cada vez oiremos hablar más de la economía de las desigualdades (Piketty, Sen, Stiglitz€)

En el ámbito particular, no sistémico -quiero decir que en Alemania o Francia será diferente-, será una crisis que combinará tres elementos: un gran agujero (déficit) en lo público, los problemas de solvencia/liquidez empresarial y personal en el sistema financiero y, sobre todo, un ajuste prolongado en la recuperación de la demanda de consumo y de inversión.

Si las cosas no van y/o nos equivocamos, será una crisis de mayor duración. La última crisis financiero-inmobiliaria duró seis años (2008-2014).

¿Y dónde estamos nosotros como personas en la economía presencial? Pues depende. Quizás, puedas compartir conmigo que hay tres tipos de líneas de fractura, que nos pueden hacer sentir o ser diferentes a unos de otros: la dimensión económica, las condiciones de vida, y las condiciones de trabajo. Para cada uno de nosotros, estos tres ámbitos van a definir una situación y un ánimo cambiante. Nuestras decisiones de consumo e inversión van a responder de manera muy directa a este contexto.

A partir de aquí, con los datos disponibles (www.eustat.eus) te propongo una reflexión sobre nuestra población ocupada y el contexto anterior, con énfasis en lo económico y lo laboral.

El año 2020 empezó con 949.100 personas ocupadas, de ellas, 137.200 eran autónomos/empleadores, 170.800 trabajaban a tiempo parcial (112.100 mujeres) y 147.200 trabajaban en el sector público.

A finales de septiembre, el total de personas ocupadas había bajado en 32.800 personas (-3,5%). De éstas, 19.600 tenían un trabajo a tiempo completo y la mayoría eran hombres (13.000).

Sin embargo, en la parte del ajuste del trabajo a tiempo parcial, de las 12.400 personas que dejan de estar ocupadas, 10.500 son mujeres. El único colectivo que crece es el de los asalariados del sector público, que crece en 8.300 personas (+5,6%).

También se produce un importante ajuste en la parte de los autónomos/empleadores, en nada menos que 9.400 personas.

Ahora vamos a pensar en esas 949.100 personas al inicio de la crisis, y cómo podríamos caracterizarlas en cuatro grupos a través de la estimación objetiva que te propongo.

En el primer grupo están los que ya estaban en una situación de vulnerabilidad previa a la llegada de el COVID-19.

En este grupo confluyen las tres líneas de fractura que señalábamos. Con una importante presencia del colectivo migrante y de mujeres, este grupo recoge de manera destacada a las personas que combinan ocupaciones que no admiten el teletrabajo, con un nivel alto de fragilidad financiera y precariedad.

También entrarían aquí una parte de las personas que están trabajando en sectores industriales maduros con dificultades. Este grupo supone un 13% de la población ocupada, unas 126.444 personas.

Segundo, los nuevos vulnerables, tanto por su dimensión económica como por las condiciones de trabajo. Estamos hablando de la hostelería, restauración, servicios culturales y espectáculos, servicios turísticos y a particulares, academias privadas, servicios de transporte privado, alojamiento, parte de la industria pesada, etc.

Este es un grupo amplio (21%) con 201.030 personas, con una importante presencia en los ERTE en la fase actual.

Tercero, poco o nada vulnerables económicamente, muchos tienen su puesto de trabajo asegurado, pero sin embargo pueden llegar a soportar un riesgo importante por sus condiciones de trabajo, ya sea por la proximidad al riesgo, por los horarios, etc.

En gran parte se corresponden con lo que en su día se señaló como actividad "esencial". La parte pública juega un papel importante aquí (sanidad, educación, seguridad pública y servicios de emergencias), además también está parte del comercio minorista y grandes superficies, el transporte mercancías, industria agroalimentaria, papelera, química, etc.

Este colectivo supone el 52% de las personas ocupadas, con 497.684 personas.

Cuarto, son los que pueden teletrabajar sin problemas, ya fuera debido a que ya lo hacían o a que su actividad se lo permite.

En general, menos afectados a corto plazo por la vulnerabilidad económica, a medio y largo su situación puede cambiar si la economía real no despega. Este sector incluye de manera destacada servicios a empresas, incluyendo la industria, la construcción, nuevas tecnologías, etc. Estamos hablando de un 13% del colectivo, unas 123.941 personas.

Y bien, volviendo a la pregunta, me voy a permitir cambiarla, hablemos de futuro y no de presente ¿dónde vamos a estar en la economía presencial?

Mi respuesta es que dependerá del tiempo de reacción de la economía real. Tanto si estamos en el grupo primero como segundo, nuestra fragilidad será muy alta o alta. Incluso si estás en el cuarto, también es cuestión de tiempo. Sin demanda ni liquidez nuestra máquina económica no funciona, eso ya lo sabemos y se pueden hacer apaños. Pero eso no basta, el camino crítico también pasa por normalizar la situación sanitaria. Si solo lo conseguimos a medias, o pasan años, no saldremos en el 2023, será más tarde, con una contracción más severa de la población ocupada y más dolor.

Está claro que, ya sea por el camino largo o por el menos largo, nuestro sistema capitalista va a tener que retratarse, y nosotros con él, esto va muy en serio.

Seguimos ruta.

3,5%

Es el porcentaje en el que ha disminuido la cifra de ocupados hasta septiembre