a epidemia originada por el COVID-19 y la distinta forma en que los distintos países han atajado su propagación nos ha mostrado hasta qué punto la inversión en ciencia básica y en I+D tiene una relación directa con la forma de encarar la pandemia de una manera más eficiente y rápida en unos casos y más drástica y larga en otros.

Un análisis sobre la inversión en I+D de los países en el mundo puede hacernos colegir la posible existencia de una relación muy directa -salvo excepciones que tienen que ver más con decisiones políticas extravagantes y populistas como puede ser el caso de Estados Unidos o por adoptar medidas sanitarias diferentes como Suecia- entre su nivel tecnológico y la forma como han resuelto una crisis sanitaria inédita hasta ahora por su virulencia y su gran contagiosidad.

En este sentido, mientras Corea del Sur y Japón, que son los países líderes en inversión I+D, en relación a su PIB con un 4,32% y un 3,5%, respectivamente, han reaccionado mejor a la hora de desterrar el virus mediante el uso inteligente de la tecnología, en el lado contrario se sitúan Italia (1,27%) y España (1,24%), que son los países que menor gasto hacen en investigación y que peor han respondido a la crisis hasta el punto de tener que adoptar medidas drásticas como el confinamiento de sus ciudadanos.

En Europa, cuya media está en el 2%, cuando el objetivo para este año era del 3%, según el acuerdo de la UE de Lisboa, destacan Dinamarca y Austria con un 3%, Alemania con un 2,84%, y Francia, que tiene un 2,25%. Finlandia y Suecia son sin duda los países europeos con mayor gasto, ya que destinan el 3,5% y el 3,3% de su PIB al desarrollo tecnológico. Curiosamente, tres de estos países Suecia, Dinamarca y Austria, al que hay que sumar los Países Bajos con una tasa del 2,10%, forman parte del grupo de miembros de la UE que se oponen a las medidas de financiación sin contraprestaciones en favor de España e Italia.

Esta lectura de la inversión del I+D de los países europeos en relación a su respuesta a la epidemia nos ofrece una Europa de dos velocidades que pueden complementarse en sus distintas realidades, ya que lo que inventan y producen los del Norte se consume en el Sur que, a su vez, les compensa con una gran oferta de turismo, vacaciones y descanso.

El caso del Estado español es paradigmático a la hora de reflejar una absoluta ausencia de vocación innovadora que tiene su origen en la falta de interés desde el sector público por incentivar la I+D, ya que, según datos de la Fundación Cotec, el esfuerzo público ejecutado por este concepto en 2019 es solo del 30% aproximado del previsto para el año 2009, es decir una década antes.

El abandono de I+D por parte del Estado español es tal que el sector público español invirtió en 2019 un total de 3.360 millones de euros, lo que supone el 47,52% del presupuesto disponible para este concepto que se elevaba a 7.070 millones, lo que quiere decir que no se ha ejecutado el 52,47% restante, la tasa más baja desde el año 2000. Este es -uno más- el coste que tiene Euskadi de su dependencia de un Estado que ha centrado toda su economía en el sector servicios y en el turismo y ha abandonado radicalmente la industria.

Si se constata que países como Corea del Sur, Alemania, Finlandia, Dinamarca, etc., donde el peso de la industria está muy por encima del 20% de su PIB y muy vinculada a la inversión en I+D, no solo han respondido mejor a la epidemia, sino también han tenido una mayor capacidad de resiliencia en la crisis económica, bueno será que las políticas públicas, al margen de que su prioridad en este momento se centren en mantener al máximo nivel el estado de bienestar, tengan en cuenta la necesidad de impulsar el desarrollo de la ciencia y la investigación.

Es la hora de la ciencia y de fomentar la inversión en I+D, no porque antes de la epidemia no fuera lo prioritario, sino porque ahora hay una mayor base empírica para enmendar los errores y dirigir las políticas públicas en la dirección correcta no solo para consolidar la economía del país, sino para responder de la mejor de las maneras posibles a situaciones inéditas como la que estamos sufriendo con el COVID-19.

A pesar de la situación, sobre todo de la que se encuentran las arcas públicas vascas, la única salida de la crisis es reforzar la inversión en I+D, que en Euskadi supone el 1,85% de su PIB -casi dos décimas por debajo de la media europea-, porque ello supondrá un mayor reforzamiento del sector industrial, que en Euskadi representa 24,2% del PIB, frente al 16% español y 19% de media en Europa, y una mayor fortaleza de defensa ante acontecimientos de crisis no previstos y que inexorablemente puede producirse en el futuro.

Al igual que lo fue en el pasado, el Gobierno Vasco que resulte de las elecciones del 12 de julio debe ser más innovador y tener un carácter experimentador, huyendo de ese afán de control que parece ceñir sus actuaciones, hacia otras actividades que se van a presentar como nuevas oportunidades tras la crisis. El desarrollo actual del sector de automoción, el peso de la aeronáutica y de las energías en Euskadi tienen su origen precisamente en el desarrollo de políticas públicas de impulso que la Administración vasca desarrolló como respuesta a situaciones de crisis y desaparición de actividades estratégicas en el país como los altos hornos, los astilleros, etc.

En este sentido, aunque es necesaria una reestructuración, los objetivos centrales que se plantean en la RIS3 (Estrategia de Investigación e Innovación para una Especialización Inteligente) de Euskadi en el marco de la UE deben continuar avanzando en la fabricación avanzada, energía y biociencias, sobre todo en salud.

La elección de la empresa donostiarra Viralgen para la fabricación de un antiviral contra el COVID-19 por parte de un consorcio de Estados Unidos es el mejor espaldarazo a esa apuesta por la biotecnología que también debe completarse con la fabricación de equipamiento y dispositivos médicos. Un sector que puede tener un gran desarrollo al unir la medicina con el conocimiento en el desarrollo de máquinas y dispositivos del que en este país hay una gran experiencia.

En el Estado español hay una absoluta ausencia de vocación innovadora que tiene su origen en la falta de interés desde el sector público por incentivar la I+D