zumarraga - El cese de actividad de la planta de Arcelor Mittal ha provocado ya el cierre de un negocio: el mítico bar Julián. El bar al que acudían los trabajadores de la empresa desde hace casi 60 años. En cuanto los trabajadores dejaron de ir a la fábrica, el dinero dejó de entrar en la caja registradora y el matrimonio formado por Ángel Miguel Pérez y Diocelyn Caraballo ha tenido que echar la persiana.

Esta pareja llevaba casi ocho años en el bar. “Quedó libre, nos enteramos de ello y nos animamos a cogerlo. Yo trabajaba en la fábrica, veía el movimiento que había en el bar y pensé que era un buen negocio. De hecho, al principio teníamos dos empleadas”.

La clientela estaba formada, principalmente, por los empleados de Arcelor Mittal y los camioneros que trabajaban para la empresa. “Abríamos muy temprano, a las 5.00 horas, por lo que también venía la gente que entra de madrugada a trabajar. Por ejemplo, los fruteros”, recuerda ella.

Estos ocho años han discurrido con altibajos. “Hace ya tiempo que el negocio había tenido un bajón. El primer golpe nos lo dio la crisis. El segundo lo recibimos cuando la empresa prohibió aparcar a los camioneros en sus instalaciones. Hasta entonces, los camioneros de Goi Garraioak y Transurola podían dejar los camiones en la fábrica por la noche. Por la mañana, arrancaban el camión y mientras este se calentaba, desayunaban. Después de aparcar el camión también tenían costumbre de pasar por el bar. Al final, ni siquiera podían dejar el camión un rato después de cargar. Muchos camioneros que venían de fuera tenían costumbre de comer en nuestro bar y tuvieron que dejar de hacerlo”, comenta él.

Pérez y Caraballo se dirigieron a las oficinas de la empresa para hacerles saber que les estaban causando un gran perjuicio, pero fue en balde. “Nadie sabía quién había dado la orden. Todos decían que la decisión la había tomado otro y nos sentíamos como una pelota en un partido de tenis: hablamos con la jefa de personal, con la jefa de la báscula, con el jefe de compras, con el de ventas...”.

Les importó poco que el bar Julián estuviera estrechamente ligado a la empresa e incluso le prestara servicio. “Trabajábamos también para la fábrica. Si algún trabajador se tenía que quedar más tiempo del estipulado, nos pedían a nosotros el bocadillo para ese empleado”.

A pesar de todo, el bar seguía ofreciendo un sueldo. “Tuvimos que hacernos cargo nosotros de todo el trabajo. Metíamos muchas horas y conseguíamos un pequeño sueldo. No teníamos deudas y teníamos intención de seguir unos pocos años más, para después traspasar el negocio”.

Pero todo se precipitó con el cierre de la empresa. En cuanto Arcelor Mittal dio a conocer que pensaba cesar al actividad en la planta de Zumarraga, fueron conscientes de que tendrían que echar la persiana. “Nuestra intención era cerrar el 31 de mayo, pero la cosa se puso tan mal que tuvimos que cerrar el 20. Ese mes habíamos tenido ya demasiadas pérdidas. Como es normal, los trabajadores solo venían al bar los días en los que había movilizaciones. Aguantamos un poco por respeto al resto de los clientes. Porque no queríamos darles con la puerta en las narices”.

Ánimos de los vecinos El Julián es un bar con mucha solera y muchos vecinos han vivido con tristeza su cierre. “Todos nos dicen que se ha cerrado un bar mítico y que les da mucha pena y nos dan ánimos para seguir adelante”.

Afortunadamente, ella ha encontrado ya trabajo. Él cree que se trasladará a Asturias. “Todavía estamos pagando facturas y cerrar un negocio es más complicado que abrirlo, pero afortunadamente no tenemos deudas con los proveedores. Además, un negocio se abre con ilusión y se cierra con tristeza. El día en el que el bar quedó totalmente vacío, no quise ir. Le había cogido cariño al bar y me saltaban las lágrimas. Teníamos muchos clientes que nos apreciaban y la decisión no la tomamos nosotros”, concluye ella.